¿Qué sucederá con Nasrala?

Por Said K. Aburish, escritor y biógrafo de Saddam Hussein, autor de ´Nasser, el último árabe´. Traducción: Robert Falcó Miramontes (LA VANGUARDIA, 30/08/06):

Hassan Nasrala, el jefe de Hezbollah, es el dirigente árabe más famoso desde Gamal Abdel Nasser, el presidente de Egipto que murió en 1970. Los motivos de su fama también son los mismos: ambos hicieron frente a Israel y a sus partidarios occidentales. Nasser lo hizo durante la guerra de Suez y Nasrala lo está haciendo ahora, en el 50. º aniversario de Suez.

Entre ambos personajes, otros como Saddam Hussein y Hafez el Assad de Siria lo han intentado, pero sin éxito. Sin embargo, ambos hombres son diferentes en dos aspectos muy concretos. Nasser, a pesar de que era un musulmán pío y respetuoso, era un hombre seglar, mientras que Nasrala es un musulmán fundamentalista. Asimismo, las actitudes de los gobiernos árabes hacia ellos son distintas. Nasser salió de la crisis de Suez respaldado por todo el mundo, e Israel, Francia y el Reino Unido se vieron obligados a abandonar Egipto. Los demás gobiernos árabes lo apoyaron como presidente de Egipto, el país árabe más poblado, y máximo dirigente de la Liga Árabe. Sin embargo, Nasrala jamás conseguirá esto, ya que ningún gobierno se prestará a seguirlo.

Arabia Saudí no puede seguir a Nasrala porque es el jefe de un partido político chií y no de un gobierno. Prestar apoyo a partidos políticos socava la autoridad del Gobierno de Arabia Saudí y los saudíes no quieren hacer eso. Además, la religión oficial de Arabia Saudí es el wahabismo, y los wahabíes consideran a los chiíes unos herejes. El jefe del Estado wahabí no puede seguir a un chií y mantener el cargo.

El presidente Mubarak de Egipto tampoco puede apoyar a un movimiento chií. En El Cairo se encuentra Al Azhar, el centro de estudio más antiguo e importante del islam. El programa educativo de Al Azhar es, en esencia, suní, y los ulemas no permitirían que el presidente Mubarak siguiera a un dirigente chií. Además, el hecho de prestar apoyo a un partido político abriría la puerta a que otros extranjeros interfirieran en la política egipcia y apoyaran a partidos políticos egipcios que están en contra del presidente Hosni Mubarak.

El rey Abdallah de Jordania, descendiente del Profeta, no puede seguir a un clérigo, ya sea chií o suní. Un descendiente del Profeta es una persona sagrada y la gente lo sigue a él.

Asimismo, también existen otros motivos en los que se mezclan religión y política. Hezbollah no es un partido político normal, es un movimiento islámico. Si Arabia Saudí siguiera a Hezbollah, estaría fomentando los movimientos islámicos en su país, que pretenden sustituir a su gobierno. Lo mismo podría decirse de Egipto y Jordania. Los tres países están intentando convencer a los movimientos islámicos para que limiten su ámbito de acción al trabajo social y a la religión.

La combinación de motivos políticos y religiosos significa que los países árabes apoyarán a Nasrala y Hezbollah en público, mientras que en privado desearán que desaparezcan. La fama de la que goza Nasralh en el zoco y en la calle excluye la posibilidad de que se opongan a él abiertamente. Además, la gente tiene tantas ganas de que haya otro Nasser, que ha obligado a los gobiernos de Arabia Saudí, Egipto y Jordania a rectificar para que apoyaran a Hezbollah y criticaran a Israel y a EE. UU. ¿Cómo pueden Arabia Saudí, Egipto y Jordania conciliar su apoyo a Nasrala con su amistad con EE. UU.? De momento, es el pueblo quien ha tomado esa decisión por sus gobiernos, ¿pero los obedecerán siempre sus mandatarios? La gente está entusiasmada con Nasrala, ¿pero renunciarán los máximos dirigentes de cada país a su derecho a establecer sus propias políticas? El distanciamiento cada vez mayor entre el pueblo, pro-Nasrala, y los gobiernos, anti-Nasrala, podría ser la chispa que hiciera estallar una revolución en Oriente Medio.

Para entender mejor esto, hay que recordar quiénes son los principales actores de la región. Hay tres grupos: EE. UU. e Israel, los gobiernos árabes y sus dirigentes, y el pueblo árabe. A la alianza entre EE. UU. e Israel le gustaría dominar Oriente Medio y subordinar los deseos de los árabes a los suyos. El pueblo árabe quiere que sus gobernantes tengan en cuenta su opinión y que exista la posibilidad de oponerse a EE. UU. Las posiciones de ambas partes son inflexibles e intransigentes. Sin embargo, los gobiernos árabes y sus dirigentes tienen más flexibilidad. Los dirigentes pueden escuchar a su pueblo o a sus protectores estadounidenses. Y no olvidemos que en 1973, fue la presión interior la que obligó al principal amigo árabe de EE. UU., Arabia Saudí, a imponer un embargo sobre el petróleo. Una diferencia importante entre la época actual y la de Nasser es que hay un mayor número de gobiernos árabes que apoyan a Occidente. Sólo dos, Siria e Irán, apoyan al dirigente chií. Hoy en día, Iraq no tiene poder y Libia y Argelia han cambiado de orientación. Nasser podía contar con más apoyos y era el presidente de un país importante. Ambos hechos le proporcionaron una protección mayor de la que goza Nasrala. Irán y Siria no pueden protegerlo y la mayoría de los países occidentales lo consideran el jefe de una organización terrorista. Para sobrevivir y poder seguir adelante, Nasrala tendrá que conservar el apoyo del pueblo de Arabia Saudí, Egipto y Jordania. Tiene que ser capaz de mantener su fama, tal como hizo Nasser. Esto significa que deberá adoptar una postura polémica en relación con Israel y Estados Unidos.

Aunque Nasrala desempeñe bien su papel, el pueblo árabe seguirá teniendo mucho que decir. En las décadas de 1950 y 1960 Nasser dependía del pueblo, que acabó abandonándolo. No recibió suficiente apoyo, lo que permitió que entre la OLP, Arabia Saudí, Jordania y otros países lograran provocarlo para que creara una crisis que se convirtió en una guerra fugaz que supuso la derrota final de Nasser en 1967. Para que Nasrala no corra la misma suerte, el pueblo árabe deberá demostrar que ha llegado a la mayoría de edad y que posee una mayor firmeza.