¿Y si Prometeo vuelve a encadenarse?

Por haber entregado el fuego a los hombres, Prometeo fue condenado por su padre Zeus. Encadenado a las montañas del Cáucaso, diariamente un águila le habría devorado el hígado, que luego habría vuelto a crecerle por la noche. Prometeo permaneció en esta situación hasta que Hércules lo liberó con el consentimiento de Zeus, él también dios misericordioso. En 1969, el historiador de Harvard, David S. Landes - en su influyente The unbound Prometeus (El Prometeo liberado)-nos cuenta que Hércules representa la revolución industrial de la Inglaterra de fines de siglo XVIII, mientras que Prometeo nos muestra al hombre en sus primeros pasos hacia la industrialización. A lo largo de poco más de dos generaciones, el Prometeo liberado ha sido capaz de transformar - como nunca antes en la historia de las civilizaciones- su forma de vida y su planeta. Aquel fuego robado a los mismos dioses y transformado en unas pocas décadas en poderosas turbinas y motores, parece representar ahora - con sus emisiones de gases invernadero- una de las mayores contradicciones de un modelo productivo basado - en última instancia- en el uso de los combustibles fósiles como fuente primaria de energía.

El economista inglés sir Nicholas Stern - en su Review on the Economics of Climate Change-nos advierte que el impacto de nuestra presencia sobre el planeta, en términos del stock de gases de efecto invernadero, se duplicará en pocos años. En tales condiciones, es de prever, entre un 80% y 90% de probabilidades, que la temperatura de la Tierra aumente 2-3 grados centígrados.

¿Existe una solución a todo esto? No lo sabemos. La retórica del desarrollo sostenible se encuentra a punto de cumplir 20 años, desde que en 1987 el Brundtland Report comenzara a difundir la idea de que el desarrollo económico no podía perpetuarse a costa de las futuras generaciones. Desde entonces, una plétora de principios y estrategias han invadido las mesas de trabajo de políticos, diplomáticos y expertos, entre otros. Los economistas - más pragmáticos- se limitan a señalar que a fin de mitigar los efectos del cambio climático se necesitará una inversión equivalente al 1% del PIB mundial. De lo contrario, el mundo quedaría expuesto a una recesión, la cual podría alcanzar el 20% del PIB global.

Una cosa es cierta: desde las proclamas ecologistas de fines de los años sesenta (y sus desafortunadas previsiones), hoy existe suficiente conocimiento científico sobre las múltiples interconexiones entre desarrollo económico, crecimiento demográfico y sustentabilidad ambiental. Nos parece este último un punto de partida, por lo menos, consolador. En primer lugar, se han identificado los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. El 65% comprende emisiones provenientes de la energía, industria, transporte y construcciones. En segundo lugar, es ampliamente reconocido que las emisiones de CO se encuentran positivamente correlacionadas 2 con los niveles de PIB per cápita de los países. Desde 1850, América del Norte y Europa han sido responsables del 70% de las emisiones globales de gases invernaderos. Los países en desarrollo han producido menos de un cuarto del total a nivel global. Además, sabemos que esta proporción está destinada a cambiar en el futuro. Entre 1994 y 2004, el consumo de petróleo se ha incrementado en un 15% en EE. UU., mientras se ha más que triplicado en China.

Incluso en relación con los aspectos demográficos, existe hoy mucho más conocimiento que unas décadas atrás. De acuerdo con las previsiones de la ONU es probable que la población mundial ascienda a unos 9 billones de individuos en el 2050, para luego comenzar a estabilizarse en el largo plazo. Más allá de los improbables escenarios maltusianos, lo que más preocupa a los demógrafos no es tanto la tasa de crecimiento de la población sino su movilidad (migraciones, tanto internas del tipo rural-urbano como internacionales), su composición y su distribución global. Sabemos que muchos de los fenómenos demográficos más relevantes tendrán como protagonistas a los países en desarrollo. Así, es de prever que entre 2000 y 2100 el peso de la población europea se reduzca a casi la mitad - del 12% al 6%- mientras que la población africana duplicará su incidencia relativa - del 13% al 25%. El mundo en desarrollo crecerá, y como ya sabemos - si todo se mantiene constante- a mayor desarrollo, mayores emisiones. Cabe mencionar, a modo de conclusión, que la pérdida de 20.000 km2de bosques al año, es resultado, en gran parte, de la construcción de grandes infraestructuras (autopistas, aeropuertos, puertos) y de la colonización agrícola en muchos países en desarrollo. De la misma manera, la mejora en las condiciones de vida de muchos individuos se dará por una fuerte migración desde el campo a las ciudades. Se estima que en el 2030, alrededor de 5 billones de individuos (cifra que representa un 60% de la población) vivirán en centros urbanos, con lo cual se incrementará el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero. Cada uno de estos aspectos encierra en sí mismo una fuerte contradicción: por un lado, se trata de elementos básicos para el desarrollo económico; pero por otro lado, representan un mayor peso sobre las capacidades de nuestro planeta.

En los años sesenta, la revolución verde - de nuevo, Hércules- vino en ayuda de Prometeo, permitiéndole así superar los escenarios catastróficos que algunos ya habían vaticinado. Actualmente, y de acuerdo con lo que afirman reconocidos expertos, estamos recogiendo los frutos de lo que sembramos - a nivel de emisiones de CO - en los últimos 230-40 años. La manera en que actuemos en los próximos 10-20 años será fundamental para el futuro de nuestro planeta a partir de la segunda mitad del siglo XXI. Cabe entonces preguntarse si nuestro Prometeo seguirá libre o habrá vuelto a encadenarse, esta vez con sus propias manos.

Andrea Noferini, doctor en Política y Economía de los Países en Vías de Desarrollo por la Università degli Studi di Firenze.