¿O 'caixa' o 'faixa'?

He observado estos días, entre atónito y entristecido, el espectáculo en torno a los referéndums independentistas que se han celebrado en Catalunya. Nada tengo que decir con relación a que se defiendan, desde posiciones democráticas y pacíficas, las ideas que se consideren convenientes. Es más, debemos, sin duda, defender ese derecho aunque sus fines nos parezcan nefastos. Y no es con prohibiciones como se combaten estas cosas, sino con argumentos y con la fuerza de la convicción en lo que se cree.

No voy a pronunciarme, pues, respecto a los resultados de los mismos que son irrelevantes jurídicamente, ni tampoco en cuanto a sus eventuales efectos políticos que, a lo que parece, preocupan sobre todo a sus diversos impulsores, o a los que, desde el extremo opuesto, barren para su casa.

Pero sí que, después de sopesarlo mucho, y con la voluntad explícita de no volver a la pugna política de partidos, me siento en la obligación - si quieren moral-de decir algunas cosas al respecto.

La historia de Catalunya es muy rica y compleja. Y está llena de episodios de seny y de rauxa.De sentido común y de arrebatos insensatos. Y, por cierto, más llena de lo segundo que de lo primero, en contra del tópico.

E, inextricablemente ligada a la historia del conjunto de España desde hace siglos, porque, política, social, cultural y económicamente, Catalunya ha formado parte de un proyecto y de una realidad política que se llama España.

Y me parece evidente que no se puede negar a Catalunya su especificidad en ese proyecto global. Algunos llaman a eso nación.Y tienen razones. Otros consideran que la nación es España. Y tienen muchas razones. La Constitución marca claramente una línea de consenso: la nación es España y, por lo tanto, es la titular de la soberanía nacional, y está constituida por nacionalidades (por lo tanto, con características "nacionales", pero sin ser titulares de soberanía) y regiones. Y bien estuvo este hallazgo. Y bien estaría conservarlo. Porque fue un magnífico punto de encuentro. Y de equilibrio.

Pero de nuevo me parece imprescindible defender el derecho de todos aquellos que cuestionen la titularidad de la soberanía que plasma la Constitución, para plantear su modificación. Pero me parece, asimismo, imprescindible, defender el cumplimiento de la ley. Si no, entramos en un terreno imposible de transitar. Con la ley, todo. Y sin la ley, nada. Estado de derecho, sin más. Y si se quiere cambiar la ley, por las vías democráticas y con respeto escrupuloso a las reglas del juego. Sin trampas ni atajos. Si no, el lío en el que nos podríamos meter no tiene salida.

Voy al título de este artículo. El general Prim, eximio militar y político español (originario de Reus, y que llegó a primer ministro de España en el convulso siglo XIX), en la batalla de Castillejos, en el Rif del protectorado español en Marruecos, arengó a sus tropas con la expresión: o caixa de muertos, o faixa de general. Dicho de otro modo: muerte, o gloria y honor. Encomiable en una batalla y lógico en un militar. Nada que decir.

Pero ni estamos en una guerra ni es aplicable la lógica militar. Ysí que, en cambio, conviene recordar que la rauxa no suele llevar a nada bueno. O ¿es que, alguien, en su sano juicio, es hoy capaz de defender, por ejemplo, los episodios del 6 de octubre de 1934, máxima expresión de una rauxa absurda e irresponsable?

Mi desasosiego viene del riesgo perceptible de que se nos quiere llevar a la lógica de la caixa o la faixa.Como si esto fuera una batalla de una guerra, en la que derechos elementales quedan conculcados ante la necesidad de ganarla. Ymi desasosiego viene de que, por un lado, algunos miran hacia otro lado, intentando minimizar lo que pasa, porque desean permanecer en el poder, otros lo maximizan para ganar posiciones electorales, y unos terceros, a partir de la ambigüedad, lo minimizan o lo maximizan, según los días y según convenga.

Y creo que ha llegado la hora de pedir claridad. Es obvio que algunos son muy claros: quieren la independencia de Catalunya, "superando" el actual marco constitucional. Y están en su derecho. Otros deseamos que el destino de Catalunya y el de España sean el mismo, una integrada plenamente en la otra, en el marco de la Constitución. Y estamos en nuestro derecho.

Pero ni caixes ni faixes:respeto a las reglas del juego, Estado de derecho y primacía de la ley. Y defensa democrática, en el marco establecido, de las posiciones de cada cual. La mía, personalmente, es evidente, y creo, sinceramente, que no estoy solo: me siento, y quiero seguir sintiéndome, catalán, español, europeo y occidental. Al mismo tiempo y sin contradicciones identitarias. Y sé que otros sí las tienen. Yno pasa nada, si todo se inscribe en la lógica democrática y del respeto a la ley.

Y, a partir de ahí, el trabajo político. Y por eso, insisto, asisto desasosegado a un doble ejercicio de ambigüedad: los que, siendo catalanes y, sin duda, españoles, parecen acomplejados a la hora de defenderlo, y los que siendo catalanes, pero saben que son españoles, hacen ver que no se lo creen. Por mero cálculo político a corto plazo y jugando con fuego. Sin seny viene la rauxa.Y los ciudadanos no quieren ni caixes de muertos, ni faixes de generales. Quieren que se afronten sus problemas reales y que no les inventen nuevos. Simplemente.

Josep Piqué, economista y ex ministro.