¿Hacia una recuperación nacional? También en educación

Los crímenes de ETA en Capbreton han producido un impacto tan fuerte que es claro que la política de Zapatero con ETA y con los nacionalismos está agotada. Su intención de paz era excelente, aunque incluía también, cómo no, la de perpetuarse en el poder. Ha fracasado. ETA y sus crímenes, los últimos particularmente, han puesto término, esperamos, a todo un programa político contra el cual infinitos argumentos no valieron de nada. ETA ha puesto ante todos los ojos un hecho inocultable: no fue paz, fue guerra cruenta lo que vino. Los hechos abren una nueva fase que puede intentar una recuperación de la única nación, la española. Por primera vez ha habido un encuentro de los partidos políticos, que juntos han escrito que van a trabajar por la destrucción de ETA. Esto significa una reversión de la política de Zapatero, que, sin quererlo, no ha atenuado, sino al contrario, la voluntad sanguinaria de ETA. Y la voluntad separatista de los llamados nacionalismos moderados.

El Partido Socialista en el Gobierno ha hecho ya cambios significativos, y se espera que haga más. En varios terrenos: el legal y político entre ellos. Hay un giro, ese giro tendrá que ampliarse, los hechos mandan. Y existen dos posibles y hasta probables consecuencias. Primera, en una política normal, este fracaso se pagaría con la retirada de su principal responsable. En todo caso, estamos ante un Zapatero número 2, más o menos creíble. El gran problema es lograr que todos hagan que el cambio sea real, pese a recuerdos amargos.

Segunda consecuencia: este fracaso impone un acuerdo estable con el Partido Popular. La alianza socialistas-nacionalistas hace agua. Estos se decantan hacia el independentismo y nadie puede aceptarlo. Zapatero ha quedado aislado, sin votos que le eran vitales. ¿Salida? La Gran Coalición, como en Alemania. Debe hacerse creíble, con varias puntualizaciones.

Primera, el núcleo del PP quiere un acuerdo. Propone fortificar la Constitución, objeto de ludibrio tantas veces, quiere proteger nuestra lengua común, reservar para el Gobierno de España los temas decisivos, modificar una Ley Electoral aberrante. Recortar excesos localistas. Dentro del Socialismo hay muchos que podrían aproximarse a este programa.
Y, segunda, se descubre la verdadera cara de los nacionalismos, que han mostrado mínima preocupación ante ETA y siguen con declaraciones y manifestaciones cada vez más claramente separatistas. Son indignos de confianza.

Los llamados nacionalismos se atribuyen el término «nación» («somos una nación») en la acepción primera del Diccionario («conjunto de los habitantes de un país regido por un mismo gobierno»). Se equivocan. En este sentido sólo hay una nación, que es España. Otra cosa es que unas minorías hayan propuesto la nación política como programa y que, aunque nunca ganaron el 50 por ciento de los votos, de varias maneras hayan atraído tantos seguidores. Utilizando mil recursos, de la lengua al caos ferroviario en Barcelona.

El sentido político de «nación» es reciente, viene de la Revolución francesa. El sentido antiguo es la acepción tercera del Diccionario, se refiere a personas unidas por orígenes y tradiciones, incluida o no una lengua. «Nación» deriva del latín nascor, «nacer». Los nacionalistas juegan al equívoco con una palabra que conviene a tantas regiones de España. La politizan e inventan una historia en cada región.

De resultas de todo, la nación que tenemos, España, atraviesa una profunda crisis. Y lo que son las paradojas de la historia, unos hechos crueles pueden ser el punto de partida para una reflexión que anule un curso equivocado. Para una recuperación. Ojalá. La pongo entre interrogaciones.

Voy a añadir, brevemente, la necesidad de que la recuperación se extienda también a la enseñanza. Todos conocen el problema y el nuevo informe PISA lo difunde. Aunque no hay, por hoy, un programa conjunto que nos recupere de tanta mediocridad, tanto alejamiento del Humanismo y del Conocimiento. Mejor hablar en positivo. Y hay preguntas que hoy no sabemos contestar: ¿en qué medida leyes que rebajan los niveles de exigencia crean una sociedad floja o en qué medida es al revés o en qué otra ambos hechos se retroalimentan?

En todo caso, todo comenzó con la Ley General de Educación del 70, en el tardofranquismo. De entonces hasta acá ha seguido lo que en el Congreso de Estudios Clásicos de Octubre, en Valencia, llamé una persecución, con algunos respiros. La LOGSE del PSOE continúa con leves retoques y el PP hizo menos de lo que esperábamos. Sobre todo cuando, después de 2000, tenía mayoría absoluta. Dejó la LOCE o Ley de Calidad, que algo avanzaba, sin plasmar en decretos. Ahora la LOE del PSOE de 2006 ha sido otro golpe.

No entro a fondo, pero algo he de decir al menos de las materias que más cultivo, Lenguas Clásicas e Historia, sobre la base de disposiciones de este mismo año. En la ESO, nada se gana respecto a la LOE: se sigue con el latín entre las ocho materias de las que hay que elegir tres. Y la Cultura Clásica sólo es «de oferta obligada» en tercer curso, a la par con una segunda lengua extranjera. Una situación miserable. Nos lo jugamos casi todo al albur de las Autonomías.

En cambio, algo avanzan las lenguas clásicas, es la verdad, en el Bachillerato. En la LOE la palabra «griego» no era mencionada y «latín» tampoco en el Bachillerato. Ahora, el latín y el griego aparecen como materias de Modalidad en el Bachillerato de Ciencias Humanas y Sociales: dos cursos de griego y dos de latín. Son cuatro cursos dentro de los doce entre los que el alumno ha de elegir cinco.

El panorama no es muy optimista. Irá mejor o peor según las Autonomías, muchos pensamos que ese riesgo debería evitarse. Hay, en todo caso, un declive difícil de recuperar en la enseñanza de materias que habían alcanzado en España un alto nivel y que toda la tradición humanística, incluida en tiempos del Socialismo, apoyaba. Igual la II República española, que creó instituciones de las que venimos nosotros. Porque se trata de lenguas y culturas que han permeado toda Europa, sin ellas ni existiría.

Pero déjenme dos palabras sobre la Historia en la ESO. La Historia se incluye bajo un título que dice «Sociedad, Geografía e Historia» y, dentro de él, en un capítulo «Las sociedades pre-industriales». Hay mucho bla bla bla pedagógico, pero del proceso de creación de la nación España nada se dice. E igual en el Bachillerato, en el que sí hay Historia de España pero se evita, ya hablé de esto en ABC, toda referencia a ese mismo proceso de creación de nuestra nación en la Antigüedad y la Edad Media. Con los romanos y los godos, la reconquista (no mencionada) y los acuerdos entre todos que siguieron. Malo que una nación no quiera conocer su historia y su ser.

El peor síntoma es que ante las aberraciones ya casi ni reaccionamos. Muchísimos se encogen de hombros. Igual en la Universidad. El proyecto de dar las cátedras con sólo presentar unos papeles se condena, claro, en privado, pero al público apenas trasciende. Y, también en la Universidad, hay el tema de los famosos acuerdos de Bolonia. Menos cursos, más vulgar uniformismo. La especialidad, que la paguen los que puedan dentro de un master (¡que eslatín magister!) ¿Y qué serán los cursos generales de Humanidades? Temo lo peor. ¡Y con la anterior ministra se había consensuado una Titulación de Español, otra de Filología Clásica! En fin, comencé diciendo que ahora se hacía posible una recuperación de España. Esperémoslo, al menos. Termino diciendo que habría que extenderla a toda la Cultura humana y científica. Exigiendo valor y trabajo.

Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia.