10 mitos, mentiras y malentendidos sobre la guerra de Rusia a Ucrania

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, visita el frente en la región del Donbás
El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, visita el frente en la región del Donbás.

Además del futuro de Ucrania, en el campo de batalla ucraniano se dirime también el de Europa. Si Rusia atacará o no, es decir, hasta dónde está dispuesta a llegar, sólo puede saberlo con certeza el Kremlin. Se puede conjeturar, pero no predecir qué pasará. La decisión está exclusivamente en manos del presidente Putin y, probablemente, la valora con un núcleo de cinco o seis personas, como mucho. En su cálculo de riesgos, costes y beneficios, influirá decisivamente su percepción de cuál será la respuesta de EEUU y algunos aliados europeos clave.

La guerra va, fundamentalmente, del control estratégico de Ucrania, pero también del equilibrio de poder y arquitectura de seguridad europea. Así que, aunque por razones geográficas e históricas en España tengamos tendencia a ver esta crisis con una complaciente distancia, conviene no olvidar que la guerra ruso-ucraniana nos incumbe, y mucho.

De hecho, por si quedaba alguna duda, desde hace días, Moscú acompasa su amenazante despliegue militar en las fronteras de Ucrania con la demanda explícita de reformulación de las reglas y principios que sustentan el orden geopolítico y, en última instancia, la paz y la guerra en el continente. Eso es lo que está en juego. Ni más ni menos. Y si sus demandas no son atendidas, Moscú amenaza con lanzar un primer ataque devastador sobre Ucrania.

Por todo ello, puede resultar útil y quizás necesario repasar algunos lugares comunes de nuestros un tanto desenfocados debates sobre Ucrania. Algunos reflejan simple desconocimiento, estereotipos románticos o inercias periodísticas. Otros, sin embargo, son resultado de la intensa y masiva campaña de desinformación e influencia lanzada por Rusia desde inicios de 2014.

Aquí van diez de los mitos, malentendidos y mentiras más comunes en España (y Europa) sobre la guerra ruso-ucraniana:

1. “Lo de Ucrania es una guerra civil”

No, no lo es, aunque sea uno de los mantras recurrentes del Kremlin. El conflicto tiene un componente local, pero la guerra no puede entenderse sin la intervención rusa en forma de combatientes, suministros permanentes, respaldo diplomático y participación directa de fuerzas regulares rusas en al menos tres ocasiones.

Durante las fases clave del conflicto, los líderes y el grueso de los combatientes de la milicia prorrusa han sido ciudadanos rusos venidos del territorio de la Federación Rusa. Sin su intervención, sencillamente, no habría estallado la guerra en abril de 2014.

Así, lo indicó el propio Igor Girkin, alias Igor Strelkov, comandante militar de la insurgencia rusa y veterano de cinco guerras, vinculado con el FSB (servicio de inteligencia ruso, heredero de la KGB), en una entrevista publicada por el diario neofascista Zavtra en noviembre de 2014: “Fui yo quien apretó el gatillo […] Si nuestra unidad no hubiera cruzado la frontera, todo se habría desvanecido […] Fue nuestra unidad la que hizo girar la rueda de la guerra”.

2. “Ucrania es Rusia: ucranianos y rusos son un mismo pueblo”.

No, no es así, aunque el propio presidente Putin haya dicho que lo cree "firmemente" y sea un punto de vista compartido por buena parte de la opinión pública rusa. Esta visión parte de la idea de la Rus de Kyiv del siglo X como origen de la Rusia actual (así como de Ucrania y Belarús), y se construye sobre un relato elaborado a partir del siglo XVI para legitimar la expansión del principado de Moscovia. En el mejor de los casos se trata de la simplificación de un proceso histórico complejo y que omite por completo la historia política y especificidad nacional y cultural ucraniana.

El principal problema no es, sin embargo, la mayor o menor solidez de este relato histórico, sino que el grueso de los aproximadamente cuarenta millones de ucranianos no comparten que este pasado legitime en ningún caso las aspiraciones del Kremlin de dominar o desmantelar Ucrania, por mucho que la historia de rusos y ucranianos esté entrelazada.

Ningún partido ucraniano con representación parlamentaria, ni siquiera aquellos considerados prorrusos, ha abogado nunca por una suerte de reabsorción por la antigua metrópoli.

3. “Rusia protege a sus compatriotas de un régimen neofascista/nazi”

No, ni Rusia protege a ninguna población civil ni Ucrania ha establecido ningún régimen de tipo fascista. En este caso, se trata de pura y simple desinformación lanzada, desde el primer momento, con el fin de deslegitimar las protestas del Maidán (conocidas como revolución de la dignidad entre los ucranianos) y justificar tanto la anexión de Crimea por vía militar como la guerra injertada artificialmente en el Donbás.

Curiosa forma de proteger a la población civil y obsérvese, además, que la idea de que Rusia protege entraría en contradicción con la narrativa oficial del Kremlin: esta (aún en diciembre de 2021) sigue afirmando que Rusia no tiene nada que ver con la guerra de Ucrania y que es un mero observador con vocación de mediador.

También es importante indicar que, por mucho que la desinformación rusa haya jugado a la confusión, rusófono, ruso étnico y prorruso no son términos intercambiables. Los ucranianos rusófonos que se han mantenido leales a Kyiv son mayoría. La guerra no se explica por razones lingüísticas ni en su génesis ni en su desarrollo.

4. “El protocolo de Minsk es la base para un arreglo duradero”

Podría ser, pero es poco probable dada la endeblez de la posición diplomática europea (léase francoalemana). Los dos protocolos de Minsk -firmados en septiembre de 2014 y febrero de 2015 respectivamente- han permitido establecer un alto el fuego intermitente y reducir la actividad de la artillería de ambos bandos.

El texto de sendos documentos resulta lo suficientemente ambiguo como para permitir interpretaciones contrapuestas tanto del resultado final de su implementación como de la secuencia para alcanzar ese final. Es decir, que Minsk también podría salvaguardar la existencia de Ucrania. Pero en la interpretación de Moscú, le confiere derecho de veto sobre una reforma constitucional en Ucrania que, de facto, anularía la soberanía ucraniana.

La Bosnia actual o la Finlandia de la Guerra Fría son los modelos en los que se inspira Rusia. No es casualidad que la firma de ambos documentos estuviera precedida de sendas severas derrotas ucranianas en las batallas de Ilovaisk, en agosto de 2014, y Devaltseve, en febrero de 2015, ambas frente a fuerzas regulares rusas. Moscú exige ahora que se cumpla en sus términos. Si no es así, advierte, la guerra será inevitable.

5. “No hay solución militar al conflicto de Ucrania”

Depende, claro, de lo que se entienda por solución. Si por solución se entiende, como hace la UE, una Ucrania próspera y en paz en casa y con sus vecinos, obviamente, la solución no puede ser solo de tipo militar.

Pero conviene tener muy presente que, hasta la fecha, Rusia ha conseguido todos sus objetivos por vía militar: la anexión de Crimea, ha obstaculizado el proceso reformista en Ucrania injertando una guerra en el Donbás y, ahora, amenaza con doblegar definitivamente a Kyiv por medio de un golpe devastador.

Se trata por ello de un mantra contraproducente y particularmente lesivo para las opciones diplomáticas de la UE, por mucho que en Bruselas (y Berlín) crean que repetirlo sin cesar alivia la tensión militar. Como suele decirse, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

6. “Rusia tiene legítimos intereses de seguridad en Ucrania y el resto de su ‘zona de influencia’”

Depende, también, de la interpretación que hagamos de los términos. Rusia puede tener (y tiene) intereses regionales legítimos, pero eso no justifica ni la invasión ni las recurrentes coacciones o amenazas al uso de la fuerza contra Ucrania y otros vecinos. La influencia, tal y como la entiende el Kremlin, es control y derecho de tutela “metropolitana”.

Si Rusia carece de una zona de influencia no es por el escaso atractivo de su economía o de su modelo social, sino porque desde la desaparición de la Unión Soviética no ha sido capaz de articular una relación con sus vecinos sobre la base del reconocimiento real, no sólo formal, de su plena soberanía e independencia. Ese es el nudo gordiano de las tensiones en el este y norte de Europa.

7. “La ampliación de la OTAN es el origen de esta crisis”

No, no lo es por mucho que el Kremlin y sus defensores en Europa occidental insistan en ello. Conviene hacer algunas precisiones. En primer lugar, la OTAN es una alianza de naturaleza defensiva. La cláusula de respuesta solidaria (el artículo 5 del Tratado) se activa exclusivamente en caso de ataque armado contra un aliado.

En segundo lugar, resulta más ajustado afirmar que es el Este el que se ha movido hacia el Oeste que viceversa. Han sido los países del antiguo Pacto de Varsovia los que han ido llamando a la puerta de la OTAN (y de la UE) y no al revés. La pregunta que debería hacerse el Kremlin y sus defensores es por qué todos los vecinos de Rusia (con la excepción de China y Corea del Norte) sienten la imperiosa necesidad de contar con reaseguros estratégicos y alejarse de la órbita de Moscú.

En tercer lugar, ni la OTAN ni ninguno de sus miembros amenazan militarmente a una Rusia que sigue disfrutando de la disuasión que genera el mayor arsenal nuclear del mundo. El despliegue de batallones multinacionales rotatorios en las repúblicas bálticas es un mensaje de solidaridad política entre los aliados, pero de nulo valor disuasorio en términos estrictamente militares.

Resulta, por cierto, contradictorio decir que la incorporación de las repúblicas bálticas a la Alianza genera inestabilidad y, al mismo tiempo, que un ataque ruso resulta inconcebible porque pertenecen a la OTAN. Si un ataque resulta inconcebible para ambos bandos eso es una sólida garantía de paz.

La responsabilidad que sí puede achacarse legítimamente a la OTAN tiene que ver con los resultados de la cumbre de la Alianza en Bucarest en abril de 2008. Las discrepancias entre EEUU, Reino Unido por un lado y Francia y Alemania, por el otro, dejó a Ucrania (y Georgia) en el peor de los mundos:  dentro de forma inminente a ojos de Moscú, fuera sine die en el de unos aliados europeos siempre temerosos de irritar al Kremlin.

El resultado no se hizo esperar. Cinco meses después, los tanques rusos a punto estuvieron de tomar Tbilisi. Seis años después, Rusia desencadenaba la guerra en Ucrania.

8. “Ucrania no es nuestro problema: no merece ni el riesgo ni el coste”

Resulta comprensible y razonable la renuencia europea (y estadounidense) a desplegar botas sobre el terreno. Sin embargo, como ya se ha indicado el asunto va mucho más allá y afecta de lleno al futuro de Europa. España y el resto de estados miembros de la UE deben hacer todo lo posible por disuadir a Rusia de atacar (de nuevo) Ucrania.

Las posibilidades en ese sentido aumentarán mostrando una posición firme y anunciando medidas económicas y políticas de una magnitud mucho mayor que las sanciones adoptadas hasta ahora. Cuanto mayor sea la incertidumbre sobre los costes más pesarán estos en los cálculos del Kremlin sobre si lanzar o no un ataque. La firmeza y la incertidumbre serán más eficaces que las posiciones apaciguadoras.

En cualquier caso, sea cual sea la posición de cada uno de sus gobiernos, lo que sí cabe exigir a la UE y sus estados miembros es que, en ningún caso, dificulten o menoscaben con su acción diplomática “el derecho inmanente de legítima defensa” que asiste a Ucrania en virtud del artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas.

9. “Esta crisis muestra que debemos avanzar en la autonomía estratégica de la UE”

Puede, pero eso depende también de cómo se conciba la denominada autonomía estratégica. Dos apuntes sin ánimo de enmienda a la totalidad de la agenda diplomática europea.

En primer lugar, Moscú ya ha dejado claro que quiere abordar la arquitectura de seguridad europea exclusivamente con Washington, dejando a los europeos como meros receptores de lo que se decida. Con esta jugada, el Kremlin busca varias cosas: una de ellas, erosionar el vínculo transatlántico más aún. Los europeos no deben de perder de vista que, sin el paraguas de seguridad norteamericano, la UE no dispondrá de ninguna disuasión real frente a la amenaza militar rusa.

En segundo lugar, que haya sido el Reino Unido quien ha desplegado rápidamente efectivos tanto en Polonia como en Ucrania debería motivar una reflexión de quienes se congratulaban porque, según decían, el Brexit permitiría avanzar de forma decisiva hacia una UE verdaderamente operativa y creíble en asuntos estratégicos.

10. “No debemos empujar a Rusia a los brazos de China”

La convergencia estratégica entre Moscú y Pekín tiene raíces más profundas de lo que suele creerse y una dinámica propia. No está en manos ni de Bruselas ni de Washington impedirla. Ambos pueden ofrecer incentivos y diseñar estrategias diplomáticas más sofisticadas que no la faciliten.

Pero suponer que conseguirán desligar a Moscú o atraerla hacia los planteamientos euroatlánticos sobre China es o bien resultado de seguir anclado conceptualmente en el mundo de ayer, el de la posguerra fría y el orden liberal, o bien desconocer los debates de la comunidad estratégica rusa, por mucho que dejen traslucir su malestar por lo que poco que reporta económicamente a Rusia la “casi alianza” con China.

En cualquier caso, cuanto más se insista públicamente en la necesidad de “no lanzar a Rusia a los brazos de China” más explotará la diplomacia rusa ese argumento a su favor, sin que eso reduzca ni un ápice su convergencia con Pekín.

Bonus track: “Si cedemos a las demandas del Kremlin sobre Ucrania, la situación se calmará y no habrá más crisis”

A la luz de la Historia, no parece lo más probable. Sólo una pista: el Kremlin ya ha dejado entrever que el derecho de veto que exige con respecto a Ucrania y otras exrepúblicas soviéticas podría aplicarlo también a miembros de la UE (y no OTAN) como Finlandia o Suecia. Ahí queda eso.

Nicolás de Pedro es Senior Fellow del Instute for Statecraft en Londres.

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