¿Islamismo en Europa?

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 09/08/04).

El informe de la comisión estadounidense bipartita sobre el 11 de septiembre del 2001 ha recibido una gran publicidad y ha sido ampliamente elogiado. Será un clamoroso éxito de ventas. Esos elogios son más que merecidos en cuanto al trabajo de investigación; ahora parece que parte de la sabiduría tradicional sobre los terroristas, y sobre la forma en que se organizaron y prepararon el ataque, estaba bastante equivocada. Sin embargo, la comisión es mucho menos categórica cuando intenta analizar las razones y los motivos más profundos, esto es, los antecedentes generales de la ola de terrorismo de los últimos años.

El informe alega que no estamos tanto ante una "guerra contra el terrorismo" como ante un enfrentamiento con una ideología. Sostiene que el terrorismo no es una ideología, sino una táctica que puede utilizar cualquiera, de izquierdas y de derechas, religioso y secular, que quiera conseguir sus objetivos.

Ahora bien, éste no es un descubrimiento nuevo y sensacional. Lo mismo puede leerse en todas las obras clásicas sobre terrorismo de hace treinta y cuarenta años. También es cierto que la Administración Bush y otros gobiernos occidentales han desatendido gravemente la dimensión política en el enfrentamiento con el islamismo radical; lo que ahora se denomina diplomacia pública, ya que el término propaganda ha caído en el descrédito.

Sin embargo, todo esto no nos lleva muy lejos, puesto que los terroristas no sólo son creyentes de una ideología (o una religión), también son fanáticos. Y ¿cómo nos enfrentamos al fanatismo? Desde luego no mediante debates teológicos ("mi religión es mejor que la tuya"), ni con buena voluntad ecuménica ("todos creemos en un mismo Dios"), ni con diálogos filosóficos. Tal vez con un fanatismo que sea aún más extremista que el de la parte contraria, aunque algo así ya no puede encontrarse en el Occidente actual, con su firme creencia en la libertad y la tolerancia.

No obstante, el problema es aún más hondo. Estudios realizados entre jóvenes militantes musulmanes en la Europa occidental (aunque también en Egipto y otros países) han revelado que los más agresivos no son en modo alguno los más fervorosos, los practicantes más estrictos, los creyentes más fundamentalistas. Todo tipo de factores nacionalistas, culturales, sociales y psicológicos, incluso sexuales, desempeñan un papel en el nacimiento de un terrorista. Estos aspectos no se han estudiado lo suficiente; la agresividad y el fanatismo se cuentan entre los temas más desatendidos por la psicología política, y sería interesante saber por qué.

La historia nos ayuda un poco a intentar comprender el fenómeno. Nos muestra, por ejemplo, que el fanatismo no dura para siempre. Sólo pasó un breve periodo desde los primeros orígenes del islam austero entre tribus del desierto hasta el florecimiento cultural del sofisticado y esplendoroso Bagdad de Harun Al Rashid, con su extraordinaria tolerancia.

En la actualidad, el pulso de la historia late más deprisa y, puesto que el terrorismo es más una cuestión de sublevación generacional, a medida que una generación sustituye a otra, las perspectivas de Europa (por dar sólo un ejemplo) podrían ser menos funestas de lo que a veces parecen.

Los jóvenes musulmanes radicales de Europa, los reclutas más probables de Al Qaeda, afirman que aborrecen la decadente civilización occidental y su pérdida de moral, la exhibición de personas medio desnudas, la homosexualidad, la pornografía, el consumo de alcohol y de cerdo, y otros pecados; sociedades basadas en el entretenimiento frivolo en lugar de en el cumplimiento de los deberes religiosos.

Todos estos sentimientos son reales, pero, al mismo tiempo, sus militantes quedan fascinados y se ven atraídos por esa sociedad perversa, sienten envidia de quienes tienen dinero para disfrutar esa forma de vida y no están atrapados por las limitaciones impuestas a su grupo. Desearía uno que los fanáticos que amenazan la democracia se dejasen persuadir por los textos de Voltaire, John Locke y las ideas de la Ilustración, que optaran por la tolerancia en lugar de la agresividad y el fanatismo. Sin embargo, por desgracia es mucho más probable que sean los aspectos negativos de nuestra civilización los que tengan un impacto mucho más corrosivo en su estructura mental y emocional. Para conservar el impulso del fanatismo se precisa aislamiento; rodeado de tentaciones omnipresentes es prácticamente imposible. Por ende, parece que sólo es cuestión de tiempo que el ímpetu del fanatismo islámico en Europa decaiga. Con la llegada de la televisión y de internet, ni siquiera las sociedades de Oriente Medio y el norte de África están ya a salvo, al menos en cuanto a la penetración de la corrupción. Una de las ironías de la política contemporánea es que cadenas de televisión como Al Jezira, pensadas en sus orígenes para atacar y criticar a Occidente, socavan indirectamente su propia causa y ayudan a difundir los estilos de vida occidentales sólo con mostrar cómo vive la gente en Occidente, cómo funciona la política occidental, la mentalidad crítica con la que los occidentales ven a sus gobiernos.

Sin embargo, también es cierto que este proceso durará años, tal vez muchos. El fanatismo se irá erosionando, pero se trata de una carrera contra reloj. La mayor amenaza de la guerra fría no era la ideología soviética -¿quién seguía tomándosela muy en serio después de los años cincuenta?-, sino algo muy diferente. En la actualidad, la amenaza no es la ideología islamista, sino el acceso a las armas de destrucción masiva. Ésta es la diferencia principal entre el antiguo terrorismo y el nuevo, el hecho de que hace cien años, o incluso cincuenta, los terroristas sólo podían causar daños limitados porque sus armas no eran tan eficaces. Y aunque no hubiese sido así, también se habrían sentido coartados para incurrir en el asesinato de masas. En nuestros días poseen ese potencial de destrucción y algunos han dejado de lado toda reserva. Por eso no tiene mucho sentido proclamar que el terrorismo no es más que una táctica militar. Eso quiere decir que, una vez realizada toda la labor de investigación sobre el 11-S, las diferentes comisiones deberían reunirse de nuevo e intentar afrontar algunas de las cuestiones más básicas.