¿Qué pasará en Irán ahora?

Las presidenciales del pasado 12 de junio en Irán se han caracterizado por cuatro rasgos fundamentales.

1. La participación, que ascendió al 85% de los ciudadanos con derecho a voto. Normalmente, la participación oscila entre el 50 y 60% o incluso cifras inferiores, con tendencia descendente. En las elecciones presidenciales de 2005, alcanzó el 62% en la primera ronda y el 59% en la segunda. Una participación más elevada, como la de este año, revela siempre un cambio de postura por parte del porcentaje de ciudadanos que habitualmente no toman parte en las elecciones. En Irán, los aspirantes a candidatos deben pasar por el filtro previo del denominado Consejo de Guardianes. Y muy pocos lo logran: sólo obtienen la autorización para presentarse a las elecciones aquellos aspirantes que acreditan una lealtad inquebrantable al régimen. Por lo general, solo cuatro o cinco de los numerosos aspirantes superan la prueba de idoneidad. Pese a ello, alguna vez los electores tienen la impresión de que determinados candidatos se distinguen claramente de los demás. Se trata invariablemente de candidatos procedentes del ala reformista del régimen. En esos casos, la participación electoral sube como la espuma.

Eso sucedió en 1997, cuando se presentó a las elecciones Muhammad Jatami. Entonces votó casi el 80% del cuerpo electoral, lo cual hizo posible la victoria de Jatami.

Pero cuatro años más tarde, decepcionados por el fracaso de sus iniciativas reformistas, la gran mayoría de los abstencionistas volvieron a renunciar al voto. La participación, como era de esperar, bajó al 66,5%. Aún bajó más en las elecciones de 2005, que contabilizaron un 62,8% de participación en la primera ronda y un 59,7% en la segunda. La segunda ronda la ganó milagrosamente Ahmadineyad con el 62% de los votos emitidos, y digo milagrosamente porque en la primera ronda no obtuvo más que el 17%. Esta sorprendente victoria fue fruto de una manipulación masiva de los votos. Pero la auténtica obra maestra del fraude electoral se ha registrado en estas últimas elecciones. Ahmadineyad se ha apoderado por la fuerza del superávit de votos surgido del aumento de la participación electoral, provocado precisamente por el desastroso balance de sus años de gobierno. Ha secuestrado literalmente los votos de sus adversarios para anotárselos en su cuenta.

2. Esta confiscación de los votos ajenos en favor de un candidato que de otro modo habría perdido las elecciones de manera abrumadora, significa, ahora más que nunca, que el bando reformista del sistema no tiene ya ninguna posibilidad de influir en la política de la República Islámica. Condenados a contentarse con una posición minoritaria y silenciosa en el Parlamento, impedidos de acceder sin censura a ningún medio de comunicación, a los reformistas sólo les quedaba la esperanza de recuperar electoralmente el terreno perdido bajo la presidencia de Jatami. Pero el secuestro de sus votos les ha privado también de esa posibilidad. El bando reformista parece haber quedado definitivamente expulsado del sistema. Ya no pueden esperar nada de las elecciones, sea cual sea el número de votos que logren. Una lección inapelable también para los abstencionistas, que ahora saben ya que hacían bien en abstenerse.

3. Estas elecciones se han llevado por delante también el supuesto carácter republicano del régimen. Hasta ahora esa apariencia se mantenía, aunque fuera precariamente, gracias a la celebración regular de elecciones, que ofrecía, al menos a los reformistas dentro del sistema, una exigua posibilidad de influir en la política del Estado. Pero ahora esa posibilidad parece perdida para siempre. Desde este momento, la República Islámica ya no es una República: es un Estado absolutista que funda su única legitimación en su pretensión de representar la voluntad divina. Para ello no necesita los votos de los ciudadanos ni gozar de la aprobación del pueblo. Lo único que necesita, en palabras del principal ideólogo del Estado, el ayatolá Mesbah Yazdi, es un poder lo suficientemente grande para asegurar la perpetuación del régimen, si es necesario mediante la fuerza bruta.

4. ¿Qué va a pasar ahora? Aun sabiendo el riesgo de predecir el futuro, me atrevo a formular las siguientes conjeturas: a) Ahmadineyad, confirmado en su cargo de presidente, va a continuar con su nefasta política interior y exterior, conforme a los deseos del Líder Supremo religioso y de las guardias revolucionarias y órganos de seguridad que lo amparan. Esto lo expondrá a las críticas públicas de sus rivales parlamentarios y extraparlamentarios - tan fundamentalistas como él-,que serán convenientemente acalladas por las amonestaciones del líder supremo Jamenei. El presidente empleará contra la oposición aún con más dureza que en los cuatro últimos años, todos los métodos de opresión a su alcance. Para empezar, ya ha ordenado la detención, encarcelamiento, tortura y asesinato de los líderes de las manifestaciones de los últimos días. b) De momento, los miembros más significados del bando reformista van a estar ocupados poniéndose a salvo de la violencia gubernamental. Muchos ya están detenidos y otros muchos se les sumarán. No les queda más que aguardar la condena, con la esperanza de que el periodo en prisión no sea excesivamente duro o prolongado. En el mismo momento en que se dieron a conocer los resultados electorales amañados, supieron que las elecciones no iban a ser anuladas. También estaba meridianamente claro que las autoridades no iban a permitirles siquiera salir a la calle para protestar contra el gigantesco pucherazo. Se ha especulado con que Rafsanjani podría conseguir suficientes votos en el Consejo de Expertos para apartar del poder a Jamenei, pero tales conjeturas obedecen sólo al desconocimiento del grado de dependencia de los miembros de dicho Consejo respecto a Jamenei. Sólo dos de entre la verdadera legión de grandes ayatolás han expresado su protesta contra el fraude electoral y la represión masiva de los manifestantes; otros sólo han logrado hacer acopio de valor o voluntad suficiente para felicitar a Ahmadineyad por su  inmerecida victoria. Dejando de lado estas circunstancias, los reformistas se enfrentan ahora a la gran tarea de redefinir su posición dentro del sistema y replantear su estrategia. c) En las grandes manifestaciones que precedieron y sucedieron a las elecciones participaron millones de personas. Salieron a manifestarse a favor del candidato reformista o contra el fraude electoral, en cuanto se dieron a conocer los resultados falseados. No todos los manifestantes eran o son partidarios del ala reformista del régimen. Salieron a la calle todos los que, por algún motivo, sea político, económico o cultural, están descontentos con el régimen o el Gobierno, y en especial se manifestaron masivamente los jóvenes, que están hartos de las vejaciones de los guardianes oficiales de la moral o son víctimas del paro u otras formas de opresión económica. Las grandes manifestaciones demostraron por un lado que la sociedad civil iraní está más viva que nunca, pero por otro lado hicieron patentes sus debilidades. Después de 30 años de opresión, adolece de falta de organización y liderazgo. Por un lado, la espontaneidad de sus manifestaciones le insufló vitalidad, pero por el otro la hizo tanto más vulnerable. Es difícil predecir cómo podrá superar esas debilidades bajo el peso de una opresión redoblada a partir de ahora.

Asghar Schirazi, ex investigador asociado Dpto de Oriente Medio de la Freie Universität de Berlín. Colaboró en Vanguardia Dossier n. º 24 (Irán por dentro) con el artículo ¿Una república imposible?