¿Lo de Valencia va en serio?

Qué lejos queda Catalunya de la Comunidad Valenciana? Hay momentos en los que pienso que Catalunya, de un tiempo a esta parte, queda lejos de muchos sitios, incluso de los vecinos, y habría que preguntarse por qué. Pero hoy eso no toca, hoy vamos a Valencia, donde están sucediendo una serie de cosas, no sé muy bien si acontecimientos, porque buena parte de ellos son inquietantes y apenas si estamos en el comienzo. Las recientes elecciones autonómicas y municipales han tenido en la Comunidad Valenciana un efecto tan singular que merece la pena que nos detengamos a pensarlo, porque parece como si no hubiera pasado nada y ¡vaya si ha pasado! Nadie quiere recordar que para oponerse al efecto arrollador de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, el mismísimo Zapatero exigió a la vedette oficial del socialismo valenciano, Carmen Alborch, que compitiera con ella y frenara las ínfulas del Partido Popular. El resultado fue desolador y no he encontrado medio de comunicación donde se diera puntual noticia de este descalabro. Las dos apuestas personales del presidente Zapatero - Sebastián en Madrid y Alborch en Valencia- se saldaron en algo más que fracasos, casi diría que en quiebras que cuestionan incluso al propio Partido Socialista que lo asumió. Miguel Sebastián salió corriendo, y la que fuera icono de la posmodernidad valenciana ha de asumir - ¿por cuanto tiempo?- el papel de concejal de tropa residual.

Pero hay más. Después de que el Partido Popular se sometiera en la Comunidad Valenciana a una lucha de facciones entre "campistas" (de Camp) y "zaplanos" (de Zaplana, el pincel más fino del sultanato pepero, ¡qué corbatos! -la gente usa corbatas, lo de Zaplana son otra cosa que va más allá, han de ser "corbatos", un aditamento tan masculino y tan racial que el propio Ortega y Gasset llegó a decir que la corbata era el único resto que le quedaba al hombre del gallo que fue-, después de esa encarnizada batalla, digo, los socialistas esperaban ver correr la sangre de sus adversarios, basando en eso parte de su supuesta victoria, y resultó que un tipo aparentemente mediocre, calculador, discreto, dueño de lo suyo y consciente de que la propiedad del territorio la consiente el poder y nada más que el poder, desplazó a los zaplanistas hasta casi la linde de la Comunidad, y se quedó con todo, apenas unas migajas para el derrotado Zaplana y sus zaplanos. "El pollo de Benidorm" tiene los días contados, y él, que no es inteligente pero sí sagaz, lo sabe, y algo preparará para que le quede un condominio; como no podrá ser Sicilia, que allí está todo ya cubierto, habrá de ser hacia Alicante.

Lo cierto es que la confianza en la quiebra del PP, basada en su escabechina interna, fue un fiasco. ¡Vaya mierda de partido aquel que ha de esperar que su enemigo se despedace para poder tener alguna oportunidad! Pero ni así. El PP en la Comunidad Valenciana ha arrollado, consiguiendo una mayoría absolutísima y metiendo al denominado Partido Socialista del País Valenciano (PSPV) en un pozo en el que curiosamente se siente igual que el barón de Munthausen, quien según la leyenda, aseguraba a su enemigo que si le sacaba le perdonaba la vida. Pero lo que tiene su aquel es que el PSPV, que dirige un tipo de la escuela política de Buster Keaton que responde al nombre de Ignasi Pla, no se ha dado por enterado de la derrota, y lo que es más insólito, no parece que haya nadie entre la militancia, ni en la dirección ni en la base, que haya exigido, como mínimo, que se vayan a la mierda y, como máximo, un debate. Nada. Ni los ínclitos estrategas de la calle Ferraz de Madrid ni el militante socialista más perplejo y menos cazillero - de cazo- han exigido que las vías sobre las que marcha el tren de alta velocidad de los socialistas valencianos va directamente al abismo.

Y siempre surge la pregunta del millón. ¿Cómo es posible que la Comunidad Valenciana, que fue bastión republicano durante la guerra incivil, depositaria de tradiciones izquierdistas como no existieron por estos pagos, que fue gobernada por los socialistas desde el primer instante de la transición, ha sido posible llegar a esto? Socialista fue la alcaldía de Valencia y socialista fue la Generalitat valenciana durante las tres legislaturas que presidió Joan Lerma, uno de los políticos que logró consagrar la mediocridad como categoría óptima para que seas siempre el último y más olvidado de la fila. No sé si cometemos un error los que escribimos sobre historia, y es el de detenernos en grandes figuras, marginando a los auténticos protagonistas, los mediocres. ¿Quién carajo se acordará dentro de unos años de un tipo que se apellidaba Chávez, actual presidente del PSOE? ¿Y Lerma? ¿Quién se acuerda hoy de Posada Herrera, fundamento de poder en la España decimonónica? La gente cita a Cánovas del Castillo, mediocre en todo - como historiador, poeta y escritor- pero grande de ambición. ¿Pero de Lerma, el valenciano, quién se acuerda? Yo pensaba que se había retirado y fue necesario un viaje a Valencia para enterarme que ahora es senador. Ahí están parte de las claves que explican por qué los socialistas perdieron la Comunidad Valenciana, pero eso no ilumina los motivos por los que siguen aún en caída libre. Y no los para nadie.

En pocos lugares he encontrado, como en Valencia, tan finos analistas y tan frustrados políticos. Escribe el historiador - y político- Javier Paniagua que la influencia de los profesores universitarios en el PSPV y en los tres gobiernos autonómicos de Joan Lerma ha sido letal para el socialismo valenciano. Es una agudeza sarcástica que a lo peor tiene razón. Tierno Galván, el incombustible, era un profesor de dudosa reputación que se convirtió en buen político el día que dejó de hacer el gilipollas, aplicó sus conocimientos a lo inmediato y cortó sus ambiciones por la mitad. De presidente de la República, que le proponía Santiago Carrillo, a alcalde de Madrid que le propuso Alfonso Guerra, humillándole con golpecitos en los nudillos para que aprendiera humildad, hay un paso, y es la inmersión en la realidad. El socialismo español hoy padece el virus de la letargia. Gobernó durante tanto tiempo, y tan seguido, que se estiró demasiado; hubo de crecer y no le daba el traje. Padecemos el síndrome del socialismo valenciano; estamos perdiendo, no preocuparse, ya cambiarán los tiempos. Rita Barberá, que quitó a los socialistas la alcaldía, lleva en el cargo desde julio de 1991, caso sin precedentes democráticos. Incluso en el franquismo, el alcalde Rincón de Arellano apenas si llegó a los once años y eso que había ganado la guerra civil. La Comunidad Valenciana la controla el PP y sin oposición, cosa insólita en comunidad alguna, desde 1995, y en incremento sucesivo.

Yeso en términos humanos, cotidianos, sencillos, qué significa. Pues eso se traduce en que el PP ha superado al PSOE en l´Horta por primera vez, dominando 23 municipios frente a 19 de los socialistas. Que la supuesta izquierda radical del Bloc es capaz de pactar con el PP en Almussafes y repartirse el tiempo de legislatura. Que el PP puede ofrecer a los caídos por la patria inexistente - oh, ¡Els Països Catalans!- sacar el tema del urbanismo, donde están metidos hasta el corvejón, de la confrontación política, exactamente igual de lo que pretende Zapatero con Rajoy a propósito del terrorismo. Y eso si, mucha falla y mucha iglesia. Se acaba de inaugurar, sobre 3.200 metros cedidos por el ayuntamiento de Valencia, el primer templo dedicado a San José María Escrivá de Balaguer, en la parte más moderna de la ciudad, y hay que verlo con su retablo de Romano Cosci y la reliquia dental del fundador del Opus - ¿qué muela será? ¿La del juicio?- y el arzobispo Agustín García-Gascó, un genuino representante de la Nueva Inquisición, está apunto de cerrar la operación que permitirá construir una Parroquia de los Mártires de 1936, 3.300 metros cuadrados, también - ¡oh casualidad!- cedidos por el ayuntamiento, que por cierto imagino que debe vivir en pecado, pero que está a punto de ganar el cielo en vida. El reverendo García-Gascó puede garantizar que las inclinaciones sexuales dan lo mismo si uno paga tributo a la Iglesia.

Porque debemos empezar a pensar en algo poco común entre nosotros pero que es el futuro inmediato. La transversalidad. Valencia, su comunidad, su sociedad, su historia, demuestra que todo es transversal. Que se puede ser lesbiana y católica, apostólica e incluso romana. Que se puede ser rico y socialista radical. Que se puede ser todo y al tiempo lo contrario, porque al fin y a la postre, todo se lo llevará la gran cremá. Fíjense sino en el caso Blasco. Ricardo Blasco, un profesional de la política como pocos en la historia de España. Yo me acuerdo de él cuando estaba en el FRAP y fue detenido, torturado y encarcelado. Luego pasó al PSOE, o el PSPV, para entendernos. Fue consejero de Lerma y sus comilitones le prepararon una celada y le acusaron de corrupción; ni más menos que ellos, todos trabajaban para lo mismo, es decir, el pecunio propio y la organización, por este orden. Salió libre de los juzgados, que no de la honestidad personal, pero eso son cuestiones que a usted se las pueden explicar en cualquier gabinete de relaciones exteriores de Iberia, Telefónica o Renfe. Pasó al Partido Popular y hoy es consejero de Emigración en el gabinete de Camps. ¿A que nadie le ha contado a usted que acaba de nombrar como número dos de su departamento a Gotzone Mora, la equívoca militante de los socialistas vascos? Está visto que deberían montarse autocares para visitar la Comunidad Valenciana, y no precisamente del Imserso sino de la clase política. Valencia marca un camino. No sé si funcionará o no, pero de momento arrasa. Y nosotros discutiendo sobre si debemos hacer un "embate" al gobierno de Madrid. ¡Un embate! ¿Y hay gente que duda sobre si dar una hora más de castellano? ¡Que las quiten todas, qué cojones!

Gregorio Morán