¿'Iraquización' de Líbano?

Aligerado de la tutela siria, el escenario libanés se ha convertido en importante ámbito de enfrentamiento de dos importantes conflictos afincados plenamente en la crisis Oriente Medio. Y, por si era menester una nueva prueba de ello, el último asesinato del ministro de Industria, Pierre Gemayel, lo demuestra fehacientemente.

El primer conflicto, que opone a Estados Unidos y a su aliado israelí con Irán y Siria, guarda relación con la aspiración a la hegemonía política y militar que Estados Unidos desea ejercer en la región en el marco de la lucha global contra el terrorismo denominado islamista cuyo epicentro se encontraría en Oriente Medio. El segundo conflicto, mucho más antiguo, se refiere a la ocupación israelí de territorios palestinos y sirios desde 1967 y de territorios libaneses desde 1978. La política de represalias israelíes contra Líbano encontró en su día el pretexto de la presencia armada palestina; en la actualidad se trata del movimiento de Hizbulah al que se tiene por instrumento de Irán y Siria. Otro factor que ha complicado más la situación libanesa ha sido la torpeza y escasa habilidad - involuntaria o pretendida- de las Naciones Unidas. Con ocasión de la retirada israelí del sur de Líbano en el año 2000, las Naciones Unidas rehusaron exigir al Estado de Israel que sus fuerzas armadas se retiraran tras la línea fronteriza internacional entre los dos países, ratificada por el acuerdo relativo a un armisticio entre Líbano e Israel tras la guerra de 1948. En cambio, han impuesto a Líbano una línea de retirada de las fuerzas armadas israelíes diferente, la llamada línea azul.Ahí radica el origen del problema del reducido territorio de 42 kilómetros cuadrados llamado de las granjas de Chebaa, ricas en recursos acuíferos.

Las Naciones Unidas no mejoran tampoco las cosas al no lograr que Israel evacue totalmente los territorios que ocupó el verano pasado y cese en sus violaciones del espacio aéreo libanés. Además, la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que demandó el cese de las hostilidades entre Líbano e Israel en agosto es objeto de interpretaciones divergentes. Para los países occidentales y sus partidarios en Líbano, la resolución en cuestión debe resultar en el desarme de Hizbulah a fin de que Israel no se sienta amenazado y deje de aportar pretextos para proseguir con sus represalias. Tal interpretación se basa en la resolución 1559 de septiembre del 2004 que demanda el desarme de todas las milicias que operan en territorio libanés. Algunos de estos países occidentales están dispuestos a dar tiempo al Gobierno libanés para lograr el desarme de Hizbulah, en tanto que otros se muestran más impacientes; en especial, Israel y el Gobierno estadounidense. Por el contrario, a juicio de muchos libaneses, Hizbulah no es una milicia,sino un gobierno de resistencia legítimo, necesario para prevenir nuevas agresiones o actos de ocupación israelíes de territorios libaneses. A juicio de otros, las armas de Hizbulah constituyen un grave atentado a la estabilidad e independencia del país.

Desde hace varios meses, el Gobierno libanés permanece sordo a los llamamientos de Hizbulah pero también a los del principal partido cristiano, el del general Aun, y de otras formaciones políticas suníes y drusas en orden a la constitución de un gobierno de unión nacional o, en su defecto, a la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas para rehacer una autoridad política en proceso de disgregación por la presión internacional desde hace dos años. Sostenido en último extremo por los países occidentales, el Gobierno libanés ha permanecido sordo a estos llamamientos; de ahí la reciente dimisión de los ministros de la comunidad chií, que ha coincidido con el auge de las polémicas sobre el funcionamiento del tribunal internacional para detener y juzgar a los responsables del asesinato de Rafiq al Hariri y de los crímenes subsiguientes. La cuestión de las competencias de este tribunal divide, también, a los libaneses parte de los cuales temen que represente una amenaza constante contra las personalidades políticas libanesas reticentes a entrar en el juego de EE. UU. e Israel.

Empeñándose en no atender como es debido a las complejidades y la fragilidad del panorama libanés, los medios de comunicación y políticos occidentales someten a Líbano a una presión creciente. Según su punto de vista, el país está partido por la mitad entre demócratas prooccidentales que es menester ayudar a toda costa (a riesgo de inmiscuirse en los asuntos internos del país) y prosirios a los que hay que denunciar y combatir sin darse punto de reposo ya que siguen el juego de Siria e Irán en la región. Naturalmente, la realidad del país es infinitamente más compleja. Quienes se oponen a la política de EE. UU. e Israel no son automáticamente admiradores de Siria e Irán.

El juego que se desarrolla en Líbano es muy peligroso y puede degenerar en cualquier momento, conduciendo a una iraquización de la situación. Los países occidentales, en lugar de ejercer presiones directas y a través de la ONU indirectas sobre la población libanesa, deberían preocuparse de presionar a Israel para que se ajuste a los principios del Derecho internacional retirándose de los territorios árabes aún ocupados, normalizando así su existencia en Oriente Medio. Porque lo cierto es que esta región del mundo sigue siendo un juguete de la geopolítica internacional y de las ansias de poder. Rindamos aquí homenaje al Parlamento Europeo, que durante la guerra de Líbano recordó la necesidad de aplicar todas las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto palestino-israelí para alcanzar la paz.

Georges Corm, profesor universitario, ex ministro de Economía de Líbano. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.