¿Es posible una guerra civil palestina?

El 25 de enero de 2006, la formación islamista Hamás se impuso en las elecciones legislativas palestinas contra todo pronóstico. Este primer año de gobierno se ha caracterizado por el aislamiento del Ejecutivo islamista, la escalada de tensión con Israel en Gaza, el deterioro generalizado de las condiciones de vida de la población ocupada y, por último, la intensificación de la rivalidad entre Fatah y Hamás. Así las cosas, cada vez es más recurrente el debate sobre si nos encontramos en la antesala de una guerra civil o, como en anteriores ocasiones, la sangre no llegará al río y los palestinos se detendrán ante esta 'línea roja'.

La comunidad internacional ha tenido una actitud errática en los últimos doce meses. La imposición de un triple condicionamiento al nuevo Gobierno -reconocimiento del Estado de Israel, renuncia al terrorismo y aceptación de los Acuerdos de Oslo- buscaba provocar el colapso del Ejecutivo, situación que sería aprovechada para restablecer el estatu quo precedente y devolver a Fatah el papel hegemónico que había venido desempeñando las cuatro décadas anteriores en la escena política palestina. Después de intentar asfixiar al Ejecutivo islamista cerrándole el grifo de las ayudas internacionales, ha llegado a la conclusión de que la única manera de disminuir la clientela de Hamás es reforzar al presidente palestino y a su partido Fatah.

Al proceder de esta manera, se corta de raíz la posibilidad de que la corriente posibilista de Hamás, encabezada por el primer ministro Ismael Haniye, siga con su política del 'paso a paso', que le ha llevado a abandonar gradualmente las posiciones maximalistas que reclamaban la destrucción de Israel y a inclinarse, como hiciera Fatah a finales de los ochenta, por un pragmatismo que acepta el establecimiento de un Estado palestino sobre los Territorios Ocupados desde 1967. La intervención en las elecciones legislativas, la aceptación de 'todos los medios' (incluidos los diplomáticos) para alcanzar dicho objetivo, el congelamiento de la Intifada y el apoyo al presidente Mahmud Abbas para que asumiese la dirección de las negociaciones con Israel son muestras claras de este nuevo posicionamiento de Hamás.

La última muestra de este deslizamiento gradual de Hamás hacia el posibilismo la dio el máximo dirigente en el exterior, Jaled Mashal, en una entrevista concedida a la agencia Reuters el pasado 10 de enero: «Como palestino reclamo un Estado en las fronteras de 1967. Es verdad que en realidad habrá una entidad o Estado llamado Israel en el resto de la tierra palestina. Es un hecho resultado de factores históricos». Es decir, que por una parte reconoce que las reivindicaciones de Hamás se limitan a un Estado sobre Gaza y Cisjordania con Jerusalén Este como capital y, por otra, admite que el Estado israelí es un hecho consumado. Sin duda, este nuevo posicionamiento tiene mucho que ver con las negociaciones para la constitución de un gobierno de unidad entre Hamás y Fatah, opción a la que se oponen tanto Estados Unidos como Israel.

En el Foro de Davos, Tzipi Livni, ministra de Asuntos Exteriores israelí, dejó claro que Fatah debe elegir entre la reanudación de las negociaciones de paz o la formación de un gobierno de coalición con Hamás. Es decir, exactamente lo contrario de lo que defendía el Informe Baker-Hamilton del Grupo de Estudios sobre Irak, que, en su punto 17, recomendó a la Administración de Bush respaldar un eventual gobierno de unidad nacional palestino y que las negociaciones se basasen en el principio 'territorios a cambio de paz'. Este informe dio un fuerte varapalo a la política del Gobierno de Olmert, basada en la imposición unilateral de las fronteras por medio de la construcción de un enorme muro en el territorio ocupado. Su programa de gobierno declara que se darán los pasos necesarios para «establecer las fronteras permanentes del Estado» y afirma que «si los palestinos no actúan como corresponde en el futuro cercano, el Gobierno determinará por sí solo dichas fronteras».

Tampoco Estados Unidos parece tener una estrategia plenamente definida, oscilando entre una reanudación condicionada del proceso de paz y la apuesta por el desarme de las milicias islamistas, lo que podría acarrear una guerra civil. Según el 'Conflicts Forum Reports', el viceconsejero de Seguridad Nacional Elliot Abrams, considerado el último 'neocon' de la Administración de Bush, se reunió hace un año en la Casa Blanca con un grupo de hombres de negocios palestinos a los que planteó «un 'golpe por la fuerza' contra el recién elegido gobierno de Hamás: el derrocamiento violento de su liderazgo con armas suplidas por EE UU».

En los últimos meses se han dado varios pasos en esta dirección, puesto que la Administración de Bush ha concedido una ayuda de 86 millones de dólares para armar a la guardia presidencial, a la que entrena la propia CIA en dos campamentos situados en Ramala y Jericó. También han entrado miles de rifles y municiones desde Egipto y Jordania, con el objeto de reforzar al presidente Mahmud Abbas y a su lugarteniente Muhammad Dahlan, dándoles los medios necesarios para desmantelar a las organizaciones armadas. En el caso de que no se alcance un acuerdo en torno a la formación de un gobierno de coalición, esta estrategia podría allanar el camino para el estallido de una guerra civil palestina que tendría devastadoras consecuencias para la zona y cuyos efectos se dejarían sentir especialmente en los países del entorno que cuentan con población palestina, en particular Jordania y Líbano.

Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante y colaborador de Bakeaz.