¿Qué quiere EE. UU. de Japón?

Apenas medio año después de haber asumido el cargo de primer ministro de Japón, Shinzo Abe está provocando ira en toda Asia y sentimientos encontrados en el país que es su aliado clave, Estados Unidos. Pero ¿usará la Administración Bush su influencia para apartar a Abe del comportamiento provocador?

El antecesor de Abe, Junichiro Koizumi, fue un líder que rompió moldes y revivió la economía de Japón, reformó el sistema de ahorro postal y destrozó el sistema de facciones del Partido Democrático Liberal que ha gobernado durante mucho tiempo. Pero Koizumi también legitimó un nuevo nacionalismo japonés, irritando a China y Corea del Sur con sus visitas anuales al santuario de Yasukuni. Abe, si acaso, está aún más comprometido con la construcción de un Japón seguro de sí mismo y sin arrepentimientos. Cualquiera que crea que la controversia sobre Yasukuni es un oscuro tema histórico con el que los chinos y coreanos golpean a Japón para sacar provecho político probablemente no haya estado mucho tiempo ahí. El problema no son los doce criminales de guerra que están enterrados en el santuario; el verdadero problema es el museo militar Yushukan contiguo.

Al pasar por los Zeros Mitsubishi, los tanques y ametralladoras que se exhiben en el museo, uno se encuentra una historia de la guerra del Pacífico que restaura la verdad de la historia moderna japonesa y que se apega a la narrativa nacionalista: Japón, víctima de las potencias coloniales europeas, sólo buscaba proteger al resto de Asia de ellas. La ocupación de Corea por Japón, por ejemplo, se describe como una asociación;en vano busca uno algún testimonio de las víctimas del militarismo japonés.

Podríamos defender el museo como representante de un punto de vista entre muchos en una democracia plural. Pero no hay otro museo en Japón que ofrezca una visión alternativa de la historia de Japón en el siglo XX. Sucesivos gobiernos japoneses se han ocultado tras el hecho de que es una organización religiosa privada la que gestiona el museo para eludir la responsabilidad por las opiniones que ahí se expresan. Ésa es una postura poco convincente. De hecho, a diferencia de Alemania, Japón nunca ha aceptado la responsabilidad que le corresponde por la guerra del Pacífico. Aunque en 1995 el primer ministro socialista Tomiichi Murayama se disculpó oficialmente con China por la guerra, Japón nunca ha tenido un verdadero debate interno sobre su grado de responsabilidad, y nunca ha hecho un esfuerzo decidido para propagar una versión alternativa a la de Yushukan.

Mi contacto con la derecha japonesa se dio a principios de los años noventa, cuando participé en un par de paneles en Japón con Watanabe Soichi, a quien mi editor japonés había elegido (sin yo saberlo) para que tradujera mi libro El fin de la historia a ese idioma. Watanabe, profesor en la Universidad de Sophia, era colaborador de Shintaro Ishihara, el político nacionalista que escribió The japan that can say no (El Japón que puede decir no) y que ahora es gobernador de Tokio.

En el curso de un par de encuentros, le escuché explicar ante públicos numerosos cómo a la gente de Manchuria se le llenaban los ojos de lágrimas de agradecimiento hacia Japón cuando el ejército de ocupación de Guangdong salió de China. Según Watanabe, la guerra del Pacífico se reducía a una cuestión de raza, puesto que EE. UU. estaba decidido a mantener oprimido a un pueblo no blanco. De esa forma, Watanabe es el equivalente de quienes niegan el holocausto pero, a diferencia de sus contrapartes alemanas, atrae fácilmente públicos numerosos y favorables (con frecuencia recibo libros de autores japoneses que explican que la masacre de Nanjing es un gran engaño).

Además, recientemente ha habido varios incidentes inquietantes en los que los nacionalistas han utilizado la intimidación física contra los críticos de las visitas de Koizumi a Yasukuni, como las bombas incendiarias lanzadas a la casa del ex candidato a primer ministro Kato Koichi (por otra parte, el editor del Yomiuri Shimbun,que normalmente es conservador, atacó las visitas de Koizumi a Yasukuni y publicó una serie fascinante de artículos sobre la responsabilidad por la guerra).

Eso deja a EE. UU. en una posición difícil. Varios estrategas estadounidenses están ansiosos por rodear a China con una barrera defensiva tipo OTAN basándose en el tratado de seguridad Estados Unidos-Japón. Desde los últimos días de la guerra fría, EE. UU. ha estado alentando a Japón a que se rearme y ha apoyado oficialmente una propuesta de revisión del artículo 9 de la Constitución de la posguerra, que prohíbe a Japón tener un ejército o participar en guerras.

Pero EE. UU. debe tener cuidado con lo que pide. La legitimidad de toda la posición militar estadounidense en el lejano Oriente está construida sobre la base del ejercicio de la función soberana de autodefensa de Japón por EE. UU. Una revisión unilateral japonesa del artículo 9 en el contexto del nuevo nacionalismo aislaría a Japón de prácticamente toda Asia.

La revisión del artículo 9 ha sido desde hace mucho parte de la agenda de Abe, pero que la promueva dependerá en gran medida del tipo de asesoría que obtenga de sus amigos cercanos en EE. UU. El presidente Bush no quiso comentar nada sobre el nuevo nacionalismo japonés a su "buen amigo Junichiro" en agradecimiento por el apoyo de Japón en Iraq. Ahora que Japón ha retirado su pequeño contingente de tropas, tal vez Bush hablará claro con Abe.

Francis Fukuyama, decano de la Universidad Johns Hopkins y presidente de The American Interest.