¿Qué hemos hecho para merecer esto?

El espectáculo montado por la Conferencia Episcopal española en la madrileña plaza de Colón resulta difícilmente imaginable en otras latitudes de nuestra carpetovetónica península. Tenía que ser en Madrid, que ha pasado de rompeolas de todas las Españas, como decía Antonio Machado, a monolítico emblema de la más acendrada reserva del espíritu de tragedia y apocalipsis en el que se refugian, temerosos, los nostálgicos de la España una y grande que nunca fue libre.

La ortodoxia católica y la derecha extrema han cogido gusto a la calle. Saben que en una sociedad mediática basta con un poco de organización y un intenso timbre en el tono para que los telediarios eleven las masas a cifras millonarias y difundan las consignas como dardos dia- lécticos contra los que no comulgan con sus proclamas integristas y excluyentes.

Cierto que esta vez han desbordado los límites que marca la convivencia en una sociedad democrática. Como diría un joven de los que viven el día a día, sin prestar atención a sus rancias teorías, tan alejadas de los problemas del presente, se han pasado tres pueblos. Se puede mantener, sin rubor, que la castidad puede ser una alternativa a la concupiscencia o el único remedio para evitar enfermedades de transmisión sexual. Incluso predicar la resignación cristiana ante los malos tratos familiares, pero su formación sexual deja mucho que desear. Entre otras razones, porque su estudio está vedado en los seminarios.

Lo sucedido en la plaza de Colón demuestra que los depositarios de la fe no encuentran un mensaje dialogante y conciliador. Sustituyen sus muchas carencias por arengarios más propios de regímenes totalitarios. Sacan a escena toda la pompa y esplendor de sus purpurados para anunciar, una vez más, el Apocalipsis nuestro de cada día. Reconfortados y entusiasmados por la enfervorizada presencia de sus fieles, el cardenal arzobispo de Valencia, monseñor García-Gasco, ha arremetido contra todo lo que le incomoda.

Afirmó, en tono mitinero: "La cultura del laicismo radical es un fraude y un engaño. No construye nada, solo conduce a la desesperación por el camino del aborto, el divorcio exprés y las ideologías que pretenden manipular la educación de los jóvenes. Por ese camino no se respeta la Constitución del 78 y nos dirigimos a la disolución de la democracia". Las frases son lapidarias. Comprendo que no había tiempo para matizar las palabras, pero un príncipe de la Iglesia no puede caer en vulgarizaciones. Los dogmas absolutamente fijos desprecian la dignidad del ser humano. Solo le faltó, aprovechando la vecindad de Móstoles, emular a su alcalde gritando angustiadamente: ¡Españoles, la patria está en peligro! ¡Acudid a salvarla!

Sin embargo, es justo reconocer que, los discursos de Rouco Varela y García-Gasco contienen pasajes novedosos e interesantes. Monseñor Rouco descubre, en el 2007, la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de Diciembre de 1948 para exigir apoyo a la familia. Está en su derecho. Si quiere parcelar las citas y escoger las que más benefician a su discurso, todos lo hemos hecho alguna vez. Tras escucharle, no entiendo por qué se oponen a la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. ¿Por qué impedir que los jóvenes conozcan y discutan, en su integridad, el contenido de la Declaración Universal?

García-Gasco se internó peligrosamente por vericuetos integristas con sabor golpista. Por suerte, los tiempos son diferentes y las añoranzas del pasado no tienen encaje en la Europa del presente. Quizá su discurso haya servido para que las generaciones actuales comprendan un poco mejor lo que sucedió en 1936. La democracia encarna valores que no convencen demasiado a los férreos guardianes de la ortodoxia. Sus palabras se han grabado, y todos tenemos derecho a hacer nuestras particulares lecturas. Cuando se refería al doloroso trauma del aborto, se olvidó de que el PP, por boca de su candidato a presidir el Gobierno, ha dicho que no piensa tocar una coma de la ley vigente. La referencia exclusiva al divorcio exprés, ¿es una concesión a la modernidad o un reconocimiento implícito de otras modalidades menos rápidas y expeditivas?

Me gustaría disponer de fuentes fidedignas para comprender su referencia al crepúsculo de las ideologías al margen su inmutable ortodoxia. ¿Habrá leído a los neocons y asumido el pensamiento único? Confortado por su entusiasmo tardío por la Constitución de 1978, me permito hacerle algunas sugerencias. La Constitución impone la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones por parte de los poderes públicos. ¿Sería usted tan humilde o respetuoso con la Constitución y preguntarle a sus feligreses si están de acuerdo con su faraónico proyecto de templo votivo a los mártires de la guerra civil, muertos por la fe, o si prefieren que se entreguen esas ingentes sumas a Cáritas Diocesana para atender las infinitas carencias que todos hemos contribuido a generar con nuestros egoísmos? ¿Qué decisión sería constitucionalmente mas ortodoxa? Le agradezco su referencia constitucional y, como dicen los seguidores de san Francisco de Asís, le deseo paz y bien.

José Antonio Martín Pallín, Magistrado emérito del Supremo.