¿Quién es Michelle Bachelet?

Por José Rodríguez Elizondo, escritor chileno. Profesor de Relaciones Internacionales (LA VANGUARDIA, 12/01/06):

La mejor manera de contar a los extranjeros quién es la mujer socialista que puede ser presidenta de Chile es asomarse a su biografía. Dada la agilidad con que responde el mercado editorial ante ciertos fenómenos, ya se han publicado varias. La mejor, para este columnista, es Bachelet, la historia no oficial (Random House Mondadori), de Javier Ortega y Andrea Insunza, dos jóvenes periodistas. La prefiero porque supo hundirme en la aventura de Michelle, como en un filme con participación colectiva. Así, a partir de lo que sucedió en nuestro 11-S de 1973, vuelvo a mi exilio en la literalmente histórica República Democrática Alemana. Rehago un recorrido que es similar al de la biografiada. Llego con esposa y maletas a un Heim (hogar) cercano a Berlín, confortable pero demasiado colectivo. Viajamos con una Leiterin (guía) al Kaufhaus (gran almacén) para comprar ropa. Recibimos las primeras lecciones de alemán. Como el profesor no puede decir perro, bautizamos a su mascota como Aber, que significa pero. Es nuestro primer chiste alemán. Surge un flash-back con la primera escena chocante: dos agentes de la Stasi, papeles en mano, nos interrogan y chequean a domicilio. Es un asunto de Sicherheit (seguridad), explican. "Si hubiéramos tenido esta vigilancia revolucionaria, compañero, otro gallo nos cantaría", me explica otro chileno. Debo comprender que el enemigo está en todas partes. Puedo ser yo mismo. Después se nos asigna una vivienda en Leipzig más un crédito para amueblarla y yo no percibo que es un privilegio insoportable para los alemanes de a pie. Con la primera enfermedad conozco a un médico hijo de un niño de España, que será mi amigo a través de los países y los años. A lo largo de un proceso de confianza mutua, me cuenta los problemas de su gremio con el régimen. Surge el tema del siniestro desquite racista, de algunos, contra los asiáticos, africanos y... latinoamericanos que caen en sus manos. Por eso los médicos locales no son confiables para los jerarcas políticos, alemanes y exiliados. Éstos sólo se atienden en el hospital del Comité Central, en Berlín, con médicos certificados por la Stasi. Tras ese ejercicio de la memoria, me pregunto si Michelle, que trabajó con médicos, pudo conocer ese detalle siniestro. Lo cierto es que, conociendo su actuación política, está claro que conoció otros lados oscuros del dogma comunista y, seguro, quedó vacunada. Otros momentos del libro me revelan rasgos de su personalidad profunda. Enfrentó situaciones límite tras el golpe y en la clandestinidad. Sufrió la muerte de su padre -general de aviación- prisionero y fue torturada junto con su madre. Coordinó a sus compañeros dispersos, atendió a los heridos en las protestas contra Pinochet y estuvo entre balaceras. Comentan Insunza y Ortega que pudo asustarse, pero nunca llorar en público. Por cosas como ésas, Michelle no vivió la vida simplemente y debió asumir el quiebre y traición de un compañero doble: de partido y sentimental. Trabajando para el Gobierno actual, sus biógrafos la describen como una funcionaria eficiente, que buscaba perfeccionarse, pero sin participar en los combates por el poder burocrático. No le preocupaban los signos exteriores de estatus y hasta se resignó a que un jefecillo celoso le quitara su ordenador. En cuanto ministra, cuentan de su capacidad para mantener secretos y su coraje para un cara a cara con el omnipresente Ricardo Lagos cuando estuvo a cargo de Salud. En la cartera de Defensa, por su conocimiento de temas castrenses y su origen familiar, contribuyó al inicio de la mejor relación histórica entre civiles y militares chilenos. Ortega e Insunza creen que su experiencia la ha hecho desconfiada. Pero, por los antecedentes que dan, más parece una reacción de género. Michelle sabe que los dirigentes políticos, hijos de su cultura, son machistas y les parece natural que las militantes sirvan el cafecito. Sabe que la designación de mujeres para candidaturas o altos cargos suele obedecer no a una convicción, sino a una discriminación positiva. Cuando su Partido Socialista decidió candidatearla a la presidencia, ella decidió que sería para apoyarla y no para teledirigirla. Imperdible es su falsa pregunta a esos dirigentes que la trataban con paternalismo: "¿Ustedes creen que soy tonta?". Su biografía concuerda con lo que muestra y sugiere el personaje en sus contactos más cercanos. En la fachada, una gran calidez y una sonrisa que puede ser alegre o melancólica. En el interior, una mujer profesional y política que no utiliza su vida (de película) para mejorar su rating, que ama con problemas, canta porque su alma lo pide, vive con austeridad y se reincorpora a la familia militar sin rencor. Un excelente ser humano que por creíble resulta confiable. Nota final: por contraste, la biografía de Michelle me recuerda a los superhéroes y superheroínas del realismo socialista. Esos que forjaban el acero, roturaban los campos y estaban en la primera línea de fuego cuando les disparaban. Siempre dispuestos a morir por la causa, para que asumieran el poder los viejos y eternos dirigentes. Por cierto, ninguno de esos personajes ejemplares se atrevió a preguntar, a esos dirigentes dioses, si lo tomaban por tonto.