¿Quién quiere una segunda guerra fría?

Presagia la guerra en el Cáucaso una segunda guerra fría? ¿O acaso Rusia pretende con ella invitar a Occidente a reformular el statu quo mundial imperante desde el final de la primera guerra fría?

No hay duda de que el Ejército ruso no está preparado para una confrontación con Occidente. No sólo el espionaje ruso no logró adelantarse al ataque georgiano contra Osetia del Sur, sino que los dispositivos de guerra electrónica rusos y sus mal equipadas tropas de infantería parecían trasnochadas reliquias soviéticas. Pero en la guerra no hay que exhibir armamento de última generación para transmitir un mensaje político contundente. Después de todo, el peso internacional de Estados Unidos está menguando, a pesar de que su Ejército sigue siendo la más compleja maquinaria militar de la historia.

Al demostrar que EE UU ha perdido el monopolio del uso unilateral de la fuerza, Rusia ha puesto abiertamente en cuestión la Pax Americana surgida de la victoria estadounidense en la guerra fría. La guerra en Georgia no habría tenido lugar si EE UU no hubiera gestionado de manera tan desastrosa su hegemonía mundial. EE UU inició una calamitosa guerra en Irak, perdió más de una oportunidad de atraerse al régimen revolucionario iraní, ha presionado para que la OTAN se amplíe sin cesar hasta llegar a los umbrales de Rusia y, cuando los rusos han protestado por el despliegue de misiles defensivos en Europa Oriental, ha mostrado su arrogancia haciendo oídos sordos. Amparándose en la "guerra contra el terror", EE UU, al penetrar en países centroasiáticos como Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kirguistán, Kazajstán y Tayikistán, ha alentado el miedo de Rusia a verse cercada.

Para contrarrestar lo que considera una hostil estrategia de EE UU, el Kremlin está fomentando alianzas con la Cuba de Raúl Castro y la Venezuela de Hugo Chávez. Y en Oriente Próximo, Rusia no está escatimando medios para recobrar algunos de los resortes que tenía e impedir así que Estados Unidos sea el único actor en la región. La reciente visita del sirio Bashar el Assad a Moscú pone claramente de relieve el potencial de una nueva alianza. Cuando EE UU propone sanciones a Irán, Rusia no deja de poner obstáculos, a la par que firma contratos energéticos con ese país y está a punto de venderle sistemas de defensa antiaérea destinados a frustrar posibles ataques israelíes o estadounidenses.

Una de las víctimas del unilateralismo estadounidense posterior a la guerra fría ha sido la Alianza Atlántica. No todos los aliados de EE UU comparten su obsesión por ampliar la OTAN, y Europa no tiene ninguna intención de seguir los pasos del impulsivo presidente georgiano y verse arrastrada por las ex repúblicas bálticas y Polonia a un enfrentamiento con Rusia. Europa, que depende de los suministros energéticos rusos, no está dispuesta a entrar en una nueva guerra fría. En cuanto su alternativa para el petróleo ruso -Irán- es indigerible para los estadounidenses.

A Occidente no le beneficia retomar la guerra fría. Iniciativas como amenazar a Rusia con expulsarla del G-8 o dejarla fuera de la Organización Mundial de Comercio no harán más que aumentar su sensación de aislamiento, acentuar su autoritarismo y llevarla a desempeñar el papel de potencia revolucionaria contraria al statu quo en la antigua esfera de influencia soviética e incluso en otros territorios. Las minorías rusas en Ucrania, los Estados bálticos y Moldavia podrían desatar un nuevo imperialismo ruso.

Pero Rusia, con multitud de problemas internos y una inseguridad crónica en sus extensas y despobladas zonas fronterizas, tampoco tiene interés en una segunda guerra fría. A pesar de haber llegado recientemente a un acuerdo de demarcación fronteriza con China, Rusia nunca podrá estar segura de cuáles son realmente las intenciones de su vecina, una potencia colosal y hambrienta, tanto de materias primas con las que alimentar su floreciente economía como de espacio vital para su enorme población.

Como ha demostrado la guerra en el Cáucaso, la economía globalizada no supone una garantía total contra las guerras. Pero una cosa es asumir un riesgo calculado, como los rusos hicieron al presuponer con razón que Occidente no entraría en guerra por Georgia, y otra muy diferente que Rusia ponga en peligro los colosales éxitos económicos de los últimos años en una confrontación a tumba abierta con los países occidentales.

En realidad, la guerra en Georgia ya ha ocasionado a Rusia su más grave crisis financiera desde 1998, cuando estaba prácticamente en bancarrota: en sólo una semana la huida de capitales ocasionó al país pérdidas por valor de 17.000 millones de dólares. La Bolsa de Moscú perdió el 15% de su valor en agosto, y el banco central ruso pronostica que este año la inversión extranjera se reducirá en un 25%.

Rusia debe buscar una auténtica colaboración estratégica con Estados Unidos, y éste debe comprender que Rusia, si se siente excluida y despreciada, puede ser un gran aguafiestas en todo el mundo. Desoída y despreciada por EE UU desde el final de la guerra fría, Rusia precisa integrarse en un nuevo orden mundial que respete sus intereses como potencia renovada.

Shlomo Ben-Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores israelí, y vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. © Project Syndicate, 2008. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.