11-S, el choque de la historia

Nicolás Baverez, historiador y economista (ABC, 11/09/05).

El tiempo de la historia no es ni lineal ni continuo. Se organiza alrededor de acontecimientos clave, de nudos -por retomar la expresión utilizada por Soljenitsyn a propósito de la revolución bolchevique de 1917- en torno a los cuales cristalizan fuerzas pesadas para producir aceleraciones brutales y trastocar el destino de los pueblos, de las naciones e incluso del mundo. Así, el asesinato en 1914 del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo puso en movimiento el mecanismo de alianzas que precipitó el primer conflicto mundial, engendrando la guerra total, inventando los totalitarismos y arruinando la civilización liberal y la supremacía de Europa.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 forman parte de estos acontecimientos y constituyen la matriz del siglo XXI. Para empezar, provocaron el estallido de las burbujas en las que se complacían las democracias desde la caída del imperio soviético: burbuja intelectual del fin de la historia, de las guerras, de los ciclos económicos y del trabajo; burbuja política de un mundo puesto en piloto automático porque se suponía que podía autorregularse; burbuja financiera de los mercados; burbuja tecnológica de Internet, al que se consideraba capaz de garantizar el advenimiento de una libertad ilimitada y la liberación de la obligación de escasez. Posteriormente, éstas sacaron a la luz el lado oscuro de la globalización que constituye el principio de nuestra época, revelando el poder de las nuevas pasiones antidemocráticas y liberales que han sucedido a las ideologías que oponen la violencia y el caos a los progresos de la sociedad abierta. Por último, a semejanza de lo que sucedió en octubre de 1917, aunque fracasaron en el intento de desencadenar una revolución islámica mundial, abrieron un nuevo ciclo histórico, situado bajo el signo de una guerra civil mundial radicalmente nueva, que ya no enfrenta a Estados o imperios sino que atraviesa todas las sociedades, sea cual sea su nivel de desarrollo.

De ahí el triple impacto sobre el sistema geopolítico mundial, sobre los Estados y las sociedades. En el plano geopolítico, el terrorismo se impone a la vez como actor autónomo, desconectado de los Estados, y como arma de destrucción masiva contra las democracias en la medida en que tiene como blanco prioritario a los ciudadanos. En el plano de los Estados, la jerarquía y las alianzas se han trastocado: la supremacía absoluta de Estados Unidos se ha visto sacudida por las dificultades encontradas en Afganistán, la derrota anunciada en Irak y el cuestionamiento de la inviolabilidad del territorio; conmocionadas, las democracias y Europa se han dividido, socavando los principios y los marcos del orden internacional. En el plano de las sociedades sobre todo, se desarrolla una guerra de valores, si no de religiones, a través de una espiral de miedo y de odio que vuelve a poner en tela de juicio los fundamentos del convenio social en el seno de las naciones libres: desestabilización del sueño americano, de la tolerancia británica, de la sociedad multicultural holandesa, del laicismo francés y de la movida española.

Cuatro años después, la situación dista de estar bajo control. Primero, la guerra civil mundial se desarrolla en un doble frente exterior -conflictos afgano e iraquí- e interior, y con el fondo de un terrorismo cuya actividad e intensidad van en aumento, como han demostrado siniestramente los atentados en Madrid, Estambul o Casablanca, Londres, Bali o Sharm el Sheik. Segundo, Estados Unidos está a la defensiva en Afganistán -donde los talibanes progresan al mismo tiempo que la legitimidad de Hamid Karzai se erosiona- y se ha estancado en Irak -donde ha originado la alianza del nacionalismo y el fundamentalismo religioso transformando el país en base de entrenamiento terrorista-, lo que deja libre un amplio espacio para las potencias opuestas a la democracia que Irán, por ejemplo, ha aprovechado para dotarse de armas nucleares. Tercero, en el seno de la mayor parte de las democracias, el terrorismo provoca una formidable demanda de seguridad que se ejerce en detrimento de las libertades y los derechos individuales, pero justifica igualmente el regreso con más fuerza de las intervenciones de los Estados y de las tentaciones proteccionistas o nacionalistas. Cuarto, en numerosos países en vías de desarrollo, sobre todo en el mundo árabe-musulmán, pero también en Rusia, esas mismas razones se invocan para legitimar el refuerzo de regímenes de carácter dictatorial.

Sin embargo, los fanáticos están lejos de haber ganado. Primero, en Estados Unidos, bajo la presión del deterioro de la situación en Irak, redoblada por la tragedia interna provocada por el huracán Katrina, por el juego de contra-poderes reactivados desde la campaña presidencial de 2004, el bandazo nacionalista, unilateral y militarista se va corrigiendo, con el redescubrimiento de las virtudes de un acercamiento internacional coordinado, incluido el ámbito de la lucha contra el terrorismo. Segundo, en Europa, bajo la conmoción causada por los atentados en Madrid y Londres, se disipa la ilusión según la cual el continente se beneficiaría de una especie de inmunidad, lo que abre el camino a una cooperación reforzada para garantizar la seguridad de la Unión y la renovación de la alianza transatlántica. Tercero, en las naciones libres, vuelven a aflorar las preocupaciones ligadas a la defensa de las libertades individuales al mismo tiempo que las reflexiones sobre el lugar otorgado a las minorías y a la religión. Cuarto, en el mundo árabe-musulmán se observan progresos en lo que respecta a la libertad, ya se deba a una soberanía redescubierta como en el caso de Líbano, a la evolución desde una lógica de guerra a una lógica de compromiso político en el caso de Oriente Próximo, a la introducción o mejora de los procesos electorales en el caso de Arabia Saudí o de Egipto, o bien a la prevención de focos extremistas, sobre todo en el ámbito de la educación.

El 11 de septiembre de 2001 no señala la irrupción de un choque de civilizaciones, sino que caracteriza un choque histórico, en el que está en juego una gran transformación de la democracia, del capitalismo y del sistema geopolítico mundial. Las democracias han cometido tres errores capitales en la respuesta que se le ha dado. El primero consiste en subestimar las transformaciones aportadas por el nuevo orden internacional, también para las naciones libres y sus pueblos, que deben asumir de forma duradera el riesgo terrorista. El segundo se refiere a la noción de guerra contra el terrorismo, reductora e infundada, por ser tan diversas las causas de la violencia y variadas sus manifestaciones, y porque la réplica convenida se desarrolla menos en términos de jefe de guerra que de estrategia política. El tercero reside en la prioridad dada a las decisiones nacionales sobre la indispensable coordinación internacional, al haberse demostrado que ni siquiera la superpotencia estadounidense en situación de monopolio está a la altura de los problemas del mundo del siglo XXI. La superioridad de las democracias sobre las tiranías consiste en que disponen de la capacidad de debatir sobre sus errores y, por lo tanto, de corregirlos. El verdadero antídoto contra el terrorismo, con su cortejo de miedos y odios, sigue siendo la globalización y la sociedad abierta.