¿Permisividad ante el vandalismo juvenil?

Por Eva Giberti, psicoanalista (LA VANGUARDIA, 27/05/06):

Los nuevos análisis que se ocupan de la violencia juvenil organizada y que parten de datos aportados por investigaciones en distintos países reiteran el uso de una expresión que oímos desde la década de los sesenta: la brecha generacional. Frase que adquiría vigencia según las diferentes edades de sus protagonistas.

¿Qué es una brecha? Palabra originaria del sánscrito y del persa, quiere decir cortar o perforar. El francés antiguo le otorgó presencia mediante una leyenda medieval: la Canción de Rolando,una bella composición del siglo XII donde se narra la historia del campeón de Carlomagno en su lucha contra los sarracenos. Rolando, durante la batalla de Roncesvalles, se negó a solicitar ayuda al rey hasta que advirtió la inutilidad de resistirse, y entonces, antes que su espada Durandal cayese en manos enemigas, decidió romperla golpeándola contra una roca, pero el arma resistió y su brillo se tornó más intenso. La leyenda sostiene que ese desesperado intento del golpe sólo consiguió producir una hendidura en la roca, que se abrió, dando paso a la Brecha de Rolando. Desde entonces, la palabra se incorporó al idioma, fundando, por extensión de su sentido, la idea de una hendidura entre dos mundos. En la leyenda, es la reacción desmesurada de quien no está dispuesto a retroceder y avanza contra quienes, por número, están designados a triunfar. Luchaban contra los moros que se habían apropiado de España y era un califa quien asediaba al escaso ejército que comandaba Rolando.

¿Cuál es la relación de la gesta medieval con los nuevos estudios acerca de la violencia juvenil organizada? Aquellos jóvenes que se han tornado arquetípicos de la violencia no se asemejan al héroe, pero aparecen abriendo una brecha, efecto de su desesperado intento por encontrar una solución o una salida que, no obstante sentirla necesaria, la consideran improbable.

No es pertinente evaluar a los jóvenes de acuerdo con las falsas apreciaciones que resultan del imaginario social cuando se los acusa del incremento de atrocidades delictivas: basta con estudiar las estadísticas de los delitos para convencerse de la falsedad de tales apreciaciones. El rescate de los jóvenes como alternativa de creatividad y de ejercicio democrático es uno de los puntos clave de nuestros trabajos técnicos.

Allí encontramos a los jóvenes con los que nos entendemos rápidamente, pero no son los únicos.

Los aportes de antropólogos, sociólogos y psicólogos estudian la organización de bandas juveniles que se autoconvocan con finalidades que pueden llamarse políticas: los jóvenes activistas que se instalan en las reuniones políticas, mezclándose con personas que sólo buscan expresarse pacíficamente (como sucedió en Génova, en una cumbre que finalizó con un joven acribillado por la policía); las reuniones de militantes espiritistas venezolanos que cumplen con rituales sangrientos; las enemistades políticas de jóvenes etarras.

¿Qué idealización separatista pretende disociar la violencia de la juventud de la de los mayores? ¿Se supone que deben mantener su confianza en las recomendaciones y promesas de los adultos que reconocen como falsas? ¿Se espera que contribuyan a cambiar el mundo? Sería formidable contar con ellos. ¿Por qué no podemos?

La brecha generacional ya no es una hendidura que separa dos mundos, sino un tránsito que los une, que vincula los estilos de violencias que un ser humano puede elegir, sin que la edad implique limitación alguna.

Los adultos violentan según nuevos estilos y desconocen a quienes ahora son sus pares: los jóvenes violentos que en ellos se inspiraron, lo cual no es un hecho nuevo, como en cambio sí lo es la organización juvenil que prolifera como presencia y poder.

"Los jóvenes saben cuando proceden mal. No son solamente víctimas", se afirma. Depende del momento en el cual el sujeto empieza a ser investido como víctima: si se lo deja morir de hambre o se lo envía a la calle a mendigar, si no logra ser acogido por una familia; si la familia con la cual vive lo maltrata. Hoy los chicos forman parte de naciones que, de acuerdo con el planisferio que las investigaciones presentan, no pueden regular el afán destructor de organizaciones juveniles.

Insistir en la brecha generacional suponiendo que los jóvenes se han escindido de lo que debe ser,o sea, del mundo que nosotros les compaginamos, reclama una revisión. No han abierto una brecha, se han adherido a lo peor que les ofrecimos desde el poder hegemónico. Cuando leamos en los medios de comunicación que después de la última concentración se detuvo a menores que se dedicaban a arrojar piedras contra escaparates y que posteriormente fueron liberados porque, efectivamente, no deben quedar detenidos, tengamos presente que forman parte del enorme caudal internacional que engendramos durante décadas. Millones de personas no se sentirán responsables por esta violencia juvenil organizada (por adultos o autoconvocada por los jóvenes). Estamos presenciando cómo crece esta red que los enlaza a veces en violencias contra sí mismos.

¿No hay forma de detener esto? Lo que con seguridad podemos detener es el atraso con que miramos estos fenómenos, criticándolos en lugar de darnos cuenta de que estamos todos juntos y de que el rostro de ellos, como escribió el filósofo Levinas, es también nuestro rostro.