¿Sueño o pesadilla?

Por Pacal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 02/04/06):

El balance estratégico que cabe extraer de la guerra de Iraq - tres años después de su desencadenamiento- no dista demasiado de constituir una catástrofe. El precio de la caída de Saddam constituye un fardo muy pesado. El primero de mayo del 2003, George W. Bush subió al puente de un portaaviones norteamericano ataviado de uniforme de piloto de combate de forma que su figura se destacaba sobre un fondo en el que podía leerse: misión cumplida.Hoy confiesa que los soldados norteamericanos habrán de permanecer en Iraq tras el término de su mandato en el 2009, mientras que Donald Rumsfeld llega a hablar de la posibilidad de una prórroga de unos doce años o más para poner fin a la insurreción en Iraq. Veremos...

¿Cuáles eran los objetivos de EE.UU. antes de lanzarse a esta guerra? El primero era la lucha contra las armas de destrucción masiva, objetivo compartido por la comunidad internacional que sin embargo pensaba que podía obtener garantías sobre la cuestión merced a las inspecciones internacionales sin el recurso a la fuerza. EE.UU. se inclinó por la opción de la guerra. Se reveló que el peligro era un argumento ficticio, ya que Iraq no poseía tales armas. Así que la lucha contra la proliferación de tales armas era un pretexto engañoso.

El problema reside en que la guerra de Iraq ha venido a debilitar, de hecho, el objetivo de la no proliferación. La credibilidad de las denuncias sobre la amenaza de la proliferación se ha visto afectada por las mentiras estadounidenses. Corea del Norte prosiguió con su programa nuclear e Irán parece ir por el mismo camino del arsenal nuclear militar. La guerra de Iraq constituye un factor importante en el marco de tal decisión. Los iraníes han constatado que Iraq - que declaró no poseer armas nucleares y aceptó las inspecciones internacionales- ha sufrido no obstante el azote de la guerra. En cambio, a Corea del Norte, que procedió exactamente de manera opuesta, se le ha dejado en paz. Ala vista de ello, el régimen iraní ha extraído la conclusión de que su supervivencia sería más segura mediante la posesión de un arsenal nuclear que merced al cumplimiento de sus compromisos en materia de no proliferación. EE.UU. dispone de un margen limitado de maniobra a la hora de influir sobre Irán. Los iraníes están más motivados y experimentan menos dificultades en su propósito de proveerse de armamento nuclear.

El segundo argumento en favor de la guerra era la lucha contra el terrorismo. Decir que este objetivo también ha fracasado es quedarse corto. Iraq se ha convertido en un nuevo foco de terrorismo internacional. ¿Quién puede afirmar actualmente con seriedad que el terrorismo es menos amenazador que hace tres años?

La situación es grave pero, por desgracia, aún podría empeorar. El caos reinante en Iraq podría degenerar en una verdadera guerra civil. La cuestión ya no estriba en saber si la coalición militar anglonorteamericana abandonará Iraq, sino cuándo y con qué grado de humillación o afrenta. Iraq podría dibujarse como una síntesis a medio camino entre Líbano, por lo que se refiere a la guerra civil, y Vietnam, en lo concerniente al fracaso norteamericano. El verdadero vencedor de esta guerra es Irán...

En el caso de los iraníes y los palestinos, el cariz de los acontecimientos hace temer lo peor tras las esperanzas suscitadas por la llegada de Mahmud Abbas y la retirada de Gaza. Arabia Saudí sigue atrapada por el hecho de que un 60% de su población declara odiar a los norteamericanos; sigue teniendo mala prensa en EE.UU., pero es el único país capaz de aumentar a gran escala su producción de petróleo para satisfacer las necesidades estadounidenses. El presidente pakistaní Musharraf, si bien es un sólido aliado de Washington, no goza precisamente de una cómoda situación interna; por otra parte, no cabe esperar en principio que el acuerdo nuclear entre Washington y Nueva Delhi vaya a reforzar su posición. El acercamiento estratégico indonorteamericano resulta espectacular aunque esté pendiente de su aprobación por el senado norteamericano. En cualquier caso, es lógico que pueda provocar tensiones internas en India con relación a la izquierda y los musulmanes. Afganistán sigue siendo un país muy frágil.

A la vista de este panorama, los norteamericanos aumentan sin cesar su gasto militar, con magros resultados en términos de seguridad. ¿De qué les sirve - en la guerra contra el terrorismo- gastar ellos solos el 50% del gasto militar mundial? Pueden comprobarse los escasos resultados de tal esfuerzo en Iraq. Si por una parte la guerra ha motivado que se les deteste en mayor medida, por otra su empantanamiento ha reducido el temor que infundían. El sueño americano del Gran Oriente Medio pacífico y democrático ha muerto. Confiemos en que no degenere en pesadilla.