¿Tiene éxito Condoleezza Rice?

Aunque no depararon una sorpresa a determinados líderes políticos que ya clamaban en favor de un cambio de estrategia en Iraq, las conclusiones del grupo de estudio sobre Iraq (informe Baker-Hamilton) contienen de hecho una sanción bipartidaria de la iniciativa de acercamiento a Irán, Siria y la resistencia autóctona iraquí. El grupo ha recomendado también una ambiciosa estrategia tendente a la creación de un Estado palestino. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, visitó Oriente Medio hace unos días recabando respaldo diplomático de parte de los países árabes y del Golfo moderados,incluidos Arabia Saudí y Egipto, para el nuevo plan del presidente George W. Bush de despliegue de más de 21.000 soldados más para estabilizar Iraq. Tras el anuncio de la Administración Bush del rechazo de negociaciones con Irán y Siria, afirmando que ambos países apoyan el terrorismo, numerosas voces en Estados Unidos e Iraq se preguntan si tal es la interpretación del propio Bush sobre el diálogo constructivo.

Lee Hamilton, copresidente demócrata del grupo de estudio sobre Iraq, preguntó a los miembros del comité de Exteriores de la Cámara de Representantes: "¿Tan escasa confianza depositamos en los diplomáticos estadounidenses que no permitimos que conversen con quienes discrepamos?". Rice ha hablado en su gira con gobiernos árabes pronorteamericanos, muy alarmados ante la espiral de violencia sectaria en Iraq y sus posibles repercusiones en sus sociedades respectivas. Temen asimismo que el Irán chií consolide su influencia en el nuevo Iraq respaldando las fuerzas islamistas radicales hostiles a la situación vigente en Oriente Medio. Irán, a sus ojos, azuza líos y problemas en sus países poniendo en peligro su estabilidad.

A Egipto, Arabia Saudí, Jordania, Kuwait y Turquía les interesa detener el avance iraní en Iraq y en toda la región. Su respaldo retórico al nuevo plan ilustra sus temores ante la posibilidad de que una retirada estadounidense de Iraq propicie la supremacía iraní en un país devastado por la guerra y, por añadidura, amenace a la minoría árabe suní en Iraq, plantando las semillas de un enfrentamiento suní-chií a escala internacional. Por desgracia, el respaldo pasará sin pena ni gloria en Iraq. El Gobierno iraquí en manos de chiíes se blinda cada vez más; la coalición gobernante chií está harta del acecho de sus países vecinos suníes, aunque los líderes árabes prooccidentales poca influencia ejercen sobre sus homólogos suníes iraquíes, escindidos en múltiples facciones.

La influencia de Irán parece intensificarse al igual que la del suní palestino Hamas, mientras Condoleezza Rice empieza a interpretar la partitura del plan de Bush de una cumbre a tres bandas para intentar reemprender las estancadas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos. Una gran idea a primera vista, pero muchos palestinos y árabes creen que la visita de Rice pretende reforzar la postura del asediado presidente Abas que lograr un gran avance en el proceso de paz. Al Fatah, el movimiento liderado por Abas, se halla sumido en una mortífera lucha por el poder contra Hamas que ya se ha cobrado más de 35 vidas. Muchos palestinos atribuyen a las duras sanciones impuestas sobre ellos por Israel, Estados Unidos y Europa (desde que Hamas barrió en las elecciones parlamentarias hace un año) las crecientes tensiones internas entre las dos formaciones políticas.

EE. UU. e Israel han empeñado la suma de doscientos millones de dólares al objeto de respaldar a Abas y contrarrestar la influencia de Hamas, que conserva la mayoría en el Parlamento palestino. Claro que el apoyo de EE. UU. e Israel a Abas puede desacreditarle a ojos de los palestinos convirtiéndole en un colaboracionista. Un palestino afirmó que el respaldo estadounidense e israelí a Abas resultará un tiro por la culata y en último término hará el juego a Hamas.

Los árabes han criticado asimismo el silencio de Rice cuando en el curso de su visita el Gobierno israelí sacó a concurso la construcción de decenas de viviendas en el mayor asentamiento judío de Cisjordania, quebrantando así promesas anteriores de Israel (a Washington) en el sentido de suspender tal medida de acuerdo con la hoja de ruta para un futuro acuerdo entre palestinos e israelíes. Por su parte, los israelíes solicitaron a Rice que presionara a los palestinos para acabar con los atentados terroristas.

Los editoriales de la prensa en el mundo árabe han apuntado que Rice carece de un plan o visión de conjunto para promover un Estado palestino. Rice, asimismo, puso buen cuidado en mantenerse a prudente distancia de las espinosas cuestiones relativas a la ocupada Jerusalén este que los palestinos desean que sea su capital y el desmantelamiento de asentamientos judíos en Cisjordania tal y como se hizo en Gaza.

Por otra parte, posiblemente se acerca el día en que ni Ehud Olmert ni Mahmud Abas se hallen en condiciones de negociar en nombre de sus respectivos pueblos. Tras la chapucera guerra en Líbano en verano del 2006, Olmert se ve presionado para que dimita como primer ministro. El jefe de Estado Mayor israelí, general Dan Halutz, ya ha dimitido por el estrepitoso fracaso de las operaciones en Líbano y sólo falta preguntarse durante cuánto tiempo podrá Olmert capear el temporal. De igual modo, a Abas le preocupa la sangrienta lucha interna con Hamas: en las presentes circunstancias, no puede firmar un acuerdo que no contemple Jerusalén este como capital de un futuro Estado palestino ni tampoco la supresión de asentamientos en Cisjordania ni una solución justa a las penalidades de los refugiados. No es de extrañar que Abas informara a Rice de su rechazo de una propuesta para crear un Estado palestino provisional en el marco de fronteras transitorias no sea que el muro de separación construido por Israel se convierta en una frontera de hecho si fracasan las negociaciones.

Los años de desidia de la Administración Bush han ahondado aún más el foso entre palestinos e israelíes y entre los propios palestinos. En el caso de Iraq, la estrategia de la Administración Bush amplía la fractura entre países de influencia suní como Egipto y Arabia Saudí y países de influencia chií como Irán y Siria, lo que reporta graves repercusiones sobre el grado de seguridad en el ámbito regional y global.

En suma, en tanto y aun cuando el respaldo retórico de los líderes políticos moderados no llega a ser lesivo ni perjudicial, el caso es que tampoco ofrece a la Administración Bush una vía de salida de sus aprietos en Iraq ni una luz al conflicto palestino-israelí. La Administración Bush ha de tender una mano a los países vecinos de Iraq, incluidos Irán y Siria, comprometiendo en el empeño a todas las comunidades y fracciones políticas iraquíes. El debilitamiento de las fuerzas extremistas en la región, así como el planteamiento de una perspectiva valiente y enérgica, demandan de hecho un compromiso sostenido, firme y efectivo de parte del propio presidente George W. Bush y de su Administración.

Fawaz A. Gerges, profesor visitante de la Universidad Americana de El Cairo y autor de El viaje del yihadista: en el interior de la militancia musulmana, de próxima publicación en España. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.