¿Fue justa la guerra de los Seis Días?

Durante dos mil años el pueblo judío vivió según una concepción del tiempo mitológica y no histórica. Los judíos lamentaban la destrucción del Templo hace dos mil quinientos años, pero no analizaban los acontecimientos que se producían en los lugares donde residían. La historia real la manejaban los no judíos, mientras que los avatares de los judíos los determinaba Dios, al que no se le podía estudiar sino tan sólo intentar ganárselo rezando y cumpliendo los preceptos.

El sionismo, como dijo Gershom Scholem, devolvió a los judíos la conciencia histórica. Y de hecho, los israelíes investigan intensamente su corta historia. Por eso, al cumplirse cuarenta años de la guerra de los Seis Días, en la prensa y en las universidades se estudia y comenta una guerra que, junto con la guerra de la Independencia en 1948, se considera la más importante en la historia del Israel moderno.

¿Fue una guerra necesaria? ¿Una guerra justa? ¿Se podía haber evitado? En mi opinión, fue por un lado una guerra justa, necesaria, pero por otro no.

Como recordarán, la guerra no empezó en junio de 1967 sino tres semanas antes, cuando el líder egipcio Gamal Abdel Naser comenzó a concentrar un gran número de tropas en el desierto de Sinaí, un territorio hasta entonces medio desmilitarizado aunque no existía un acuerdo claro que comprometiera a las partes. También ordenó la evacuación de los observadores de las Naciones Unidas, instalados en ciertos puntos de tránsito tal como fijaban los acuerdos alcanzados tras la guerra de Suez en 1956. Más grave todavía fue el cierre de los estrechos de Tirán a la navegación israelí. Ala amenaza egipcia se sumó también Siria, que concentró tropas en la frontera norte de Israel.

Ni EE. UU. ni ningún país occidental apoyó a Israel. Y el pequeño Estado judío se sintió solo en una situación donde su existencia se veía amenazada.

Junto a sus fronteras, estaban desplegadas grandes tropas de dos países enemigos, los cuales llevaban años proclamando su deseo de liquidar Israel. Todo eso obligó a llamar a un gran número de reservistas para incrementar la fuerza militar israelí, algo que paralizó la vida y la actividad económica del país. Un estado de guardia así no podía durar mucho tiempo, y por tanto a Israel no le quedó más remedio que ser el primero en disparar con el fin de alejar a Egipto y Siria de sus fronteras. La operación militar fue brillante y breve. Y sin duda, fue una guerra necesaria y justa pues era una cuestión de supervivencia. Que esa guerra era justa lo demuestra la resolución unánime del Consejo de Seguridad aprobada un mes después; en esa resolución, la 242, se decía con claridad: "No habrá retirada israelí de los territorios ocupados sin paz ni seguridad", y cuando se decía "seguridad" se refería a la desmilitarización del Sinaí y de los altos del Golán.

Así, la guerra de los Seis Días creó la fórmula de territorios a cambio de paz, la cual llevó doce años después a la firma de un acuerdo de paz entre Israel y Egipto. No obstante, esta guerra fue también injusta e innecesaria por la desgracia que acarreó a los palestinos.

Antes de nada, deseo recalcar que los palestinos no promovieron esta guerra. Como súbditos sin derechos civiles bajo el gobierno egipcio y jordano fueron meros espectadores y no participaron en los combates. Por supuesto ansiaban que los egipcios, los sirios y los jordanos ganasen la guerra y acabaran con Israel o al menos redujesen su territorio, pero no fueron parte activa en la guerra.

Si bien sí era necesario ocupar la franja de Gaza, donde entonces vivían sólo unos cuatrocientos mil palestinos parte de ellos en campos de refugiados, ya que suponía una garantía frente a las numerosas tropas egipcias asentadas a tan sólo 70kmde Tel Aviv, no era obligatorio en cambio ocupar Jerusalén Este y Cisjordania, donde residía la mayoría de los palestinos, pues Jordania, a diferencia de Egipto, no suponía una amenaza a la supervivencia del Estado judío y la participación de Jordania en la guerra había sido más bien simbólica.

Las relaciones entre Israel y Jordania han sido siempre complejas. Pese a la hostilidad oficial existente entre ambos países, había también acuerdos de facto para evitar conflictos graves. Jordania, que en 1948 tomó bajo su soberanía lo que es la actual Cisjordania y controlaba los santos lugares en Jerusalén Este, siempre evitó enfrentarse a Israel. Los altos mandos militares israelíes también eran reticentes a ocupar Cisjordania, pues allí estaba la mecha más peligrosa, sobre todo, en los campos de refugiados palestinos. La pequeña y débil Jordania no era ninguna amenaza real para Israel; por eso, cuando el primer día de la guerra los tanques jordanos dispararon contra Jerusalén como muestra de solidaridad con Egipto, Israel podía haberse contenido y conformado con lanzar algunos contraataques a modo de advertencia o haber ocupado algunas colinas próximas a Jerusalén y no iniciar una guerra con Jordania y meterse así de lleno en la vorágine del problema palestino.

Pero llevados por la sensación de victoria al ver que la mañana del primer día de guerra ya habían destruido la aviación de Egipto, Siria y Jordania, los mandos militares israelíes tomaron una decisión crucial y problemática: ocupar Jerusalén Este y Cisjordania, defendida por unas pocas tropas jordanas. Con este acto, en un contexto sin batallas de importancia excepto en algunos lugares de Jerusalén, Israel se enredó en el problema palestino, el cual hasta entonces había quedado en general controlado por el gobierno jordano. La herida de 1948 se reabrió. La anexión de Jerusalén Este a la parte occidental de la ciudad y la creación de asentamientos de colonos judíos en medio de ciudades y aldeas palestinas incrementaron el grado de tragedia en la lucha de dos pueblos por la misma tierra. También avivaron las frustraciones y fantasías palestinas, que se extendieron por Oriente Medio. Además, el debate sobre el futuro de los territorios ocupados empezó a agrandar la brecha en la identidad israelí, algo que aún puede desencadenar algún día una guerra civil.

A partir de junio de 1967 se inició un cambio en los elementos que hasta entonces habían conformado la identidad israelí: aumentó el peso de la tradición judía y se fortaleció la relación entre Israel y los judíos de la diáspora, lo cual dañó principios básicos del sionismo clásico, influido ahora por aspectos regresivos propios del exilio. El mayor daño fue la pérdida de la idea de fronteras. Si tuviera que definir el sionismo en dos palabras éstas serían fronteras y soberanía,dos ideas que cambiaron por completo la identidad judía tal como se había diseñado en la diáspora. Desde la guerra del 67, con la ocupación de territorios palestinos y la creación de asentamientos judíos en ellos, se esfumó una idea clave en la identidad de cualquier pueblo: la idea de marcar sus fronteras.

Esto dio lugar a algo grave: la división en la conciencia nacional entre la Tierra de Israel y el Estado de Israel. Como estaba claro que la ley israelí no podía aplicarse en los territorios, pues eso convertiría a Israel en un Estado binacional y tampoco se quería que se considerase que se daba una situación de apartheid hacia los palestinos, muchos israelíes, sobre todo entre la derecha religiosa, pusieron el concepto de Tierra de Israel por encima del de Estado y sus leyes. Ya en el primer manifiesto que redactaron los defensores de la Tierra de Israel nada más terminar la guerra, se decía que los israelíes no tenían derecho a devolver los territorios ocupados a los jordanos o a los palestinos, ni a cambio de paz ni a cambio del desarme. Y así se quebró el principio básico de la democracia por el cual es la mayoría de los ciudadanos la que toma las decisiones.

Los asentamientos de colonos profundizaron la división entre la Tierra de Israel y el Estado de Israel y agudizaron el conflicto entre religiosos nacionalistas y la mayoría laica.

En resumen, la gran victoria de Israel en la guerra de los Seis Días tuvo una consecuencia positiva: preparar el terreno para que con el tiempo se alcanzase la paz con Egipto y Jordania siguiendo la fórmula de paz por territorios,y esperemos que pronto sirva también para lograr la paz con Siria y Líbano, y una consecuencia negativa: romper con varios principios básicos en la identidad israelí incitando a una posible guerra civil, en caso de que algún día Israel acepte la división de la Tierra de Israel en dos estados soberanos.

Abraham B. Yehoshua, escritor israelí, inspirador del movimiento Paz Ahora. Traducción: Sonia de Pedro.