1793, 1917… y el Estado Islámico

Ciertas comparaciones históricas son apropiadas, pero no todas. Nos gusta, por ejemplo, comparar la crisis de 1929 y la actual, o bien los movimientos fascistas de entreguerras así como el empuje contemporáneo de los nacionalismos y de otros populismos.

Ahora bien, existen también comparaciones históricas susceptibles de incomodar aunque nos permitirían, quizá, pensar de forma mucho mejor el periodo actual. De este modo, a algunos les resultaría escandaloso subrayar las similitudes entre las realidades del Estado Islámico (EI) o de Boko Haram y la de la Francia revolucionaria o, incluso, la de la Rusia de 1917. ¿Cómo atreverse, en efecto, a situar en el mismo plano las páginas gloriosas de una historia que siguen queriendo asumir plenamente aún en la actualidad y las atrocidades perpetradas por el Estado Islámico (EI)?

Y, no obstante… En los tres casos, se observa una misma realidad crucial: se construye o podría construirse un mismo Estado, de modo que esta fase inicial de su historia tiene lugar sumida en sangre. Con, por un lado, la vertida en los campos de batalla con ocasión de la guerra, indisociable del proceso revolucionario y, por otro, la vertida en el espacio interno: en el caso de Francia, por ejemplo, el periodo apropiadamente llamado del Terror, sobre todo, y en los meses precedentes, las matanzas de sacerdotes, en marzo de 1793, preludio de las rebeliones de la Vendée, o bien el decreto del 31 de julio de 1793 que establecía la destrucción de las tumbas reales y de otros mausoleos en toda la República, empezando por la necrópolis de Saint-Denis, etcétera.

1793, 1917… y el Estado IslámicoEn la actualidad, todos los franceses están raramente de acuerdo en querer asumir plenamente la República o en impulsar su nación, y no solamente en los bastiones de la extrema derecha; ahora bien, saben por descontado, o podrían saberlo sin dificultad, que existe un nexo en su historia entre la universalidad proclamada del ideal republicano –o la grandeza de la nación– y Robespierre o la leva masiva de 1793. Igualmente, el legado de la época del nacimiento de la Unión Soviética no ha quedado olvidado por completo en Rusia y la estrella roja sigue brillando en la cima del Kremlin en Moscú.

En la actualidad, sólo se habla del EI o de Boko Haram bajo el ángulo del terrorismo, de la guerra de civilizaciones y de la necesidad que experimenta Occidente de aplastar por la fuerza, lo más rápidamente posible, a los mensajeros de la barbarie, protagonistas de una violencia ilimitada y de una crueldad inaudita. Sólo se quiere ver en estos agentes a jefes de banda, líderes militares y religiosos carentes de base institucional, protagonistas de una violencia ilimitada, bandoleros que se comportan como cínicos estrategas e islamistas a la cabeza de “organizaciones transnacionales” como señala el primer ministro iraquí, Haider al Abadi ( Le Monde, 2/VI/2015). Sin embargo, se trata, crecientemente, de casi dirigentes de Estado, y lo que se halla en juego con ellos podría constituir perfectamente el acta de nacimiento de uno o de varios estados. Lo cierto es que ya se ha dado el caso de que algunos dirigentes de protoestados han demostrado su capacidad a la hora de apoderarse de territorios enteros, de gobernarlos por el terror pero no solamente por este medio; de explotar sus posibles riquezas como, por ejemplo, el petróleo de Oriente Medio que les procura ingresos considerables; de organizar el comercio, legal o ilegal, hasta incluso en los mercados internacionales, comprendido el del arte y las antigüedades. Conocen la forma de llegar acuerdos para granjearse la adhesión de jefes tribales locales, redistribuir el dinero y alimentar a la población. Poseen capacidad militar pero no únicamente militar. Actúan a impulsos de convicciones que incluyen el odio a Occidente, pero no se limitan solamente a esta.

Como en el caso de la Francia de 1793, como en el de la Rusia de 1917, el proceso histórico presenta dimensiones que repugnan o deberían repugnar y vierte sangre con facilidad de forma que esta dimensión ya forma parte de su propia estrategia: se trata de aterrorizar al enemigo y, en los territorios bajo su control, de no dejar espacio alguno a posibles dinámicas de oposición. Sin embargo, este proceso es el mismo por el cual podrían crearse uno o varios nuevos estados: los primeros, desde hace mucho tiempo, en no deber nada a la colonización o al imperialismo.

Si hubiera que precisar tal hipótesis, habría que plantear otras preguntas. La crueldad, las destrucciones del patrimonio cultural de la humanidad, el apoyo al terrorismo más allá de los territorios controlados por estos casi o protoestados ¿convertirán a estos en estados parias de modo duradero? ¿No encontrarán, tarde o temprano, apoyos estatales explícitos, en su región o en otros lugares? ¿Deberán ser rechazados por la comunidad internacional? ¿De modo duradero? ¿Excluidos de las Naciones Unidas?

Dejemos de situar en el mismo plano al EI y a Boko Haram, por una parte, y por otra, aun cuando rivalicen con ellos, a organizaciones terroristas como Al Qaeda, que al menos en parte se ha “desterritorializado”, sin punto de mira político relativo a un Estado u otro; metapolítico, si se prefiere. En 1948, la creación del Estado de Israel, que se produjo si no con crueldad y violencia desenfrenada, sí como mínimo con sangre, renovó en profundidad la geopolítica de Oriente Medio: no hay que excluir que con el EI, en el caso de esta región, y con Boko Haram, en el caso de una parte del África subsahariana, haya que prepararse para enfrentarse a nuevos estados. Y, a raíz de ello, habrá que elegir entre la guerra y la diplomacia, entre las estrategias de aislamiento político y un realismo olvidadizo de los horrores que han acompañado a la fase de emergencia de estos estados.

De momento, no parece que estemos dispuestos a considerar algo más que la lucha contra la yihad: ¿no hay que dejar de situar todo al mismo nivel en nuestra percepción o idea de las cosas, como también en la política de nuestros estados? ¿No hay que dejar de confundir el terrorismo global de grupos de carácter no estatal, incluso la acción de individuos aislados o de pequeños grupos que apuntan contra sus víctimas, como fue el caso de las matanzas de enero del 2015 en París, con la autoafirmación de estados en proceso de formación?

Michel Wieviorka, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *