¿Qué culpa tendrán los niños?

Por José Antonio Vera (LA RAZON, 04/09/04):

Hay que tener mucho cuidado con la semántica y con lo que se dice, porque a veces a algunos les pasa lo que a cierto escritor, que justifican actos de barbarie como los protagonizados esta semana por terroristas palestinos, chechenos e iraquíes. Y es que hay algo que conviene tener siempre muy claro: nunca se puede justificar un asesinato. No hay crímenes buenos y crímenes malos. No hay terrorista al que podamos salvar en su demencia por la situación de su país o por sus ideales, pues nadie tiene derecho a segar la vida de otro, y mucho menos si ese otro es un niño o un anciano o un civil inocente que viaja en un tren o un autobús cuando es sorprendido por la metralla. Bien, es verdad que se puede ganar un conflicto recurriendo a la violencia. Hay miles de casos en la historia que lo demuestran. Pero lo que también se ha demostrado ya es que se puede ganar igualmente renunciando a las armas, desde la desobediencia civil pacífica, actuando como hizo Martin Luther King en su campaña contra la segregación racial en Estados Unidos, como Gandhi en la India, como Nelson Mandela en Sudáfrica. El crimen es siempre un horror, y nada ni nadie justifica que quitemos la vida a quien tiene tanto derecho a vivir como nosotros. Porque quien así actúa está perdiendo la razón. Porque hay otras formas de protestar y demostrar que se está cometiendo una injusticia con una persona o con un pueblo. Porque para eso están las huelgas, y las huelgas de hambre, y las manifestaciones y las concentraciones y el derecho que uno puede tener a presionar, negándose, por ejemplo, a no trabajar para los israelíes, a no colaborar con una ocupación, a no acatar unas normas que se consideren injustas o abusivas, siempre que eso se haga desde la no violencia. Es cierto que ese es un camino mucho más largo e incómodo y duro. Pero también lo es que al final termina siendo más efectivo, pues incluso los que no comparten tus ideas se descubren ante una forma justa de protestar.

El problema actual, el problema de siempre, es que determinados credos y doctrinas justifican la violencia y el diente por diente y la guerra santa y la guerra sin más. Unos justifican que se pueda poner una bomba en un supermercado y otros que se bombardee una ciudad o un país entero por culpa de sus dirigentes. Y eso es lo grave. Que se busquen argumentos para perdonar tales barbaridades. Vamos de conflicto en conflicto, de atrocidad en atrocidad, de guerras de palestinos contra israelíes, de israelíes contra árabes, de árabes contra americanos, de americanos contra talibanes, de talibanes contra rusos, de rusos contra chechenos, y de todos contra todos en general. Vamos perdiendo la cabeza cada día hasta llegar a encontrar razones que justifican el once-ese y el once-eme y las «ejecuciones» de periodistas y de niños y madres inocentes.

No, el problema no son las ideas, sino determinadas ideas, determinados comportamientos compasivos con un tipo de crimen, pero absolutamente viscerales contra otros crímenes. Porque hay a menudo muchas contradicciones que acaban por descubrir a los que en ellas incurren. Y una muy reciente consiste en condenar las guerras, pero no al terrorismo. En condenar la guerra y la ocupación de Iraq, pero no a los que perpetran salvajes atentados en Iraq. En condenar los bombardeos indiscriminados de Sharon, pero no a los terroristas que matan a veinte civiles en un autobús o en una cafetería. En condenar la represión de Putin en Chechenia, pero no a los que asesinan a niños porque no les dan lo que piden. ¿Qué culpa tendrán los niños?

No, esa no es forma de protestar. Eso es fanatismo asesino, cruel y despiadado. Y es bueno que distingamos. Porque tampoco se debe generalizar y meter a todo el mundo en el mismo saco de la descalificación y del insulto. No se debe condenar a todos los vascos por el hecho de que haya fanáticos vascos. Ni a todos los judíos porque haya fanáticos en Israel. Ni a todos los iraquíes o chechenos por muy fanático que sea el credo de algunos iraquíes y chechenos. En este día de horror y de terror, me he acordado de la declaración del ayatolá Al Sistani en favor de la resistencia pacífica contra la ocupación norteamericana de Nayaf. Por supuesto que los chiíes tienen derecho a protestar contra la intervención extranjera en su país si no la consideran justa. A lo que no tiene derecho nadie es a secuestrar a inocentes y a degollarlos o fusilarlos a sangre fría. Porque toda la razón que pudieran tener, si es que tenían alguna, la pierden de inmediato.

No, hay que tener claro que con el terrorismo no se puede transigir. No se puede justificar la acción salvaje del terrorista. No hay terrorista bueno. No hay asesinato justo. No se puede llamar resistentes a quienes asesinan brutalmente a más de cien niños en un colegio. Porque ésos son criminales. Como lo son quienes ordenan bombardear una ciudad y aniquilar a cientos de ciudadanos que no tienen culpa de la demencia de sus dirigentes. Ahí está el problema. En los dirigentes. En los jefes de filas que exaltan a sus fieles y los llevan a matar en vez de a protestar pacíficamente contra la injusticia. Si hicieran como Gandhi, por ejemplo, si pusieran la otra mejilla como Jesucristo, estoy convencido de que hoy no estaríamos ante la tragedia de Osetia. Esa si que sería una verdadera resistencia, y no esta legión de locos que va por ahí inmolándose y matando a niños inocentes. ¿Qué culpa tendrán los niños? Éstos salvajes, perdona, no son resistentes ni soldados ni son nada. Son escoria terrorista.