16-N fundacional

Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 29/11/03):

Veintitrés años atrás, no sabíamos que aquellas elecciones autonómicas, las de 1980, inauguraban una larga etapa de Catalunya, la que concluye ahora, tras quince años de pujolismo y ocho de pospujolismo. De igual modo, el resultado del 16-N no señala una dirección de cuatro años, sino que abre una etapa, tal vez no tan larga, pero sí por lo menos de diez o quince años. Si aquéllas no fueron un accidente, éstas tampoco. Tomen nota los que, desengañados o confundidos por el resultado adverso, pretenden seguir creyendo tener razón cuando concluyen que la Catalunya real, la que ellos interpretan como real pero sólo lo es en su imaginación o sus deseos, no coincide con la composición del Parlament. Partiendo de tal base, siempre se equivocarán, en sus análisis, en sus razonamientos, en el argumentario.

Lo dicho es aplicable a buena parte del PP catalán, pero de modo especial a los socialistas y a su intelectualidad, la que acusa a Maragall de haber perdido porque ha planteado la batalla en campo contrario. ¿En qué terreno debía haberla presentado, si fuera del catalanismo que definió el líder del PSC –tan distinto al pujolismo, incluso contrapuesto en cuestiones fundamentales como la fraternidad española– no hay más que neolerrouxismo, o sea, doblar al PP por la izquierda, con la correspondiente defección de su electorado algo o bastante catalanista –con el paso de Obiols o de Rubert de Ventós y Bohigas a ERC–? A esa pregunta no pueden responder. Maragall perdió porque Pallach empieza a tener razón, si es que nunca la ha dejado de tener, y cada vez la tendrán más los que planteen para Catalunya un socialismo algo más autónomo, con grupo parlamentario en Madrid. El PP, en cambio, sí acertó al posicionarse como alternativa y oposición al catalanismo que atraviesa el resto de las formaciones políticas. Ahí sí tiene campo para crecer, pero siempre dentro de la marginalidad, del fuera de juego que representa ser el termómetro que mida la minoría que se opone al incremento del autogobierno y el control de los recursos propios.

La perspectiva de los socialistas, en cambio, es bastante magra: si se mueven hacia un lado, pueden perder por el otro, en beneficio del PP. Si se desplazan de la nueva centralidad catalanista –definida de entrada por la mayoría CiU-ERC–, perderán apoyos a favor de ERC e IC. Si se quedan quietos donde Maragall les ha puesto, perderán en todas direcciones, como hicieron el 16-N, aunque a ritmo sosega do. ¿Quiere el PSC una mayoría de izquierdas? Muy sencillo. Abandone el sucursalismo, aunque sea paso a paso. ¿No puede o no se atreve ahora a dar el primero? Pues espere hasta que le sea posible. El 16-N es fundacional de una nueva etapa, de largo recorrido para Catalunya, ténganlo bien presente.

También han cambiado las relaciones internas entre CDC y Unió. Duran Lleida y su partido tienen un gran papel que desempeñar, pero no en el terreno del discurso. El discurso diferencial de Unió está fuera de lugar. Pero puede en cambio aprovechar su diferencial de sensibilidad y estilo para especializarse en la difícil interlocución del nacionalismo catalán con el neonacionalismo español, que domina el Madrid entero, para explicar, defender y presionar allí a favor de las exigencias del núcleo dominante de CiU, que está todo, enterito, en CDC (que en parte serán las de Esquerra), no para ir con paños calientes y medias tintas.

El pujolismo se acabó. Se acabó asimismo el pospujolismo, que ha durado como digo ocho años, por lo menos, tal vez diez o doce, bajo la batuta del mismo Pujol. Lo de hoy es otra cosa, es el futuro que nos espera, convenzámonos de que será para bien, ya que es la única forma de que no acabe mal. He aquí la cuestión fundamental –eso, lo que tenemos gobierne quien gobierne, también si el president es Artur Mas– sobre la que tal vez sea inútil alargarse en explicaciones. Antes que de una intuición o de una percepción, se trata de un convencimiento, del que quisiera hacerles partícipes. Uno de los hijos de Pujol está en el Parlament, pero no le va a preguntar a su padre qué debe hacer, sino que se lo va a explicar. Son cosas de la existencia, del recambio entre generaciones, de las etapas de la historia.

No estamos asistiendo, en conclusión, a otra transición, sino al nacimiento de una nueva etapa para Catalunya. No se trata de una página, una más, de nuestra historia, y la de España. Es otro capítulo, cuyas primeras líneas se escriben esta semana, con el inicio de las negociaciones para formar coaliciones. En ellas, dicho sea como colofón que desarrollar en artículos sucesivos, el tapón a un govern de concentración, que tendremos de todos modos, estén o no él los socialistas o Iniciativa, se llama Pasqual Maragall. Si en vez de obstinarse en la misión, punto menos, o más, que imposible, de llegar a president, tuviera la generosidad de dar por concluida su vida en primer plano político, las negociaciones a tres resultarían menos complicadas.

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