¿Quién desbloqueará Francia?

La campaña de las elecciones presidenciales francesas ha adoptado un cariz apasionado. La verdad es que raramente se ha presentado la ocasión de asistir a esta clase de polémicas a propósito de los candidatos. En cualquier caso, la novedad estriba a mi parecer en el difuminamiento de la línea divisoria entre izquierda y derecha hasta el punto de que votantes tradicionalmente situados a la izquierda han expresado su intención de votar por Nicolas Sarkozy, el candidato de la derecha, en tanto que otros, conocidos por sus posturas derechistas, han manifestado sus preferencias por una mujer socialista en lugar de un Sarkozy que hace gala de métodos autoritarios y bastante brutales. Ambos suscitan antagónicas y virulentas pasiones. Lo curioso en este caso es que el factor que motiva la reacción de la gente no estriba en sus respectivos programas, sino más bien en su temperamento, su imagen, de forma de ser y de presentarse. Por ejemplo, a Sarkozy, pese a sostener que ha cambiado y se ha serenado,numerosos franceses siguen viéndolo como un hombre siempre acelerado y nervioso; en suma, una persona que no les aporta tranquilidad. En cuanto a Ségolène Royal, ofrece una imagen nueva; se trata de una mujer resuelta a alzarse con la victoria aunque algunos no la toman en serio y espían cualquier paso en falso en que pueda incurrir para proclamar a los cuatro vientos que no da la talla para llevar las riendas de un país como Francia (como podrían dar a entender diversos errores y torpezas cometidos en materia de política exterior, por ejemplo).

Sea como fuere y más allá de esta fiebre generalizada, una cosa es cierta: Francia está bloqueada. Da la imagen de una sociedad envejecida, incapaz de asumir nuevas reformas; se repliega sobre sus privilegios adquiridos a los que no quiere renunciar. Los sindicatos alientan esta resistencia al cambio beneficiándose de ella.

Ya en diciembre de 1995, el entonces primer ministro Alain Juppé intentó proponer a los franceses la aplicación de una serie de reformas absolutamente necesarias para sacar al país de la crisis económica: reformas sobre las pensiones, la seguridad social, la flexibilidad laboral, etcétera. La respuesta fue una huelga general y manifestaciones que paralizaron el país durante más de tres semanas. Tras este rechazo intenso y colérico, Alain Juppé hubo de abandonar su cargo. Y a partir de entonces la calle rechaza cada reforma que se propone.

Ambos candidatos declaran que promoverán reformas radicales en caso de resultar elegidos. Olvidan - o fingen olvidar- que se trata de una sociedad acostumbrada a contar con la ayuda del Estado y que no está dispuesta a renunciar a trabajar únicamente 35 horas semanales ni a disfrutar de menos días de vacaciones ni a permitir que disminuyan las pensiones ni a encarar la existencia con menos comodidades. Entre tanto, las fábricas y empresas se deslocalizan poniendo proa a países de mano de obra más barata, fuerza sindical inexistente o muy débil e impuestos soportables. Cada nueva deslocalización representa una pérdida para Francia y un aumento del paro. Pero los empresarios no dejan de insistir en que el sistema de prestaciones sociales les asfixia y en que ya no pueden contratar ni despedir en las condiciones que fija el código laboral francés. Al fin y al cabo, ¡se trata de una economía capitalista aún no totalmente liberal! En tales condiciones, resulta imposible competir con otros países no europeos, sobre todo con China.

La aplicación del sistema de 35 horas semanales es necesaria en el caso de los trabajos calificados de penosos, pero los franceses la han generalizado hasta el punto de que la función pública (correos, hospitales, administración) trabaja a marcha lenta.

Esta rigidez se halla enraizada - anclada- en la propia mentalidad de la gente y ningún político puede conmoverla. Un ejemplo entre tantos: la apertura dominical de grandes almacenes y comercios. No hay forma de vencer el tabú. Algunos trabajadores dicen que debe permitirse que quienes lo deseen sean libres de trabajar los días festivos dado que son mejor pagados, pero los sindicatos se oponen, incluso de forma tajante.

¿Qué podrá hacer el/ la próximo/a presidente/a de la República, sea de derecha o de izquierda? A decir verdad, poca cosa. Tendrá mucho menos poder que François Mitterrand en 1981. Los factores que mandan son la economía y la globalización, y las políticas han de plegarse a esta realidad en mayor o menor medida. Aunque Francia persevera en su idiosincrasia y manera de hacer las cosas de modo desconcertante. Entre tanto, las fortunas abandonan el país para ir a instalarse en países de fisco más clemente. Francia precisa una figura providencial, por ejemplo un De Gaulle o un Mendès-France. Una figura que anteponga el país a sus intereses personales y a la eclosión de su narcisismo. Si tal figura existiera, los franceses la seguirían y consentirían en cambiar. Pero de Gaulle y Mendès-France forman parte de un pasado que parece ya lejano y, por añadidura, detestaban la televisión. Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, por su parte, son hijos de la televisión. Se apoyan en la imagen para triunfar. La prueba estriba en que cada uno cuenta con su respectiva empresa de comunicación que le guía y aconseja.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Premio Goncourt 1987. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.