¿Qué gana Irán en Líbano?

Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 13/08/06):

Las actuales operaciones militares en Líbano e Israel irán disminuyendo poco a poco, aunque no tan deprisa como deseamos la mayoría. Sin embargo, ésta es sólo una guerra simbólica, y el peligro de una guerra a gran escala no desaparecerá con ella. El jeque Nasrallah, jefe de Hezbollah, declaró que el momento y el lugar del ataque a Israel de hace unas semanas fueron decisión suya, y que Teherán y Damasco no fueron informados. Puede ser verdad, puesto que detalles operativos tan precisos suelen mantenerse en el más absoluto secreto. No obstante, si se da crédito a las entrevistas de funcionarios iraníes, parece cierto que muchos de ellos estuvieron con Hezbollah, proporcionándoles armas, formándolos y planeando acciones militares juntos.

Teherán estaba sometido a fuertes presiones por parte del Consejo de Seguridad para que suspendiera su programa de enriquecimiento de uranio antes del 31 de agosto. Se le habían ofrecido varios incentivos si acataba, pero todavía no había rechazado ni aceptado ninguna oferta, como tampoco había presentado ninguna contrapropuesta cuando se desencadenaron las hostilidades en Líbano. En tales circunstancias, una distracción como Líbano era muy deseable para Irán, ya que desviaría la atención y la apartaría de la cuestión nuclear. Cierto, la amenaza a Teherán no era muy temible, pues Rusia y China habían dejado claro que, aunque Irán rechazara la propuesta del Consejo de Seguridad, no habría sanciones, sino meras expresiones de pesar. Teherán, no obstante, se mostró susceptible, ya que quiere ser aceptado sin reservas en el club de las potencias nucleares.

Nadie duda de que Irán seguirá adelante con su programa y que las negociaciones son una táctica dilatoria. Tampoco hay duda de que su objetivo es disponer de bombas atómicas. Y no es ningún secreto cuáles son los objetivos políticos para los que necesita esas armas; en innumerables artículos y discursos se ha dejado claro que Irán aspira a convertirse en la primera potencia de Oriente Medio. Estas ambiciones no suponen un peligro mortal para las grandes potencias, porque, aun con un centenar de esas bombas, Irán nunca entrará en su misma liga. Su seguridad no se verá amenazada, aunque los intereses de EE. UU. en Oriente Medio sí correrán peligro, ya que Irán no sólo quiere controlar sus propios yacimientos petrolíferos, sino también los de países vecinos como Iraq, los estados del golfo Pérsico y Arabia Saudí.

Para Europa, la amenaza será más grave, SI IRÁN SE DECIDIERA a atacar Israel, seguramente se valdría de un representante, como Hezbollah, para no dejar ninguna huella puesto que la dependencia europea del petróleo de Oriente Medio es mayor, sigue aumentando. Sin embargo, los países más amenazados serán, ante todo, los de Oriente Medio; los países con riqueza petrolera no quieren ser engullidos por Irán (pese a su aseveración de que no tiene intención alguna de hacerlo), e incluso Egipto y Turquía, que carecen de petróleo, quieren evitar verse intimidados por un Irán chií cuya idiosincrasia política y religiosa, así como toda su cultura, es muy diferente a la de ellos. Al final se propondrán conseguir sus propias armas nucleares. Tal vez con la ayuda de Pakistán, otro país suní que no está del todo contento con el surgimiento de un nuevo eje chií entre los países del golfo Pérsico. No existen disputas territoriales ni de ningún otro tipo entre Irán e Israel, sólo lo que en la edad media solía denominarse odium theologicum:un odio religioso. Israel carece de yacimientos petrolíferos, no tiene intenciones hostiles para con Irán y, con todo, los dirigentes iraníes han anunciado en repetidas ocasiones que Israel debería ser borrado del mapa.

Sería erróneo subestimar el fanatismo chií como motivo, pero detrás de todo ello hay también un cálculo político: al intentar encabezar la lucha contra Israel, Teherán espera granjearse simpatías entre los radicales árabes suníes. Estos círculos, en principio, no son admiradores de los chiíes. Sin embargo, la cúpula iraní espera convencer a la hermandad musulmana de que destruir Israel es un interés común.

Normalmente, la destrucción de un pequeño país como Israel no tendría por qué ser una tarea muy complicada. Sin embargo, Israel no sólo cuenta con armas de destrucción masiva, sino muy probablemente también con capacidad para un segundo ataque. Dicho de otro modo, aun cuando los iraníes lograran dejar a Israel malherido, el país tomaría represalias y dejaría muy poco en pie de las principales ciudades de Irán y sus yacimientos petrolíferos. Si Irán se decidiera a atacar Israel, seguramente se valdría de un representante, como Hezbollah, para no dejar ninguna huella, suponiendo que tal estrategia bastara para persuadir a la ONU de su inocencia. Sin embargo, no es probable que convenciera a los israelíes.

Consideremos el siguiente escenario: un hombre anuncia que va a matar a su vecino. ¿Cómo reaccionará el vecino? Podría reaccionar mudándose a otra calle... pero los países no pueden desplazarse. Podría llegar a la conclusión de que el que lo amenaza está fanfarroneando. Aunque sus intenciones fueran serias, podría caer enfermo o acontecerle alguna desgracia que le impidiera llevar a cabo sus propósitos. Sin embargo, si cada vez se tienen más pruebas de que el vecino verdaderamente piensa cometer el asesinato, el amenazado podría llegar a la conclusión de que, para sobrevivir y proteger a su familia, deberá actuar. Si la persuasión cordial y el contraataque con amenazas no sirven de nada, al haber perdido ya en el pasado a gran parte de su familia, puede que el amenazado tome medidas extremas para sobrevivir. Esto implicaría graves riesgos y algún castigo, pero al menos garantizaría su supervivencia.

Al final se llegará a un armisticio, pero los escenarios aterradores seguirán estando ahí.