¿Por qué no cine en la escuela?

CaixaForum nos ofrece estos  días una interesante exposición sobre Federico Fellini. Los viejos aficionados al cine de otros tiempos la recorremos con nostalgia y provecho. Pero ¿y los más jóvenes? ¿Saben quién es Fellini?.

El otro día hice una prueba, una prueba aleatoria, por supuesto. Pregunté aun grupo de estudiantes quién era Fellini. Ninguno supo contestarme. Cuando les mencioné La dolce vita, uno de ellos dijo que era una película muy antigua. Ocho y medio, Amarcord, La strada, Las noches de Cabiria, no les sonaban para nada, no tenían ni idea. Pero al ir desgranando estos nombres también intuyeron que se trataba de películas, y uno se atrevió a decir que Fellini era un actor de cine. Todos eran estudiantes universitarios, seguro que todos sabían quién es Angelina Jolie o Bruce Willis, aunque dudo que conocieran los nombres de los directores de las películas que estos protagonizan. Ya sé que esta anécdota no extrañará mucho a la mayoría de los lectores. Es lo que hay.

¿Es el cine parte de la cultura contemporánea? Creo que no cabe duda. Es más, el cine es, probablemente, en estos tiempos, el bien cultural más accesible a todos los públicos, en especial en los últimos años, a través de la televisión, los DVD e internet. Seguimos yendo al cine - a las salas de cine-aunque, en general, cada vez menos, porque el cine viene a nuestras casas. La crisis de las salas cinematográficas, que las autoridades culturales catalanas pretenden últimamente agudizar, no es una crisis del cine, del bajo consumo de filmes, sino de que los canales para ver películas han aumentado exponencialmente en los últimos años. Del antiguo monopolio de las salas de cine, ya erosionado desde hacía tiempo por la televisión, hemos pasado a una competencia desde varios frentes muy poderosos. Pero, aun sin tener datos a mano, no me cabe duda de que deben consumirse más películas por persona que nunca si sumamos, a las que se proyectan en las salas de cine, las que emiten las múltiples televisiones y las que compramos en formato DVD o ilícitamente se bajan de internet.

Total: creo que, en general, consumimos mucho más cine que literatura, dedicamos más tiempo a ver películas que a leer novelas, poesía, teatro, historia o ensayo. Probablemente es una mala costumbre nacida de nuestra pereza innata: un buen libro siempre se puede tener a mano, en todo momento y en cualquier lugar. Quien ama la lectura nunca tendrá un momento de aburrimiento en su vida. Pero apretar el botón del televisor o del ordenador exige menos esfuerzo. Grave error, desde mi punto de vista: una buena lectura es infinitamente más agradecida que una buena película. Pero, naturalmente, cabe la opinión contraria, es cuestión de gustos y algunas películas inolvidables, a las que a pesar de ello recurres cada cierto tiempo, te causan siempre una impresión distinta. El séptimo arte es, por supuesto, arte.

Pues bien, si indudablemente el cine es arte, si hoy es con toda probabilidad el bien cultural más consumido por el amplio público, ¿por qué no se enseña cine en la escuela, en el instituto? La situación es ciertamente paradójica: se enseña literatura cuando los jóvenes cada vez leen menos (un estudio de la Generalitat acaba de constatar su acelerado descenso) y no se enseña cine cuando se pasan el día amorrados a la televisión o al ordenador. Por supuesto, no estoy proponiendo que se les deje de enseñar literatura. Al contrario. Quizás el reparo, en este caso, estaría en que se les debe enseñar de tal manera que les entre afición por la lectura, no que la abominen. Pero ello lo podemos dejar para otro artículo. Lo que propongo hoy es que el cine sea una asignatura que forme parte de la enseñanza secundaria. Que se forme a los jóvenes no sólo en el gusto de ver películas, cosa que ya han adquirido desde pequeñitos, sino en saber distinguir el buen cine de la bazofia cultural que se exhibe como obra cinematográfica, tan abundante hoy y con éxito manifiesto.

Si dejamos de lado su época prehistórica, la historia del cine ya tiene entre setenta y ochenta años. Existe, pues, una tradición en la que se pueden distinguir géneros, tendencias, técnicas y creadores. Antes escogías una película por el director, ahora casi sólo cuentan los actores, cuando no los efectos especiales. Además, el estilo telefilme ha acostumbrado a preferir las películas realizadas con esta monótona y aséptica técnica.

A diferencia de los que por edad nos hicimos mayores durante las primeras décadas del cine, entre las generaciones más jóvenes, y también en las inmediatamente anteriores, existe una profunda ignorancia sobre películas, directores y actores de aquellos primeros tiempos, y también de sus muy distintos estilos. Rossellini, Elia Kazan, John Ford o Buñuel ni les suenan. Tampoco El tercer hombre, Sólo ante el peligro, To be or not to be o Doce hombres sin piedad,que el pasado fin de semana se vendía junto a La Vanguardia.No hablemos ya del expresionismo alemán, el neorrealismo italiano o la nouvelle vague. Es como si en literatura, en pintura o en música, sólo conocieran artistas actuales, y no a Tolstoi, Goya o Beethoven (que quizás tampoco conocen). La enseñanza, en eso como en tantas otras cosas, está desfasada, va muy por detrás de la realidad. Una manera, entre otras, de ponerse al día quizás podría ser que en secundaria se estudiara una asignatura sobre cine; que, por lo menos, les sonara algo el nombre de Fellini.

Francesc de Carreras, catedrático Derecho Constitucional en la UAB.