¿Qué hacen ellos?

¿Qué han hecho para que De Juana no muera?' Ésta era la pregunta que la semana pasada dirigía a todos los partidos políticos una 'allegada de Iñaki de Juana' y representante de Etxerat, el colectivo de apoyo a los presos etarras. La lógica que subyace bajo ese interrogante es idéntica a la que emana de los comunicados etarras: los responsables de los asesinatos no son quienes los cometen, sino los propios asesinados y el Estado, actores ambos que impelen a los terroristas a una respuesta carente de alternativas. Este mismo mecanismo de difusión de responsabilidad y transferencia de culpa al que constantemente recurren las organizaciones terroristas en su afán por legitimar y justificar acciones criminales que lógicamente no son inevitables se aprecia en torno a la huelga de hambre de De Juana. Esta táctica puede resultar fructífera si, como ha ocurrido, numerosos observadores ajenos al entorno etarra llegan a trasladar la carga de la responsabilidad sobre el destino del preso al Estado. Sin embargo, no es éste al que debe dirigirse la pregunta arriba formulada, sino al propio De Juana y a sus familiares, así como a ETA y a sus representantes políticos que, sin duda, también pueden ejercer una influencia sobre el activista: ¿Qué están haciendo ellos para que no muera?

Las huelgas de hambre que en 1981 concluyeron con la vida de diez presos republicanos en la cárcel de Maze (Belfast) ofrecen lecciones a quienes todavía pueden salvar la vida de De Juana, o sea, él mismo, así como sus familiares y compañeros de militancia. El comunicado con el que el IRA puso fin a dicha protesta culpaba del «asesinato» de sus diez camaradas al Gobierno británico, acusando a las autoridades y a la clase política de la República de Irlanda de «cómplices» del mismo. Asimismo se culpabilizaba al nacionalismo no violento y a la Iglesia católica, criticándola duramente por haber «presionado» a las familias de los presos para que interrumpieran su ayuno, presión que finalmente puso término a la huelga. Hoy, muchos de los activistas que participaron en dicha protesta interpretan de manera diferente tan crucial acontecimiento, reconociendo la responsabilidad de quienes decidieron voluntariamente utilizar su cuerpo como arma y la de la organización terrorista que alentó ese recurso ante los beneficios propagandísticos que le reportaba un instrumento de acción con semejante fuerza emocional. Con el paso del tiempo admiten que existía «otra vía» y que, sencillamente, «el Estado no podía permitirse el lujo de ceder ante la presión de la opinión pública y la amenaza de la violencia» ('Matar por Irlanda', Alianza).

Por ello, frente al criterio de aquéllos que han propugnado la atenuación de la pena de De Juana como una cuestión de pragmatismo, el análisis del referente norirlandés demuestra que es precisamente el pragmatismo el que obliga a evitar la modificación de las condiciones de un preso que ha sido condenado por un delito de amenazas tras un juicio justo. La alteración de la situación penitenciaria de De Juana como resultado de su chantaje contribuiría a ensalzar la imagen de héroe modélico que incentive a otros simpatizantes a emular su determinación, erigiéndose también en atractivo aliciente para candidatos a unirse a la banda. Al mismo tiempo desmotivaría a tantos ciudadanos que continúan resistiendo estoicamente frente a las amenazas de la organización terrorista y que recurren al Estado para proteger sus derechos ante la evidente privación de libertades que padecen.

La asunción de la desproporción de la pena que incluso observadores ajenos al ámbito etarra han aceptado para defender la atenuación de la misma, cuestionando así con atrevimiento y escaso rigor el criterio profesional de la judicatura, representa un valioso refuerzo para el pulso planteado por De Juana. El hecho objetivo que representa una sentencia por un delito de amenazas ha sido transformado en un mero e inofensivo ejercicio de libertad de expresión, ignorando el brutal contenido de las amenazas y la credibilidad de las mismas que la trayectoria del autor les confiere. Esta engañosa tergiversación evoca la retórica que la propaganda radical reproduce con objeto de invertir las atribuciones de culpa por la huelga de hambre. Con el fin de continuar trasladando la responsabilidad al Estado, los familiares y allegados de De Juana pueden verse seducidos por este cuestionamiento de la decisión judicial planteado incluso por personas ajenas a su entorno. En el caso de insistirse en esta falaz interpretación, De Juana podría morir facilitando un triunfo propagandístico considerable a ETA al presentar el desafío del recluso como la consecuencia ineludible de la intransigencia del Estado que 'forzaría' a la banda a asesinar ante la ausencia de alternativas. La neutralización de este escenario no obliga a la modificación de la pena o de la situación del preso por parte de las autoridades, sino a la correcta definición de los responsables de las consecuencias derivadas del recurso por el que voluntariamente ha optado De Juana.

La errónea identificación de las capacidades y responsabilidades de cada uno de los actores involucrados fue también evidente en el trágico desenlace de las huelgas del IRA, como se desprende del testimonio del hermano de uno de los participantes: «La actitud en la cárcel era: '¿Los británicos son unos bastardos. No hay otra manera de resolver esto!' Recuerdo que cuando yo me opuse a que hubiera una huelga de hambre un camarada me dijo que estaba 'traicionando a mi hermano'. Ha sido el momento en el que más cerca he estado de matar a otro republicano. Y le dije: '¿Lo que tú no entiendes es que quiero que mi hermano viva, no quiero que vaya a su jodida muerte, si va a la huelga de hambre va a morir, y cualquiera que vaya a la huelga de hambre va a morir porque Maggie Thatcher no va a ceder en esto!'».

Debe insistirse en que De Juana tiene a su disposición otros métodos alternativos, por ejemplo, aceptar la legalidad y aguardar el recurso interpuesto por su defensa, así como exigir a ETA su desaparición con la esperanza de ver anticipada su excarcelación. Sin embargo, el Estado no dispone de alternativas, como sugiere el testimonio de uno de los participantes en la huelga de 1981, que recordaba cómo durante una visita de su padre éste le planteó la imposibilidad de que el Gobierno británico cediese ante una presión inaceptable: «Me dijo: 'No tenéis la más mínima posibilidad'. Era un realismo que él veía pero que yo no apreciaba porque había estado desnudo en una celda y ahora el campo de batalla en el conflicto era la prisión». La huelga de hambre de De Juana constituye una batalla de opinión y de voluntades a la que la lucha antiterrorista no puede ni debe renunciar por los negativos efectos que generaría.

Los dirigentes del IRA fueron conscientes del peligro que representaba la presión de los familiares de los presos, como mostraba una comunicación intervenida en la que un responsable del grupo indicaba, «necesitamos meter a esas familias en la línea de pensamiento adecuada». El IRA intentó contrarrestar esas críticas de las familias que desplazaban la responsabilidad por las acciones de los activistas hacia los verdaderos responsables. La eficacia de dicha presión interna llegó tarde para diez de los activistas muertos, de ahí la conveniencia de insistir en identificar adecuadamente a los responsables del destino de De Juana.

En uno de los libros publicados tras la huelga de hambre, la esposa de Micky Devine, uno de los miembros del IRA fallecidos como consecuencia de su ayuno, respondía del siguiente modo al ser preguntada si sus hijos recordaban a su padre como a un soldado que murió por su país: «Se lo intenté meter en la cabeza pero a medida que se hicieron mayores Michael cree que su padre no era ningún héroe. Todavía le intento meter en la cabeza que 'tu padre murió por Irlanda, estaba dedicado a la causa. Deberías estar muy orgulloso de tu padre'. Michael está intentando bloquear a su padre. Michael tiene el pelo rizado, como Micky, y se lo ha cambiado, así que le dije: '¿Por qué te rapas el pelo así? Tienes un pelo rojo precioso, como tu padre.' Y dice él: 'Precisamente por eso'».

Rogelio Alonso, profesor de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.