¿Pidió perdón monseñor Blázquez?

El discurso de monseñor Blázquez en la inauguración de la XC Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española ha sorprendido a tirios y troyanos por su distanciamiento de los discursos numantinos y frentistas de otros colegas en el episcopado que no pierden ocasión para atacar al Gobierno y condenar a los legisladores. Son los mismos que utilizaron la beatificación de 498 mártires como arma arrojadiza contra la Ley de la Memoria Histórica.

Blázquez no ha ido tan lejos como la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, de 1971, que sometió a votación la siguiente propuesta: «Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos 'ministros de reconciliación' en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos»; y que contó con más del 60% de apoyo, aunque no fue aprobada porque el reglamento de la Asamblea exigía la aprobación de dos terceras partes de los votantes. Pero ha recuperado el lenguaje del perdón y de la misericordia, tan evangélico y, al mismo tiempo, tan olvidado por los funcionarios de Dios, que prefieren el lenguaje de la confrontación. Con un matizado y tímido «probablemente» y no pocas cautelas, el presidente de los obispos españoles ha afirmado que «ante actuaciones concretas ( ) debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la 'purificación de la memoria' ( ) implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de la enmienda». No se puede hablar de un discurso de ruptura, aunque sí, ciertamente, de un salto cualitativo que, en medio del actual neoconservadurismo eclesial, no podemos minusvalorar.

Blázquez da todavía un paso más al referirse, junto a los mártires cristianos, «a las personas que han mantenido sus convicciones y han servido a sus causas hasta afrontar las últimas consecuencias». A diferencia de los discursos de la beatificación en Roma, que olvidaron a las otras víctimas de la Guerra Civil, el obispo español reconoce que aquel acto «no supone desconocimiento ni minusvaloración del comportamiento moral de otras personas sostenidas con sacrificios y radicalidad». Más aún, dice inclinar la cabeza «ante toda persona que lucha honradamente por la libertad de los oprimidos, por la defensa de los pobres y por la solidaridad entre todos los hombres». Es un texto claramente inclusivo, aunque sigue sembrando sospechas sobre la Ley de la Memoria Histórica, aprobada por la mayoría de las fuerzas parlamentarias. ¿Por qué esta ley abre heridas del pasado y la beatificación de los mártires no?

El discurso refleja las tensiones que existen dentro de la Conferencia Episcopal, dividida hoy en dos grupos con proyectos coincidentes pero con estrategias distintas: el representado por Rouco y Cañizares, que durante toda la legislatura viene optando por la resistencia numantina, y el del propio Blázquez, que no se ha opuesto a dicho discurso, pero tampoco lo ha apoyado explícitamente. Estamos, sin duda, ante una primera toma de posición de cara a las elecciones que se celebrarán en la Conferencia Episcopal en 2008 coincidiendo con las elecciones generales y que, previsiblemente, serán muy reñidas.

En el discurso echo en falta, empero, mayor concreción en la petición de perdón. Me hubiera gustado encontrar referencias directas a actuaciones tan poco loables como la complicidad de la jerarquía con el franquismo casi hasta el final y la legitimación del golpe militar a través de la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1 de julio de 1937, que tanto y tan negativamente influyó en la opinión mundial, sobre todo entre los católicos, y que, con un lenguaje claramente maniqueo, presentó a la República como agente del comunismo y enemiga de la Iglesia y a los sublevados como defensores de la civilización cristiana. El lenguaje de Blázquez sobre la Guerra Civil resulta vago y descomprometido. Se limita a pedir a los historiadores que investiguen sobre lo ocurrido, sus causas y consecuencias. Pero no dirige una sola palabra de condena del golpe militar, ni se distancia del mismo. Creo que es de los pocos episcopados católicos del mundo que no han condenado comportamientos de este tipo.

Igualmente he echado en falta en el discurso una condena del franquismo, de las ejecuciones sumarísimas con nocturnidad y alevosía que se sucedieron en la inmediata posguerra, de la represión sistemática durante los cuarenta años, etcétera. La fecha misma del discurso, tan cercana al 20-N, parecía la más indicada para dicha condena. La Asamblea Conjunta fue explícita a este respecto y expresó la necesidad de que la jerarquía de la Iglesia española estuviera atenta y se pronunciara con prontitud ante las situaciones y los acontecimientos contrarios a los derechos humanos de la comunidad o de algunos grupos. Se dirá que dicha condena sería hoy puramente retórica y que no tendría efectos de ningún tipo. No es verdad. La denuncia constituye un ejercicio de crítica de los tiranos, de 'memoria subversiva' y de rehabilitación de las víctimas. La denuncia profética de las injusticias y de los atentados contra los derechos humanos es, además, una constante en la tradición judeo-cristiana, desde los profetas de Israel, pasando por Jesús de Nazaret, hasta los profetas de nuestro tiempo. La negativa a condenar el franquismo está siendo hoy la tónica general de los obispos, alegando, como monseñor Sánchez, obispo de Guadalajara y ex secretario general de la CEE, que la dictadura no se puede condenar en bloque porque no todo fue malo, también hizo cosas buenas. ¿Es Blázquez del mismo parecer?

El cambio de tendencia al que parece apuntar el discurso debe traducirse en prácticas más tolerantes y menos beligerantes de la jerarquía con las leyes y actuaciones que amplían el horizonte de los derechos humanos y mejoran las condiciones de vida de los ciudadanos y ciudadanas, más abiertas a los nuevos climas culturales, más dialogantes con los sectores de base dentro de la Iglesia y más sensibles a los problemas reales de la sociedad. ¿Y pasar del «debemos pedir perdón» a una auténtica declaración pública de perdón de la Iglesia católica! Mientras esto no suceda, no será creíble. ¿Ha pedido perdón el presidente de la Conferencia Episcopal? Ciertamente, no. Se ha limitado a expresar un tímido deseo y quizás una piadosa intención, pero con deseos y buenas intenciones no se corrige el rumbo errático de la historia ni se construyen alternativas. Ése es el gran desafío.

Juan José Tamayo