Por Mustapha Cherif, filósofo argelino, fundador de la Universidad de Enseñanza Continuada, ex ministro de Enseñanza Superior de Argelia. Autor de L´Islam tolérant ou intolérant? Ed. Odile Jacob, 2006. Traducción: Hadj Aissa Zohra (LA VANGUARDIA, 07/08/06):
Es posible presenciar mudos las masacres perpetradas por el ejército israelí contra el pueblo libanés? Voy a tratar de dirigir a nuestros colegas intelectuales judíos, cristianos, laicos, unas palabras que emanan del buen sentido. ¿Es aún posible la objetividad, aunque sea relativa? ¿Podemos comprendernos?
Lo que ocurre en Oriente Medio es de una extrema gravedad - más aún por estar premeditado- y eso sobrepasa el entendimiento. Si bien las reacciones de extremistas político-religiosos, usurpadores del nombre del islam - especialmente desde el 11 de septiembre-, arruinan y derrumban los esfuerzos de todos los que trabajan para el diálogo y la coexistencia entre Oriente y Occidente, la política belicista y las operaciones del Gobierno de Israel cavan no solamente la tumba de la paz en esta región, sino la del porvenir de la humanidad.
Es el terrorismo de un Estado potente dotado de armas de destrucción masiva. Estado que no se parece a los demás, con fronteras desconocidas, que actúa en la impunidad total en contra de una resistencia auténtica y legítima, pues defiende el derecho a la vida libre oponiéndose a fuerzas armadas de ocupación y lucha contra un terrorismo de los débiles cuya meta esencial son los civiles.
El pueblo judío tiene también derecho a la seguridad y a la paz, a defenderse. Pero Israel no tiene derecho a transgredir las leyes universales manteniendo un orden colonial inhumano. Es un suicidio, tal como lo calificaba también Jacques Derrida.
El desorden internacional se basa en la ley inicua del más fuerte. Israel rechaza cualquier negociación con los países árabes, multiplica los actos unilaterales y la expoliación de tierras, erige un muro de separación, en contradicción con las leyes, la naturaleza y la moral.
El problema palestino es el quid de la cuestión.
Mientras esta cuestión política no se resuelva, no habrá ninguna oportunidad de paz. Israel mantiene en el apartheid a las poblaciones palestinas y asesina a personalidades políticas con toda claridad. Encarcela de manera desmesurada a militantes nacionalistas y a responsables palestinos, y son más de diez mil. Destruye, sin cesar, casas e infraestructuras, bombardea barrios de civiles, hace pasar hambre a todo un pueblo y bloquea todos sus ingresos, ya tan debilitados y escasos.
La resistencia libanesa tuvo razón cuando quiso prestar su ayuda a la resistencia palestina. En este contexto de muerte, la primera potencia mundial, Estados Unidos, apoya incondicionalmente a Israel. Los países europeos cierran los ojos, o piden a las víctimas que reconozcan a su verdugo, sin condiciones. El colmo de lo absurdo es que los países occidentales castigan al pueblo palestino cuando éste elige libremente a sus representantes y quiere desarmar a la resistencia.
La política del doble rasero ha sobrepasado todos los límites. ¿Por qué este ensañamiento y esta rabia? ¿Qué es lo que se inhibe y cuáles son sus causas, que Occidente rechaza plantear y reflexionar al respecto? ¿No será el islam? ¿O la democracia? ¿Dónde están los valores de la modernidad? Yla justicia, el derecho, ¿dónde los encontramos? ¿Quién se apoderó del mundo convirtiéndolo en rehén?
Antes de que la humanidad se hunda en un sistema faustiano que ya no oculta sus intenciones, tendrán que decírnoslo. Sobre todo, a aquellos, que somos mayoría, que creemos en la fuerza de la razón, en las virtudes del diálogo y en la necesidad de convivir.
La represión brutal, así como las agresiones odiosas que sufre, casi cotidianamente, el pueblo palestino desde hace más de cincuenta años, y después el de Iraq y ahora el pueblo libanés, son una realidad trágica. El pueblo judío también sufre esta realidad que aparentemente nadie quiere arreglar.
Como subraya el historiador pacifista israelí Ilan Pappe, catedrático de la Universidad de Haifa, el hecho de tomar represalias contra una operación de pequeña envergadura a través de acciones de guerra total y de destrucción masiva demuestra claramente que su verdadera motivación no es tal pretexto, sino únicamente un proyecto de dominación.
Los dirigentes israelíes continúan con las operaciones de represión programada que fueron el origen, hace cincuenta años, de la expulsión de la mayoría de la población autóctona de Palestina, destruyendo así la mitad de sus pueblos y aldeas y arrastrando al mundo árabe a un conflicto agotador con Occidente. Para unos, esto exacerbó el odio al islam, ese desconocido, y para otros, creó y dio lugar a un resentimiento sin igual.
Cuanto más se desarrolle la potencia israelí y la comunidad internacional permanezca pasiva o cómplice, más fácil resultará terminar con lo que se inició en el año 1948: dominar progresivamente a todo el mundo árabe, rico por sus energías y portador de una religión que interpela a las conciencias.
La política sionista quiere ampliar la fractura entre las dos riberas del Mediterráneo en detrimento de los intereses de todos los pueblos del mundo, incluido el judío. Todavía no es demasiado tarde para poner fin a este plan.
Es cierto que las reacciones desesperadas de los grupos extremistas, así como las contradicciones, las incoherencias y los arcaísmos de regímenes árabes e islámicos, sin olvidar la cobardía y la traición, no contribuyen a la credibilidad y tampoco a la popularidad internacional de la resistencia.
Para enfrentarse a la ocupación de Gaza y de Cisjordania, a la de Estados Unidos en Iraq y a la agresión de Líbano en la coyuntura mundial actual - desde el punto de vista metodológico- es preciso recurrir sobre todo a la política y la diplomacia por un lado, y por otro, dar muestras de estrategia y de respeto de los derechos humanos en el marco de las acciones de legítima defensa.
En cuanto al fondo de la cuestión, la democratización de nuestras sociedades, así como la apuesta por la secularización sin perder nuestras referencias, representa la vía para mejorar la situación y acertar en estos desafíos.
Y eso aun cuando la meta principal de las fuerzas ocupantes es procurar quebrantar la voluntad de resistencia de los pueblos para hacer saltar los cerrojos que se oponen a la hegemonía imperial del mundo. Pero esto está condenado al fracaso. No solamente porque en la guerrilla los hombres motivados por una causa justa en su propio territorio son más fuertes, sino sobre todo porque no se puede cambiar la conciencia de los pueblos. Saben que padecen y viven una situación terriblemente injusta, y nadie ni nada en el mundo puede aniquilar su resistencia, ni los sofisticados ejércitos, ni diez mil años de represión. Tres soldados israelíes capturados en territorio libanés ocupado bastan como pretexto para que un diluvio de fuego caiga sobre todo el país. Lo que resultó insoportable para el ejército israelí, además del acto de guerrilla, es la solidaridad de la resistencia libanesa para socorrer a Palestina, que está atenazada y a merced de la soldadesca sionista, sin que nadie se mueva.
Los medios de comunicación dominantes en el mundo niegan el hecho de que el ejército israelí ocupe violentamente los territorios palestinos y de que haya violado el territorio libanés.
Este tipo de discursos invierte el orden de las cosas y pretende decir que los que violaron la soberanía israelí son los resistentes árabes; cuando, al contrario, la acción llevada a cabo por parte de resistentes árabes en Líbano y Palestina resulta ser correcta para el mundo entero.
Si los seres humanos enamorados y prendados de la paz y la justicia no se solidarizan y alían para rechazar y rehusar las derivas y el dictado sionista, la deshumanización total, all under control,con tufos y resabios fascistoides bajo formas insidiosas, se perfila en el horizonte para todos.
¿Cuántos muertos hacen falta aún para que el mundo reconozca lo que ocurre? Todos somos seres humanos, palestinos y judíos, cristianos y musulmanes, orientales y occidentales. Ya es hora de contar a los muertos y a los presos de la misma manera.
El porvenir del mundo se decide en Oriente Medio y depende de nuestra responsabilidad el decir sí o no a vivir juntos. Hay que decir no a la guerra.