¿Qué queremos?

Acepto gustoso la oportunidad que me brinda EL PERIÓDICO DE CATALUNYA para contribuir al debate acerca de los momentos finales, inciertos y decisivos del nuevo Estatut y la financiación de Catalunya. Pero, primero, déjenme aclarar que no soy un político y no pretendo sugerir cómo estos deben hacer su trabajo. Solo soy un empresario y mi objetivo es trabajar por el bien de mi empresa, sus clientes, trabajadores y accionistas, aunque no tengo ninguna duda de que, haciéndolo, trabajo también para el bien común.

El debate sobre la relación de la sociedad catalana con España es largo... y antiguo. Últimamente, nos habíamos esperanzado con un proyecto de España plural que parecía que iba a ser la herramienta que permitiría solventar este largo conflicto en el siglo XXI. Pero de momento no ha sido así, y el incumplimiento del Estatut y el desacuerdo en la financiación han llevado a Catalunya a una situación incierta y un punto frustrante.

Hay una pequeña buena noticia en este panorama: en las próximas semanas se acabará la incertidumbre. En el ámbito económico, no hay cosa peor para las empresas que trabajar en un marco estructural incierto. A finales del 2008, la gran incerteza existente sobre la crisis económica y la situación del sistema financiero generó una auténtica parálisis en nuestras empresas e industrias. La mayoría de empresas congelaron sus proyectos, ideas y decisiones. Cuando se comprobó la magnitud de la crisis, las empresas reaccionaron ajustando sus expectativas de ingresos, cambiando estrategias y tomando decisiones, muchas de ellas de reducción de costes. Decisiones duras y dolorosas, pero necesarias. Y son las que van a permitir a muchas de estas empresas salir de la crisis. Una vez el nuevo terreno de juego estaba definido, incluso sabiendo que era mucho peor que el anterior, los empresarios empezaron a decidir y trabajar.

En el ámbito político, parece que está a punto de acabar el proceso estatutario que se inició hace cinco largos años. Esperando que se aplique un Estatut aprobado por el pueblo catalán y las propias Cortes y esperando que llegue un sistema de financiación más justo para Catalunya, la cuestión ha de resolverse inmediatamente. No podemos permitirnos un clima de incerteza que acabe afectando al ánimo colectivo ni invertir mucho más tiempo en este debate.

Creo que lo que queremos en Catalunya no es tan difícil. Básicamente, dos cosas.

La primera: que el Estado respete y acoja amablemente las diferentes naciones que lo conforman, haciendo que todas se sientan cómodas en él, con un grado de autonomía en su gestión razonablemente amplio, según criterios básicos de autodeterminación y eficiencia, junto con el máximo respeto por las cuestiones sociales y culturales de cada comunidad. Esto no debería ser tan complicado en el siglo XXI. La mayoría de los catalanes y españoles que tienen ahora 40 años lo entienden perfectamente, a pesar de que algunos hayan atizado irresponsablemente la hoguera de la discordia relatando hechos falsos y emitiendo opiniones ridículamente alarmistas.

La segunda: que las administraciones públicas provean de las infraestructuras necesarias que permitan a las empresas desarrollarse en un mundo global. Y me refiero a infraestructuras físicas, a marcos legales razonables, procesos modernos y a un gasto público eficiente y orientado al bien común. No hay excusa, ni la del desequilibrio territorial, para que no se invierta el suficiente dinero en Catalunya para que el país avance. Si Catalunya va bien, España va bien... ¡Qué obviedad!

Como ejemplo, en Spanair, estamos trabajando con el máximo entusiasmo para relanzar esta compañía y contribuir a consolidar el hub aeroportuario de Barcelona con la terminal T-1 de El Prat. Este es un proyecto colosal y un reto colectivo entusiasmante en el que, con el impulso inicial de algunas instituciones públicas, unos empresarios están arriesgando su dinero. Si en alguna ocasión se ha dicho que los catalanes se han escondido detrás de un cierto victimismo, este no es uno de ellos. De vez en cuando nos confrontamos con el escepticismo de otros --cada vez menos-- que desconfian de un proyecto catalán... Como si el de Iberia fuera un proyecto castellano (y no español) por haber escogido como hub Barajas. Que España tuviera dos hubs, uno en Madrid impulsado por Iberia y otro en Barcelona impulsado por Spanair, sería una grandísima noticia para todos y una buena forma de competir con otros hubs europeos... Resulta bastante obvio. ¿Alguien no lo entiende así?

En los últimos tiempos se ha impulsado la magnífica T-1 de El Prat y Barcelona se ha convertido en la sede de la Unión por el Mediterráneo, pero no podemos limitarnos a estos dos logros. No es una buena idea que una de las grandes locomotoras económicas del Estado esté viviendo dos años bajo la amenaza de un sistema de financiación injusto y bajo la espada de Damocles de una sentencia del Constitucional que puede laminar lo que decidieron los ciudadanos de Catalunya. Los ciudadanos y las empresas de este país necesitamos una respuesta rápida en la cuestión del Estatut y la financiación. Pero no para sentarnos en el sofá y decir: “Ya está. Ya hemos conseguido lo que queríamos”. No. Queremos una respuesta clara y concreta para trabajar y para decidir.

Los empresarios tenemos energía, impulso, ilusión y ganas de trabajar. Necesitamos también a las administraciones centradas en sus tareas de gestión. No nos ayudan los enfrentamientos y desacuerdos ruidosos, ni el clima victimista o paralizante.

Queremos racionalidad y estabilidad. Queremos trabajar, innovar y arriesgarnos, por el bien propio y el común, de acuerdo y en comunión con las instituciones públicas cuando sea necesario. Pero queremos hacerlo en un marco definido y justo, el que Catalunya se merece.

Ferran Soriano, presidente de Spanair.