¿Quién gana las elecciones?

Es el debate de moda en los ambientes políticos. Empate técnico, según todas las encuestas. Hipótesis improbable, pero no imposible: más votos para el PSOE y más escaños para el PP. Informa ABC: los expertos estiman que los socialistas necesitan una ventaja mínima del 1.65 por ciento de los sufragios para conseguir más diputados. Es la consecuencia natural de aplicar el método D´ Hondt a la distribución territorial de los votos. ¿Quién gana las elecciones? Vamos por partes. La democracia es procedimiento, de acuerdo con Kelsen, Habermas y muchos otros. Las reglas del juego son iguales para todos. Habrá una lucha sin cuartel en cada mesa, en cada sección y en cada colegio. Tenemos una buena administración electoral, que garantiza un recuento preciso de las papeletas. ¿Y después? Rajoy y Zapatero toman posiciones. El candidato popular habla claro: «No intentaré gobernar si no consigo más escaños». En Ferraz anticipan la respuesta contraria, mientras el presidente del Gobierno juego en el campo de la retórica indefinida. Debería pronunciarse cuanto antes, porque los ciudadanos tienen derecho a saber a qué atenerse. España (Estado, nación y sociedad) se juega mucho en las próximas elecciones. Todo es incierto, de momento. Los sociólogos, augures de nuestro tiempo, trabajan a destajo. Habla Julio César, en«Los idus de marzo», de Thornton Wilder: el hombre más poderoso del mundo está pendiente de los despojos de un ave. Prometo que no es un juego de palabras...

Los candidatos renuncian a formar Gobierno si no «ganan» las elecciones. Es una promesa vinculante. Queda excluida, por tanto, la fórmula «he perdido, pero pacto mejor que vosotros», aplicada con naturalidad en comunidades autónomas y ayuntamientos. Tenemos así un valioso compromiso público para encauzar la regla de oro del régimen constitucional: «Trust», decía Locke, es el término clave para definir la relación entre gobernantes y gobernados. El pueblo, titular legítimo de la soberanía, otorga su confianza a través del Parlamento. He aquí la esencia del régimen representativo. PSOE y PP están ya comprometidos a respetar la victoria electoral de su adversario sin quebrar la lógica de la investidura. Los populares proponen trasladar formalmente esta norma a la legislación local y autonómica. La cuestión es más compleja en el ámbito nacional, porque sería necesaria una reforma de la Constitución. Además, no nos engañemos, esta hipótesis altera los pactos básicos de la Transición. Se lo merecen, por supuesto, ciertos nacionalismos insolidarios, pero será mejor jugar en el terreno sólido de lo posible. No hace falta cambia la letra de la ley si los dos grandes partidos están de acuerdo. El Derecho constitucional ofrece instrumentos eficaces: convenciones, costumbres, precedentes... Como siempre, lealtad es la palabra clave.

Sigamos con el dilema que podría ser crucial: votos o escaños. Todos los argumentos apuntan en la misma dirección. En democracia, la voluntad popular tiene su traducción política en las instituciones representativas. Las Cortes Generales representan al pueblo español, dice el artículo 66 de la Constitución. El Congreso de los Diputados ejerce en exclusiva la facultad de otorgar la confianza mayoritaria al candidato a la presidencia del Gobierno, a tenor del artículo 99. Más diputados significa mayor apoyo de los ciudadanos. El constituyente quiere que esa preferencia discurra por el cauce del sistema electoral en vigor. ¿Acaso fue inocente la opción por la ley D´ Hondt? Guste mucho o guste menos, forma parte del complejo equilibrio que sustenta el régimen pluralista. En definitiva, gana el partido que cuenta con un número superior de diputados. Estamos esperando que Zapatero lo reconozca en voz alta. Por cierto: ¿quién ganó las elecciones municipales? El PP, como es notorio, en términos cuantitativos. ¿Quién dirige la Federación Española de Municipios y Provincias, lo más parecido que tenemos a un «macroparlamento» local? El PSOE nunca puso en duda que tenía derecho a la presidencia...

La sociedad española es muy homogénea, mal que les pese a unos cuantos. También en sus pautas de comportamiento electoral. De hecho, hablamos siempre de lo mismo. ETA, por desgracia para todos. La cuestión territorial, a veces ya insoportable. Poco más, no nos engañemos. Hay consenso suficiente en el ámbito social. Ni siquiera lo altera el aborto, y ya es decir, fuente hipotética de «value voters» al modo americano. Tampoco hay sectores definidos, al estilo de los jóvenes, los inmigrantes arraigados o la tercera edad. En el terreno económico, el consenso sobre los fines alcanza la categoría de absoluto. Se trata sólo de determinar quién gestiona mejor: Por eso están muy preocupados en el PSOE ante la avalancha de datos negativos. Así pues, conviene distinguir con Guicciardini entre súbditos «descontentos» y súbditos «desesperados», aunque ahora todos somos ciudadanos, por supuesto. Hay muchos de los primeros y muy pocos de los segundos. En otra dimensión, están ahí los conflictos «hipocondríacos», como los llama H. M. Enzensberger: pertenencias identitarias y sentimientos irracionales. Aparte de esto, puestos a resumir, vivir bien y pensar poco. Ciertos asuntos de moda apenas sirven para crear ambiente, ya sea el cambio climático o el canon digital. Estamos muy lejos del modelo de presidente «ómnibus», tipo Sarkozy, o de la yuxtaposición de intereses dispersos en grandes «contenedores», a la manera italiana. Algún día será, y no necesariamente para bien.

Lo nuestro sigue siendo tomar partido en la encrucijada que nos plantean. El PP propone una reforma prudente para que sirva de refuerzo a la Constitución actual. El PSOE quiere dejarla como está, acaso con retoques cosméticos, pero los antecedentes saltan la vista: texto congelado y mutación por vía estatutaria. ¿Las mismas elecciones de siempre? Tal vez la novedad traiga forma de debates. Rajoy y Zapatero se juegan en directo un puñado decisivo de votos y de escaños. Los mítines ya no dicen casi nada. Internet no tiene prisa: sabe que ganará a largo plazo. Aquí y ahora, manda todavía el factor televisión. Lo mismo, por cierto, que en Estados Unidos y en buena parte de Europa. Sigamos con la igualdad. A la vista del empate, el Gobierno reacciona a la vieja usanza, a base de fabricar «cuneros». Somos nietos de la Restauración, aunque los caciques hayan cambiado de oficio y los gobernadores civiles carezcan de nombre propio. A su vez, el PP controla los tiempos. No hay pistas suficientes para adivinar las candidaturas. Vale más contar con los mejores que arrepentirse cuando sea tarde. Las pugnas internas pueden y deben esperar.

Nos jugamos mucho el 9-M. Por eso es fundamental respetar las reglas del juego. En el ejercicio impecable de sus funciones, el Rey llamará a consultas a los líderes de los partidos. Para entonces, deben ser formalmente vinculantes los siguientes acuerdos. Primero: gana el que consiga más escaños en el Congreso; estará por ello en condiciones de presentar a la cámara, en calidad de candidato, «el programa político del Gobierno que pretende formar». Segundo: el que pierde, incluso si tiene más votos, renuncia a buscar una mayoría a base de pactos y concesiones. Atención a lo que sigue. Tercero: si el vencedor no logra la investidura, el perdedor ha descartado ya jugar sus bazas como alternativa. Debemos eliminar la fórmula de «subasta con doble opción». Hasta ahora, los votos complementarios sólo tenían una dirección posible. Sería un disparate otorgarles un camino de ida y vuelta. Dicho de otro modo: el paraíso de las minorías es la proclamación de dos ganadores dispuestos a gobernar. ¿Vamos a ser capaces de hacer las cosas todavía peor? Como en toda encrucijada, lo principal es el triunfo de la política sobre el partidismo.

Benigno Pendás, profesor de Historia de las Ideas Políticas.