¿Pequeños países con suerte?

En su conjunto, las democracias pequeñas de Europa Occidental han sido excepcionalmente afortunadas. Más libres y ricos que cualquier otro lugar del mundo, países como Holanda, Bélgica y Suiza parecerían tener poco de qué preocuparse. Sin embargo, los tres han tenido presencia en los medios últimamente, y no por razones felices.

Hoy la fuerza política con más éxito de Suiza es el Partido del Pueblo Suizo, de Christoph Blocher. El material de propaganda del partido lo dice todo. Un cartel muestra tres ovejas blancas expulsando a una oveja negra de la bandera suiza.

E imágenes de drogadictos y mujeres musulmanas con pañuelos en la cabeza se contrastan en una película promocional con escenas idílicas de los Alpes y bancos que funcionan con eficiencia: la Suiza del Partido del Pueblo.

Vlaams Belang, el partido nacionalista flamenco, puede no ser el mayor partido de Bélgica, pero ha tenido buenos resultados en las elecciones locales. Igual que el Partido del Pueblo Suizo, Vlaams Belang se alimenta del resentimiento popular hacia los inmigrantes - especialmente los musulmanes- de la UE y, por supuesto, hacia los valones de habla francesa, de quienes los nacionalistas flamencos quisieran un divorcio. Este último sentimiento está convirtiéndose en una verdadera amenaza a la supervivencia de Bélgica.

Aunque el Gobierno holandés sigue manejado principalmente por democristianos tradicionales y predecibles, crece el populismo de derechas. El Partido de la Libertad, de Geert Wilders, quiere prohibir el Corán, detener la inmigración musulmana y quitar la ciudadanía holandesa a los delincuentes que vengan de un entorno inmigrante. El nuevo movimiento Orgullo de Ser Holandés, encabezado por Rita Verdonk, ex ministra de Integración, promueve una versión algo más respetable de esta línea dura.

Estos partidos y movimientos comparten la sensación de que los nativos han sido abandonados por las elites políticas liberales, que parecen incapaces o no dispuestas a limitar la marea de inmigración, criminalidad e islamismo, así como la erosión de la soberanía nacional por parte de la burocracia de la UE y el capitalismo global.

La elección de Nicolas Sarkozy en Francia tiene al menos algo que ver con sentimientos similares. Pero los temores de ser devorados por una marea de extranjeros y dominados por potencias externas son más agudos en los países más pequeños, donde las elites políticas parecen particularmente impotentes. El caso holandés es el más sorprendente, ya que, a diferencia de Bélgica, Holanda no tiene una tradición de populismo de derechas ni comparte la insularidad de Suiza.

El caso de Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalia y autora del éxito de ventas Infiel, ilustra muy bien los resentimientos populares y la relativa apertura de la sociedad holandesa. Los holandeses han recibido numerosas críticas, en algunos casos exageradas, por el trato que recibió de su país adoptivo. Ha recibido amenazas de muerte de extremistas islámicos desde que renunció a su fe musulmana - de hecho, desde que la denunció-, y se ha visto obligada a vivir como una virtual fugitiva, si bien bajo la protección del Estado holandés. Antes de mudarse a Estados Unidos, fue obligada a abandonar su apartamento en La Haya debido a las quejas de los vecinos, y casi se le retiró el pasaporte.

Los comentaristas de EE. UU. han acusado a los holandeses de "cobardía inaceptable". Salman Rushdie la llamó "la primera refugiada de Europa Occidental desde el holocausto". El modo en que el Gobierno holandés manejó el asunto no fue elegante. Pero no estoy seguro de cuántos gobiernos pagan por la protección de sus ciudadanos privados que viven en el extranjero. EE. UU. no paga por proteger a sus ciudadanos que están bajo amenaza, incluso dentro de su propio territorio.

Es difícil imaginar muchos países donde una joven africana pueda llegar a convertirse en miembro famosa del Parlamento apenas después de diez años de haber pedido asilo. Sin embargo, las razones de su ascenso no son completamente sanas. Sean cuales sean los méritos de sus argumentos contra el fanatismo islámico o las costumbres africanas, especialmente las referidas al trato hacia las mujeres, prestó respetabilidad a un fanatismo diferente: el resentimiento nativo hacia los extranjeros, en particular los musulmanes. De hecho, contrariamente a lo que han escrito ciertos comentaristas, no fueron los cobardes liberales quienes hicieron que Hirsi Ali dejara el país por sus opiniones políticamente incorrectas sobre el islam. Fue traicionada por su propia ex aliada, Rita Verdonk, y una variedad de xenófobos holandeses.

Pero la verdad en estos asuntos cuenta menos que las emociones. Y las emociones en este caso revelan un elemento de lo que los alemanes llaman Schadenfreude,o regocijo ante la desgracia ajena: miren cómo hasta los holandeses, que siempre se jactan de su liberalismo y tolerancia superiores, han respondido como cobardes cuando sus principios se han puesto a prueba.

Es verdad que los holandeses, orgullosos y cómodos dentro de sus estrechas fronteras, con frecuencia han mirado - igual que los suizos- al mundo exterior con ciertos aires de autosuficiencia. Y por eso hoy están siendo castigados. Ése es también el destino natural de ser un pequeño país con suerte en Europa Occidental.

Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el Bard College. Autor de Crimen en Amsterdam: El asesinato de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia.