¿Es el terrorismo internacional como nos lo imaginábamos?

Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano. Asesora en asuntos de política antiterrorista al ministro del Interior (EL PAIS, 29/06/05).

Con frecuencia se caracteriza al actual terrorismo internacional de fenómeno especialmente novedoso. En primer lugar, por las elevadas tasas de letalidad y el alto grado de indiscriminación con que se producen sus atentados. En segundo término, por la rutinaria implicación en los mismos de suicidas adoctrinados en el fundamentalismo islámico. Asimismo, por su propensión a dirigirse contra blancos occidentales, en particular contra intereses y ciudadanos estadounidenses. De hecho, el propio discurso utilizado por los dirigentes y emprendedores del actual terrorismo internacional subraya el potencial cruento de sus amenazas, apela a las operaciones llevadas a cabo por quienes definen como mártires e insiste en una retórica hostil hacia judíos o cristianos. Sin embargo, aun cuando una cierta combinación de aquellos rasgos considerados típicos del terrorismo internacional y voceados por sus instigadores sea habitual en los atentados más espectaculares que han tenido lugar a lo largo de los últimos años, lo cierto es que esa violencia globalizada y de inspiración religiosa, concretamente neosalafista, viene desarrollándose con tasas de mortalidad menores de lo imaginado, procedimientos mucho más convencionales de lo que se cree y pautas de victimización igualmente distintas de las hasta ahora dadas por descontado.

En 2004 se registraron casi doscientos actos de terrorismo internacional atribuibles con fundamento a grupos y organizaciones que mantienen estrechos ligámenes con Al Qaeda. Estos incidentes ocasionaron algo más de mil quinientos muertos y cuatro mil heridos, de manera que el promedio de víctimas por atentado fue de unos ocho y veinte respectivamente. Estas tasas de victimización son relativamente altas si se comparan con las del terrorismo etnonacionalista europeo, por ejemplo, pero no reflejan una elevada frecuencia de incidentes saldados con homicidios masivos tal y como ocurrió en Nueva York, Bali o Madrid. En algo más de un cuarto del total de incidentes de terrorismo internacional registrados el pasado año no se produjeron víctimas mortales, mientras que en la mitad perecieron hasta diez personas y esta última cifra se superó en menos de la quinta parte de los episodios conocidos, de manera que sólo en cuatro casos fallecieron más de cien individuos. En torno al cuarenta por ciento de los actos de terrorismo internacional ocurridos durante ese mismo periodo no causaron heridos y un monto similar de incidentes produjo lesiones a unas pocas personas, por lo que sólo en los demás casos el número de heridos superó la decena, aunque apenas fuesen un seis por ciento los atentados como resultado de los cuales se registró más de un centenar.

Estas cifras de victimización están en consonancia con el hecho de que casi la mitad de los actos de terrorismo internacional contabilizados en 2004 fueron perpetrados mediante bombas y otros artefactos explosivos, mientras que en aproximadamente una cuarta parte de los casos se utilizaron armas de fuego y en el resto procedimientos varios entre los que se incluye un llamativo porcentaje de secuestros. Pese a que los terroristas vinculados con los grupos y organizaciones imbricados en el movimiento de la yihad neosalafista global son temidos por su propensión al uso de componentes químicos, bacteriológicos, radiológicos o nucleares en la comisión de atentados, lo cierto es que durante el año pasado sus actividades se han basado en procedimientos bastante convencionales y bien conocidos. Ello no implica que el riesgo de que acontezca algún incidente terrorista no convencional sea inexistente, aun cuando su probabilidad estadística, a la vista de los datos recopilados, parezca baja e incluso ínfima. Respecto a la eventual participación de suicidas en los actos de terrorismo internacional, cabe constatar que un ochenta por ciento de los incidentes registrados en 2004 ocurrió sin su concurso, mientras que el número de casos contabilizados en los cuales se detectó la presencia de terroristas que optaron por perder ellos mismos la vida al llevar a cabo un atentado no alcanza el veinte por ciento del total y varía marcadamente según países o grupos.

Entre los blancos preferentes del terrorismo internacional a lo largo del pasado año destacaron, sobre todo, personal e instituciones gubernamentales, agencias públicas de seguridad y, ya en menor medida, intereses económicos y turísticos, individuos particulares y propiedades privadas o sedes diplomáticas, lo que en conjunto equivale a más de tres cuartas partes del total. Ahora bien, seis de cada diez blancos afectados no eran de adscripción occidental, mientras que, por el contrario, ciudadanos e intereses occidentales fueron afectados exclusivamente en una cuarta parte de las ocasiones contabilizadas. Es más, durante el pasado año apenas un doce por ciento de los actos de terrorismo internacional conocidos se dirigió contra blancos sólo estadounidenses. Datos que, en suma, denotan un rango mucho más amplio de victimización del que con frecuencia se atribuye a dicha violencia. Más aún, la evidencia empírica pone de manifiesto que, en al menos dos terceras partes de los casos registrados, las organizaciones y los grupos relacionados con el actual terrorismo internacional seleccionaron blancos no occidentales. Dato que, cruzado con el referido a los países y ámbitos geopolíticos donde se ha prodigado la yihad neosalafista global a lo largo de 2004, en especial desde Asia central hasta la región del Golfo, permite concluir que las víctimas preferentes del actual terrorismo internacional son las poblaciones autóctonas en sociedades mayoritariamente musulmanas.

A este respecto, resulta particularmente ilustrativo que sólo uno de los cuatro atentados de terrorismo internacional más extraordinariamente cruentos registrados durante el año pasado tuvo lugar en territorio occidental o fue dirigido contra blancos occidentales. Me refiero a la masacre del 11 de marzo en Madrid. Antes de ese día se habían producido ya los otros tres incidentes de mayor letalidad deparados en 2004 por el terrorismo internacional. Dos ocurrieron en la región del Golfo, más concretamente en suelo iraquí, y uno en el sureste asiático, en la costa filipina. Todos ellos fueron ejecutados indiscriminadamente, afectando a poblaciones autóctonas de orientación religiosa predominantemente cristiana en uno de los supuestos y adheridas a corrientes islámicas chiíes o suníes pero distintas del neosalafismo en los restantes dos incidentes. En resumen, pese a lo que los propios terroristas dicen y a lo que tendemos a pensar sobre lo que hacen, el terrorismo internacional está dirigiéndose contra su propia población de referencia, algo que puede estar suscitando contradicciones internas y dificultades para obtener el esperado rendimiento de su propaganda. Nos indica sobre todo que el actual terrorismo internacional es, hoy por hoy, tanto más un paradigma de conflictos inherentes al propio mundo islámico que de choque alguno entre civilizaciones.