¿Hay una abstención inteligente?

Existe gente, políticamente consciente, de talante democrático, que hace tiempo que dice que no vota. Los motivos que la impulsan son muy diversos, pero uno observa, a menudo, que cierto desencanto hacia la democracia (la realmente existente desde hace tres decenios) es uno. ¿Esperaban demasiado, quizá? ¿Subsiste, en el fondo de su rechazo militante, cierta amargura? Imagino que todo el mundo conoce a alguno de los que piensan que la indiferencia, transformada en abstención, es el camino moralmente correcto.

Pero la verdad es que la abstención electoral solo favorece a los peores elementos de aquello que menosprecian los abstencionistas activos. (Estos son muy diversos de los patológicamente indiferentes, o pasivos). Aparte de esto, el abstencionismo activo roza a menudo el campo magmático del pasotismo y la apatía. En todo caso, un voto en blanco computa contra aquellos micropartidos de dudosa naturaleza política e ideología monomaniaca que podrían llegar más fácilmente al 5% que otorga la ley a la representación parlamentaria, autonómica o municipal. Si a usted no le gusta ninguno de los partidos, ni los candidatos, pero aún menos un micropartido potencialmente peligroso para la paz civil, su voto en blanco no apoya a ninguno de los partidos convencionales, pero le crea bastantes dificultades al aprendiz de brujo.

Algunos, yo mismo, estamos hartos de las leyes electorales de España. Por lo que respecta a Catalunya, consideramos muy decepcionante que pasen y pasen los años bajo los gobiernos de diversa ideología, y no se cree --pudiendo hacerlo-- una ley electoral catalana moderna, racional, con listas abiertas, y con cada ciudadano, un voto. Nos fastidia la persistencia de las cuatro provincias anticuadas para Catalunya. A veces contemplo un viejo mapa de las vegueries y sotsvegueries del Principado a finales del siglo XVII --antes de la derrota borbónica-- y, en lugar de sentir curiosidad de arqueólogo, o nostalgia de quien se afana por una patria que no tiene, las encuentro una maravilla de modernidad. Y que me disculpen los posmodernos y los expertos en demoscopia y sociología electoral. El mapa electoral que tenemos ahora da risa. O pena.

Existe un abismo entre el voto en blanco, de un lado --que también es voto de castigo--, que es un voto útil, utilísimo, en muchos sentidos, y la apatía política y la indiferencia, del otro. No hay peor error que no votar como respuesta a la estupidez de los partidos. Ellos mismos, si tenéis que juzgarlos por la imbecilidad de lo que, con nuestro dinero, llaman "campaña electoral", merecen que los mandemos a todos al infierno.

La pobreza de sus eslóganes, la incapacidad de razonar, ha llegado a los más altos extremos de necedad, especialmente en la publicidad en carteles y anuncios en la calle y en la televisión. Excepto algún debate en la radio o alguna entrevista en el periódico, los candidatos no explican, ni razonan, ni tampoco hablan. Afirman y prometen sin discurso racional, sin análisis de las prioridades y distribuciones de los recursos limitados. Lo que algunos llaman mensajes --que no lo son-- son afirmaciones vacías, diseñadas por empresas de márketing político de muy pobre calidad, incluso con criterios comparativos con otros países, que sufren el mismo mal: el de la banalización mediática de la democracia. A pesar de ello, la respuesta inteligente sigue no siendo la abstención, es decir, quedarse en casa y rascarse la panza.

Votar en blanco, en cambio, manda un mensaje: "Creo un poco en la democracia, pero no me gusta ninguno de vosotros". De paso, además, votando en blanco, a veces detengo a un loco. Una masa crítica de abstencionistas enfadados podría, un día, exigir de nuestra clase política que despertara de su complacencia y se diera cuenta de que los ciudadanos esperamos de ellos otra cosa, empezando por unas campañas menos aburridas.

Los que hoy votaremos sin demasiado entusiasmo, pensando en votos útiles y políticas eficaces para el pueblo o ciudad donde vivamos, a buen seguro sentiremos una nada secreta solidaridad para con los votantes en blanco que hayan abandonado las filas de los abstencionistas activos, es decir, de los desencantados, que tan bien comprendemos. La línea fina que separa su campo del nuestro, el de los votantes críticos, es capital. En este mundo los matices y las matizaciones se esfuman ante las disyuntivas sí/no. (Como cuando te casas, o aceptas o rechazas un trabajo). Pero en política existe la sugerente posibilidad del blanquinoso voto. Ni es inútil ni es neutro. Es útil, cívico, bien pensado, y libre. Lo que es inútil es la abstención. Todo sea dicho con respeto hacia los abstencionistas activos que también tienen sus buenas razones --parciales, a mi parecer-- para haber llegado a esa conclusión.

Tanto si hoy acudís a votar, como si os quedáis en casa, recordad que quien se abstiene tendrá poco derecho después a criticar aquella escuela municipal con pocos recursos, aquel alumbrado público deficiente, aquellas cloacas apestosas, aquella falta de seguridad ciudadana que depende de la política municipal. Recibirán los servicios que recibirán, pero se abstuvieron de orientarlo hacia un lado u otro de la vida pública. Lástima.

Salvador Giner, sociólogo.