¿Hacia dónde va España?

Por GRACIÁN. Colectivo que reúne a 60 intelectuales y profesores de reconocido prestigio (ABC, 16/09/06):

¿CÓMO está ahora España? ¿Hacia dónde va? ¿Qué queremos los españoles hacer con ella? Hay que considerar, por una parte, que los cuerpos políticos pueden enfermar, e incluso si no se tratan bien y a tiempo pueden morir, disolverse, romperse. Platón y Aristóteles hablaron de las repúblicas enfermas (que identificaban con las no sujetas a leyes), y Rousseau señaló que cuando la comunidad política deja de funcionar, el pacto social queda roto, y cada individuo o grupo recobra su libertad natural de hacer lo que quiera. «Si Esparta y Roma han perecido, ¿qué Estado puede tener la esperanza de durar siempre?», escribió en su Contrato Social, en un capítulo que precisamente tituló «De la muerte del Cuerpo Político» (Capítulo XI del libro III). Muerte que, de hecho, hemos comprobado multitud de veces a lo largo de la historia. Como ha sido el caso, por citar sólo algunos ejemplos, de la Nación polaca (desapareció del mapa, hasta que en 1916 se proclamó de nuevo el Reino de Polonia), o de la palestina; y también el de la Unión Soviética; o, más cerca, en los Balcanes, el del Estado Federal de Yugoslavia, cuyos seis estados federales (autónomos) lucharon entre sí (Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro) hasta que consiguieron eliminar el cuerpo político común en el que se integraban, creando nuevos y más minúsculos Estados.

Parece lógico pensar, por otro lado, que el futuro de una comunidad política no se debe dejar al azar. Los efectos siempre corresponden a las causas, por eso somos previsores, pensamos en el mañana, para nosotros, para nuestra familia y, naturalmente, también para nuestra comunidad política. Esa es la razón por la que hoy día, tal como están las cosas, es lógico, lícito e incluso muy necesario preguntarnos qué está pasando con España, hacia dónde camina, si es que realmente va a alguna parte.

Nadie conoce el futuro. Pero saber lo que ya ha pasado, conocer bien el presente y aplicar a todo ello la experiencia, el sentido común y el conocimiento de los hombres puede llevar a advertir lo que se avecina en el futuro, si no se cambia la tendencia.

El pasado es bien conocido: España es uno de los cuerpos políticos más antiguos. Acaso nació en el año 201 antes de Cristo, cuando durante la segunda guerra púnica entre Roma y Cartago, aniquilado el ejército cartaginés en la decisiva batalla de Zama, se declaró la paz, Cartago abandonó Iberia, y ese territorio, también llamado Hispania, se convirtió en provincia romana. España nació definitivamente al mundo con plena autonomía y autocracia (soberanía, diríamos hoy) en el año 545, cuando se creó el Reino Hispano Visigodo, que incluso tenía una provincia gala (Septimania), y cuando poco después Leovigildo fijó la capital en Toledo, conquistó Málaga y Córdoba, fundó Victoriaco, la actual Vitoria, incorporó Galicia al Reino y se promulgó el Liber Iudiciorum, ley común aplicable a todos los territorios peninsulares. Iberia, Hispania, España, la Nación española, o como queramos llamarla, es una comunidad política muy antigua, lleva muchos años existiendo como tal.

¿Qué pasa ahora con España? Es un hecho que el proceso autonómico se ha desarrollado de manera general, homogénea y desbordando las previsiones constitucionales, y que eso nos ha llevado de hecho a un estado federal. Aunque la ley no lo diga, fácticamente hoy España es un estado federal, situación a la que nos ha traído el triunfo del uniformismo y una forzada interpretación «política» de la Constitución. Aquél provocó una «espiral diabólica» en la que, en una carrera sin final, una comunidad tras otra iban demandando más poderes. Hasta que ésta, la interpretación política, en un uso en fraude de ley del artículo 150.2 de la Constitución, supuso la quiebra del modelo constitucional y la implantación, por la vía de hecho, de un Estado español con diecisiete Estados miembros.

Pero la cosa no para ahí, y la espiral diabólica sigue su marcha: aunque la Constitución no consiente una confederación o una unión real de estados, ya hemos comenzado a sobrepasar el modelo federal, y estamos recorriendo la senda confederal. Se han dado muchos pasos que nos llevan más allá del esquema federal; primero de modo subrepticio, pero hoy ya a las claras, sosteniendo la confederación e incluso la separación. Estamos en una fase cualitativamente distinta, que es la del actual camino desde lo federal hacia lo confederal, el camino hacia un estado de tipo confederal o de características propias de la unión real de estados, con prestación de servicios comunes. Hay muchos ejemplos del camino confederal que estamos recorriendo, que subordinan España al poder de las comunidades: codecisión de éstas en la política exterior del Estado, administración única, negación de la Nación española como tal, conferencias sectoriales y conferencias de presidentes, educación, lenguas...

¿A dónde nos lleva esta senda? Si no cambiamos la tendencia, nos lleva a una comunidad de tipo confederal en la que el poder estará únicamente en manos de las comunidades autónomas. Por lo que otro fin posible es la desaparición de España, la muerte del Cuerpo Político Hispania. La espiral sigue, la senda confederal se intensifica y acelera, y ya se manifiestan con toda claridad voluntades secesionistas. Por tanto, el peligro de la desaparición de España es real. De momento, el fin es confederal y no de total desintegración, pero ésta no es impensable. Tal como van las cosas, negar el serio problema de la posible desaparición del Estado español es cerrar los ojos a la realidad de los cambios en curso, es practicar el avestrucismo político.

Todo esto lleva a plantearnos si la posible desaparición de España es algo bueno o malo. Y en este caso qué soluciones podemos dar al problema. A ambos asuntos se dedicarán los dos próximos artículos.