¿Racista yo?

Seguro que les resulta fácil imaginarse esta escena: un turista, uno más de los miles de visitantes que recibe cada día Barcelona, se encuentra paseando tranquilamente por el parque Güell en una soleada mañana. Absorto por la incuestionable belleza arquitectónica del entorno que le rodea, apenas se da cuenta de que alguien se le acerca. Es entonces cuando un imperativo tono de voz y el reflejo de unas gafas de sol le sacan repentinamente de esa maravillosa y a la vez indescriptible sensación que despiertan las formas imposibles creadas por Gaudí. Los dos sujetos sin uniforme que le rodean se identifican como policías. Uno de ellos le enseña una placa policial y le pide sus documentos personales; mientras tanto, el otro no tiene reparos en preguntarle, de manera directa y con sumo desprecio, el número de veces que ha estado en prisión. En el parque hay muchas personas (y también muchos extranjeros) que, ajenas a lo que acaba de ocurrir, siguen con su día de turismo con toda normalidad. A unos pocos metros, escudriñado por los dos agentes, nuestro amigo siente que él no es como la mayoría de los que se encuentran en el parque, pues su piel morena y sus rasgos indígenas han delatado rápidamente su procedencia a las autoridades. Antonio es boliviano.

En un tren de la misma ciudad, las cámaras de seguridad permiten que veamos con indignación cómo una joven ecuatoriana es insultada y golpeada por un ciudadano español. Su 'delito': únicamente ser inmigrante. Al agresor, por cierto, se le deja luego en libertad. No demasiado lejos, en Madrid, un adolescente de origen peruano es también insultado y golpeado por la Policía española. Simplemente, supimos luego, no les gustaba su país de procedencia.

Las anteriores manifestaciones pueden despertar indignación, protesta y denuncia, así como llevarnos a exclamar: '¿Cuánto racismo y xenofobia hay en España!'. Lo cierto es que el racismo está más extendido de lo que se asume. Al respecto, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha dicho: «Nos hemos escandalizado por el ataque racista, xenófobo, de un 'des-adaptado' en Barcelona a una joven compatriota, pero aquí también, entre ecuatorianos, hay discriminación, racismo, ataques a los indios, cholos, negros, pueblos originarios de este país con más derecho que nosotros a estar en este suelo» (Portal web de Terra).

Al igual que en Ecuador, se presentan actos de discriminación en diversos países de Latinoamérica y el mundo. En Perú, sin ir más lejos, el conflicto armado interno que se vivió hace algunos años arrojó el saldo de casi 70.000 personas fallecidas, de las cuales un 75% aproximadamente respondían a esta descripción: de rasgos indígenas, pobres, vivían en Los Andes y tenían el quechua como lengua nativa. La Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional dice en una de sus conclusiones: «El racismo y la discriminación fueron inmanentes a las prácticas de violencia de todos los actores, aflorando sobre todo en los momentos en que se ejerció la violencia física mediante categorías raciales que estigmatizaron a las víctimas como indios, cholos y serranos».

El nefasto episodio antes citado parece no haber agitado la conciencia del pueblo peruano respecto a la gravedad de las prácticas racistas. Prueba de ello es que una gran cantidad de empresas en ese país exige 'buena presencia' como requisito para contratar a una trabajadora o trabajador (lo que en Perú no es otra cosa que tratar de asemejarse a alguien de rasgos caucásicos). Muchas personas se ven excluidas de estos puestos de trabajo y es que allí ser como la mayoría de peruanos se percibe casi como si fuera un estigma. Quizás deberíamos reflexionar sobre si esto responde al hecho de que el rostro de la pobreza extrema es indígena (o de origen afro-descendiente) y que ese mismo rostro es el que luego se ve en Europa u otros países del norte unido a la condición de inmigrante.

Otro caso de discriminación en Perú se evidencia en varios establecimientos comerciales en los que se les niega el ingreso a ciudadanas y ciudadanos tan sólo por tener estos rasgos (aún cuando sean mestizos). Wilfredo Ardito, especialista en el tema, comentaba en una entrevista hecha en 2004 que «puede haber dos mestizos, y si ése es caso, el más blanco va a sentirse superior y el más andino va a sentirse inferior». En respuesta a esta situación, empezaron a surgir diversos movimientos de protesta y ya hace algunos años se constituyeron colectivos como la Mesa contra el Racismo, compuesta por diversas instituciones y voluntarios y cuyo fin es el de buscar mecanismos de lucha contra este flagelo social.

El problema no se limita a la predominancia de un color de piel, o a la llegada de gente distinta de una nación a otra. Ahí está el caso de Ruanda (con el genocidio de los tutsis a manos de los hutus), o el del exterminio judío. Es decir, negros matando a negros distintos y blancos haciendo lo propio con otros blancos. Aludir al hecho de que el racismo se agudiza en países receptores de inmigrantes de otras nacionalidades (como en el caso de España) no es del todo exacto, pues este hecho constituye quizá una arista visible desde el punto de vista mediático del problema, pero el problema en sí mismo se compone de otros elementos que lo hacen un fenómeno mucho más complejo. A quien suponga que estos grupos poblacionales inmigrantes en Europa estarían menos discriminados si volviesen a su país, el presidente ecuatoriano Correa les responde: «Hay que luchar desde las aulas contra toda forma de racismo y discriminación y no rasgarnos las vestiduras solamente por lo que pasa en el extranjero, porque esa gente muchas veces ha sido humillada antes en su propia patria». (Portal web de Terra).

Los grupos poblacionales que migran son en su gran mayoría doblemente discriminados. Una persona física o étnicamente distinta a los patrones de los que hemos hablado es discriminada en su propio país y en el extranjero, pues representa a ese ser humano que en todas las comunidades siempre se quiere hacer invisible (consciente o inconscientemente). Negar el racismo es algo que le hace mucho daño a la lucha por las igualdades y contra la discriminación, pues el hecho de cerrar los ojos ante lo que ocurre equivale a pensar que es mínimo o que no existe.

Cuando se habla de este tema en ámbitos gubernamentales, tanto del norte como del sur, existe una tendencia a minimizar el asunto y a enfocar el problema en unos cuantos fanáticos o ignorantes, exhortando al resto de la población a ser más tolerante. Es decir, se traslada el problema a la población, cuando son justamente los gobiernos los primeros en cometer actos de racismo gravísimos empezando por el diseño de sus políticas migratorias, pasando por el incumplimiento de los tratados internacionales sobre el tema y terminando en su cómplice inacción ante los actos de racismo en todas sus formas.

El enfoque de derechos parece estar ausente y se suele confundir la lucha contra el racismo con una retórica de piedad. Tratemos bien a los pobres indígenas, negros, árabes, chinos, etcétera porque se muestran débiles e indefensos y han sido históricamente oprimidos por los blancos. Casi con seguridad, se podría exponer la hipótesis de que si la Historia hubiera sido geográficamente inversa, tendríamos la misma o incluso peor situación. Las muestras históricas de dominación y abuso son claras. Cuando los incas, aztecas o árabes eran poderosos imperios no tuvieron reparo en someter a poblaciones menos poderosas y cometer abusos similares a los que se cometieron con ellos.

Por todo ello, opino que por lo que se debe abogar es por un trato digno al semejante; no por bondad, piedad o mera tolerancia, sino porque estamos obligados a hacerlo, ya que somos personas con derechos que exigir y deberes que cumplir. El respeto por el otro o la otra y la libertad para migrar externa o internamente son derechos humanos fundamentales; más aún en la economía global. En esta dinámica, aceptar a la persona distinta y reconocerse en ella debe ser un ejercicio imprescindible. Empezar por hacer el esfuerzo en asumir nuestros propios racismos e irlos superando poco a poco sería ya un paso importante. Ciertamente, el problema está mucho más extendido de lo que pensamos y mucho menos superado de lo que creemos. Tratar de exponer todo ello no deviene en el conformismo, sino que busca motivar un compromiso de cambio real. Las respuestas tendrán que irse encontrando mediante la demanda constante y la acción ciudadana, desde el interior de cada persona y por supuesto también a través del diseño de estrategias colectivas que se orienten hacia mejoras concretas en nuestra convivencia.

Gustavo Oré