¿Experimentar o torturar?

Por Javier Llanos, doctor en Biología (LA VANGUARDIA, 08/06/06):

Un viejo debate de ámbito mundial, la experimentación con animales de laboratorio, ha resurgido recientemente en nuestro país. Los puntos de vista apenas han variado desde hace más de dos siglos: la opinión pública desaprueba abiertamente su uso (ya en 1822 el Parlamento británico aprobaba la ley contra la crueldad animal), mientras que la investigación científica no puede prescindir de los animales para continuar con su progreso.

Un nuevo capítulo se ha abierto -de manera indirecta- con la proposición no de ley de protección de los grandes simios, defendida por el grupo verde, adscrito al PSOE. De forma general, la propuesta pretende salvaguardar la supervivencia de un grupo de animales muy concreto. Se trata de unas pocas especies de primates, las más cercanas genéticamente al hombre. ¿Cómo no estar de acuerdo con la proposición? ¿Quién en su sano juicio puede estar a favor de la tortura o cautividad de ser vivo alguno? Es sin duda insensible no aceptar el derecho de estos seres vivos a ver garantizada su supervivencia, en libertad y sin dolor. A pesar de ello, la controversia se ha desatado con descalificaciones entre los principales grupos políticos: al parecer, existe en la proposición un intento por homologar los derechos de los simios al hombre. Rebuscada interpretación, cuando no parece ser ése el espíritu de la ley. Una vez más, la polémica desata el uso de argumentos frecuentemente carentes de racionalidad. De nuevo, el enfoque objetivo de la ciencia debería ser imprescindible.

Aunque esta ley parece no interferir con el desarrollo de la investigación científica, pues apenas se experimenta ya con este grupo de primates, sí debe hacernos pensar el que la propuesta seleccione el grupo de especies a las que se aplica. Sus valedores justifican que las especies escogidas de simios comparten nuestra sensibilidad, sentido de la identidad, categoría moral, y disponen de un alto grado de racionalidad, entre otras virtudes. Definen así un discutible criterio de elección, y por ello les envidio, pues han sido capaces de establecer un baremo a partir de aspectos subjetivos, imposibles de cuantificar. En cualquier caso, sólo los grandes simios aprueban el examen y quedan libres de cautividad, tortura o extinción.

Pero, ¿qué hay de los pequeños simios, con menos identidad, categoría moral o racionalidad? ¿Qué nota sacan éstos con aquel baremo intangible? De momento, suspenden, con lo que podemos seguir maltratándolos, aunque es de suponer que por poco tiempo. Con la flexibilidad de los criterios aplicados, es lícito seguir ampliando el rango de liberación, pasando por perros, pollos, hasta, por qué no, las plantas (así que ni siquiera ser vegetariano le aparta a uno de la tortura o la esclavitud). Todos diferenciamos un pino de un orangután, pero las diferencias genéticas a lo largo de su evolución se asemejan más a una rampa que a una escalera. La aplicación de baremos subjetivos implica abrir procesos sin fin. Para el mundo de la ciencia, la ley es cuanto menos inquietante. Gran parte de los trabajos de investigación no tiene otro remedio que seguir utilizando animales. ¿Hasta cuándo? ¿En qué momento el uso de ratones, cobayas o moscas será ilegal? Miles de estudios pueden quedar interrumpidos en un futuro no muy lejano. En este asunto sí parece que la peligrosa sentencia el fin justifica los medios tenga razón de ser. Ojalá algún día podamos prescindir de sistemas de investigación vivos no humanos para nuestro progreso. No es fácil defender una posición inmutable en este debate.