¿Es todo nuevo en América Latina?

Por Enrique V. Iglesias, secretario general iberoamericano (EL PAÍS, 14/01/06):

Sin ninguna duda, América Latina está experimentando las tensiones derivadas de profundas demandas de cambio. Las recientes elecciones de Bolivia y el triunfo indiscutible del candidato que más visibilizaba esas demandas de cambio, Evo Morales, son la última expresión de una tendencia que es más amplia y que abarca a otros países.

También sin duda, y como en otros momentos de cambios profundos, se despiertan preocupaciones e interrogantes que son inevitables, toda vez que la incertidumbre es parte intrínseca del cambio social. No es ésta ni la primera ni la última vez que la región se ha enfrentado a esas tensiones. Ver hacia atrás, por tanto, puede ser muy útil en las actuales circunstancias, especialmente cuando se acerca una nueva cumbre de jefes de Estado entre Europa y América Latina y el Caribe.

Hace poco más de dos décadas, en la región en su conjunto se entrecruzaron tres grandes corrientes de cambio con las cuales los países latinoamericanos fueron capaces de lidiar. Primero, el proceso de democratización iniciado en Ecuador en 1978 y que se expandió rápidamente, poniendo fin a numerosos gobiernos autoritarios de corte militar. Segundo, y después de la crisis financiera mexicana de 1982, el proceso de reformas económicas que modificaron drásticamente el modelo de desarrollo y de relaciones Estado-mercado que se había gestado después de la depresión de los años treinta y consolidado en la posguerra. Tercero, los conflictos revolucionarios que enfrentaron varios países, especialmente algunos centroamericanos, en un momento culminante de la guerra fría. A estos últimos quiero referirme para destacar el positivo papel que Europa, y la propia América Latina, puede jugar para ayudar a procesar algunas de las aristas más pronunciadas de las tensiones del cambio que vivimos.

Como destacan numerosos historiadores, en la solución del conflicto centroamericano los países de América Latina, a través del llamado Grupo de Contadora (integrado por Colombia, México, Panamá y Venezuela) y que después se amplió a través del llamado Grupo de Apoyo a Contadora (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay), jugaron un papel decisivo. Entonces yo era ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, y cuando veo hacia atrás el proceso de mediación y negociación que los latinoamericanos fuimos capaces de organizar, y que tanto ayudó a disminuir las mayores tensiones, no puedo omitir el relevante papel que también Europa desempeñó.

En efecto, a raíz del triunfo de François Mitterrand en 1981, el canciller Claude Cheysson involucró activamente a Francia en la búsqueda de una solución negociada a la crisis centroamericana. Un momento emblemático de esa política, cuando justo se iniciaba la era del presidente Ronald Reagan en los Estados Unidos, fue la venta de armas al Gobierno sandinista de Nicaragua para que el mismo no dependiera exclusivamente de los suministros del bloque soviético. Con el advenimiento del Gobierno socialista del presidente Felipe González, España reforzó la implicación que ya tenía en Centroamérica y se consolidó un amplio consenso europeo sobre Centroamérica que vinculó activamente a otros países europeos en una política hacia esa región diferente a la de Estados Unidos. El fin del Gobierno del canciller Helmut Schmidt en Alemania, en septiembre de 1982, no modificó esa pauta, pues el nuevo ministro alemán de Asuntos Exteriores, mi amigo Hans Dietrich Gensher, se implicó aún más en la política centroamericana.

Resulta difícil imaginarse, en aquellos tiempos, el ejercicio de independencia y autonomía que representó la política de Contadora y su Grupo de Apoyo, sin el margen de maniobra que se abrió para la política exterior latinoamericana con la posición adoptada por los países europeos. Y a la larga, lo que en los momentos más agudos de la crisis pudo parecer una confrontación con los Estados Unidos, se mostró como un ejercicio de complementariedad entre la política transatlántica de Europa y Estados Unidos y la política eurolatinoamericana.

Hay, en lo anterior, una lección que no puede perderse de vista. Con mayor razón si las demandas de cambio que ahora vemos, aunque con particularidades como la postergada temática indígena, son en general expresión de la frustración frente a los resultados y algunos de los instrumentos del proceso de reformas económicas de las últimas dos décadas, pero intentan mantenerse en el marco de la democracia y la economía de mercado, como dijo el presidente electo de Bolivia en su visita a España.

La comunidad de países iberoamericanos, donde España y Portugal sirven de enlace con la Unión Europea, y la próxima Cumbre de la Unión Europea con los países de América Latina y el Caribe, que se celebrará el próximo mayo en Viena, pueden ser instancias para reflexionar sobre lo anterior. No hay que perder el momento.