¿Qué hacer con el terrorismo?

Gordon Brown no debe ser envidiado. Un día después de ocupar su cargo tuvo que tratar con algunos terroristas aficionados y decidir qué hacer con ellos. Tampoco deben ser envidiados los cientos de miles de pasajeros que intentaron la semana pasada tomar un avión desde un aeropuerto británico. No es un problema específicamente británico, sino general: ¿qué hay que hacer para mantener la seguridad pública sin reaccionar de modo excesivo, sin alterar el curso normal de la vida, sin perjudicar la economía, sin dañar el turismo, etcétera?

Centenares de webs islamistas anuncian cada día horribles atentados en prácticamente todos los países europeos. Yde poseer todos los voluntarios y todas las armas que desean, no hay duda de que lanzarían una campaña así. Quizá un día dispongan de esas armas, pero ese día aún no ha llegado. ¿Qué hacer con ellos mientras tanto? Las fuerzas de seguridad se enfrentan a graves problemas. Sus recursos son limitados, no pueden estar en todas partes todo el tiempo. Eso significa que son de crucial importancia los datos de inteligencia. Sin embargo, los grupos terroristas son reducidos y resulta difícil infiltrarse en ellos. Las fuerzas de seguridad no cuentan con tantas personas que sepan árabe, persa o urdu. Los portavoces de las comunidades musulmanas proclaman en voz alta que son ciudadanos leales y se quejan continuamente del acoso de la policía. En cambio, se vuelven muy silenciosos a la hora de admitir que hay entre ellos terroristas y terroristas en potencia, y de ayudar a la policía a neutralizarlos.

En su última entrevista como primer ministro, Tony Blair se mostró implacable y sarcástico con los fanáticos de los derechos humanos que intentan reducir al mínimo la libertad de acción de las fuerzas de seguridad. El Reino Unido paga hoy el precio de haber admitido durante muchos años en sus costas a agitadores islamistas bajo la apariencia de predicadores e incluso a terroristas convictos en sus países de origen... Todo ello en nombre de los derechos humanos. Que no hay que mantener en la cárcel a inocentes es algo evidente, pero dejarlos preparar atentados en suelo británico y europeo es otra cosa diferente. Los gobiernos británicos han intentado sin éxito, por ejemplo, hacer que los tribunales acepten como prueba las grabaciones del espionaje, aunque se hayan obtenido sin orden judicial. En la actualidad, un sospechoso de terrorismo puede ser interrogado durante 28 días sin que se presente una acusación contra él. Sin embargo, muchas veces ese tiempo no es suficiente, porque debe obtenerse información de otros países y eso tarda tiempo. Las autoridades desean extender el periodo a 90 días, pero encuentran una gran resistencia.

A pesar de todos estos inconvenientes, las fuerzas de seguridad británicas han obtenido bastantes logros en los últimos años, puesto que han dado al traste con un impresionante número de atentados planificados. Ahora bien, cuanto mayor ha sido el éxito, mayor ha sido también la resistencia a concederles nuevos poderes para combatir el terrorismo: ¿por qué aceptar controles más estrictos cuando no hay un peligro evidente? En su primera entrevista, Gordon Brown ha subrayado otro importante aspecto de la lucha contra el terrorismo: la necesidad de conquistar el corazón y la mente de los jóvenes musulmanes radicales que son terroristas en potencia. Según Brown, se trata de un esfuerzo al que habrá que dedicar muchos años, comparable a la situación durante la guerra fría por el enfrentamiento ideológico y los diálogos Este-Oeste.

Sin embargo, la situación no es del todo la misma. Un diálogo era entonces posible y podía tener cierto éxito con personas del otro lado del telón de acero porque los intelectuales soviéticos (y no sólo los intelectuales) compartían muchas cosas con los de Occidente, muchos valores y, en términos generales, su forma de pensar. Ahora bien, ¿cómo se conquista el corazón y la mente de quienes están profundamente convencidos de las teorías conspirativas (y cuanto más extremas y absurdas, más ampliamente creídas)? Todas las encuestas de opinión efectuadas entre las comunidades musulmanas de Europa y Oriente Medio han puesto de manifiesto lo extendido de semejante creencia. Se trata, al mismo tiempo, de una de las grandes debilidades del islamismo, porque esta disposición a creer casi cualquier cosa puede utilizarse también para difundir una contrapropaganda igualmente falaz. Pero las sociedades democráticas no pueden hacer eso en circunstancias normales.

Las autoridades británicas han pedido a la población que permanezca vigilante. Y ésta es otra debilidad de las sociedades europeas y, en particular, de la vida británica. El derecho a la intimidad es sacrosanto; mostrar excesiva curiosidad por los vecinos o los transeúntes se considera un comportamiento maleducado, cuando no decididamente grosero. Quienes han vivido alguna temporada en Oriente Medio saben que la aparición de un desconocido en la calle o el barrio en seguida genera curiosidad: ¿quién es?, ¿qué hace aquí? Es muy posible que se quede uno corto al decir que no será fácil cambiar estas actitudes básicas en las sociedades europeas. Con todo, este cambio resulta vital para alcanzar alguna forma de control y observación por parte de la comunidad en tanto que alternativa al control de la policía, menos deseable y es probable que menos eficaz. No debe exagerarse el peligro de ataques terroristas en este momento (y hay que subrayar "en este momento"). Una reacción excesiva tendría efectos más negativos que positivos, sobre todo mientras los atentados de los terroristas sean ocasionales y chapuceros... Gordon Brown lo ha entendido, pero no le será fácil traducirlo en hechos. Otros gobiernos europeos se enfrentan a los mismos problemas.

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: Juan Gabriel López Guix.