¿Hubo de fundarse Israel?

Con la perspectiva que ofrece el poso de seis décadas, tras el reguero de sangre que no cesa de producirse y sin que se atisbe -a medio o largo plazo- una pronta y justa solución al conflicto árabe-israelí, cabe concluir que el nacimiento de un Estado judío en Palestina fue, hace 60 años, una decisión del todo precipitada, inoportuna e inadecuada. En concreto, la reciente invasión de la franja de Gaza y los centenares de muertos que las tropas israelíes están causando nos reafirman aún más en esta conclusión.

Hace sesenta años, los países árabes se opusieron en bloque a la partición de Palestina -hasta entonces bajo mandato británico- y a la creación de un Estado judío, dando inicio a un conflicto interminable que, en no pocas ocasiones, ha superado el escenario de Oriente Próximo y ha acarreado consecuencias a escala mundial. Nuestra memoria conserva, por ejemplo, el recuerdo del atentado en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 o de los sucesivos incrementos en el precio del petróleo como respuesta a la periódica reactivación de la inestabilidad política en la zona. Si la violencia sigue multiplicándose en Oriente Próximo, además de continuar causando centenares de víctimas podrá deteriorar todavía más la economía internacional, ya que los países árabes no dudarán en utilizar el precio del petróleo como arma de presión.

Después de la destrucción del templo de Jerusalén -acaecida en el año 69 después de Cristo- y del aplastamiento por las legiones romanas de los levantamientos judíos, el pueblo hebreo fue obligado a exiliarse de su país y errar por el resto de territorios alrededor del mar Mediterráneo. Era el comienzo de la diáspora. Se convirtió en un pueblo sin tierras que cultivar o en las que su ganado pudiera pastar. Pero los judíos demostraron pronto su gran habilidad para otras tareas que les reportaron mayor prosperidad, como el comercio y la artesanía.

Desde la segunda mitad de la Edad Media hasta finales del siglo XV se sucedieron las expulsiones de judíos de los reinos cristianos. La intolerancia religiosa y cultural, su calificativo de pueblo 'deicida' y -debemos tenerlo en cuenta- la envidia que despertó el éxito de sus negocios fueron sus causas fundamentales. De hecho la expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492 provocó la pérdida de un capital humano de gran valor, hábil y emprendedor. Es compartida la opinión de que el hecho de que los judíos abandonasen nuestro país restó muchas y consecutivas oportunidades al desarrollo comercial, industrial y también cultural de España durante casi cinco siglos. En cualquier lugar del mundo, y en casi dos mil años, los judíos han sobresalido en todo tipo de campos intelectuales, artísticos y científicos.

Ahora bien, no todos los judíos dejaron España en los tiempos de los reyes Fernando e Isabel. A quienes se bautizaron les fue permitido quedarse. Eran los 'conversos' o 'cristianos nuevos', que a lo largo de décadas siguieron estigmatizados por su origen étnico o religioso judío. En el transcurso de medio milenio, aquellos otros que sí marcharon de los reinos de la actual España, conocidos como 'sefardíes' o 'sefarditas', han conservado un dialecto del castellano antiguo (el ladino) y la nostalgia -equiparable a la añoranza por el antiguo Israel- de la tierra ibérica ('Sefará'). La cultura judeo-sefardí, curtida dentro o fuera de la Península Ibérica, es también -jamás lo olvidemos- cultura hispana.

Acabadas las atroces guerras de religión en Europa y llegada la Ilustración, ya en el siglo XVIII, el hecho religioso y cultural judío volvió a ser más aceptado. En la segunda mitad de la siguiente centuria, coincidiendo con el auge del nacionalismo en Europa y América, los judíos -de la mano de Theodor Herzl- fueron elaborando una ideología política (el sionismo) que reivindicaba la creación de un Estado confesional en Palestina que agrupase a los hijos de Israel dispersos por todo el mundo. Los guetos de las ciudades se agruparían en un único gueto, en un Estado independiente bajo la tutela de las leyes judías, y a la sombra del Muro de las Lamentaciones del templo destruido de Jerusalén. Como resultado, la inmigración judía a Palestina fue aumentando vertiginosamente en los primeros decenios del siglo XX, a igual ritmo que sus tensiones con la población árabe, en su mayoría musulmana.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1945), la sociedad internacional descubrió horrorizada el exterminio planificado de alrededor de seis millones de judíos europeos, víctimas de los nazis en los campos de concentración. Contemplando como telón de fondo la tragedia del Holocausto, los países occidentales -especialmente Estados Unidos, influenciado por el poderoso 'lobby' judío- se mostraron en mayor disposición de permitir concesiones al pueblo hebreo, aun en perjuicio de la población árabe. El Estado de Israel lo llegaron también a concebir, en suma, como una deuda histórica de la comunidad mundial hacia los judíos.

Es evidente que los grupos nacionalistas judíos buscaron y consiguieron explotar al máximo su rol de principal víctima de la Segunda Guerra Mundial en los años siguientes a la finalización de la contienda. La creación del Estado de Israel obligó a buena parte de la población árabe a abandonar el país en el que había nacido y en el que las generaciones que la precedieron también lo habían hecho. Justamente, la mayoría del millón y medio de habitantes que pueblan la franja de Gaza son descendientes de los refugiados árabes que abandonaron sus hogares cuando el Estado de Israel se proclamó en 1948. Como consecuencia, hoy en día, la franja de Gaza es uno de los territorios más superpoblados del mundo.

Israel, nada más proclamar su independencia, se convirtió en un fortín. La seguridad nacional fue su prioridad, con el fin de evitar las incursiones en su territorio bien por los ejércitos árabes o bien por los grupos terroristas. La amenaza nunca ha sido una quimera, siempre fue real. Pero de casi todas las guerras que se han sucedido durante estos últimos sesenta años Israel ha salido fortalecido y ha ido consolidando o ganando territorios. Los países árabes, después de su estrepitosa derrota en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, comprendieron definitivamente que el Estado de Israel no iba a desaparecer de la faz de la tierra por campaña militar alguna. Precisamente, durante esta contienda, Israel ocupó la franja de Gaza para crear una zona de seguridad, como parece que es también su intención en la actualidad.

No hemos de dejar de reconocer méritos al Estado de Israel. En pocas décadas, los judíos han logrado forjar allí una identidad nacional a partir de una historia y una religión comunes, si bien esta última es ahora profesada con fervor por sólo una minoría. El pueblo judío ha logrado, asimismo, un desarrollo económico sin parangón en Oriente Próximo, que a pesar de las inyecciones económicas del exterior se ha distinguido, más bien, por su cariz casi autárquico. A diferencia de sus países vecinos, en muy pocos años los judíos fueron capaces de transformar tierra prácticamente desértica y estéril en terrenos fértiles con ricos regadíos. Resulta curioso que, aún hoy, desde el espacio exterior, los límites del Estado de Israel pueden ser visibles ya que dentro de ellos domina el color verde, frente al amarillo o marrón que identifica a las naciones árabes colindantes, carentes de tierras de cultivo.

No obstante, creo que fue un error la partición política de Palestina. Pienso que hubo posibilidad de ensayar la creación de un único Estado laico y democrático -con el apoyo de la comunidad internacional-, en donde judíos, musulmanes y cristianos cupieran con los mismos derechos. Al declararse como Estado confesional, Israel relegó a los no judíos a ciudadanos de segunda. Pero Israel es, en la actualidad, un país secularizado en términos sociológicos, a nivel semejante que el conjunto de Occidente, aunque su estatus político y su jurisprudencia quieran conservar su identidad religiosa. Por consiguiente la religión hebrea sirve, para muchos israelíes de ascendencia judía, de puro pretexto para defender la independencia del país, preservar su privilegiado bienestar y, también ahora mismo, bombardear indiscriminadamente a la población de Gaza.

Borja Vivanco Díaz, Doctor en Economía y licenciado en Sociología.