Son como las meigas… No existen, puesto que sobrevuelan la realidad como ectoplasmas montados en las escobas del sudor de sus súbditos, pero haberlos, haylos.
A la corta, dan la vara. Luego se esfuman y la gente los olvida. Es, en efecto, como si nunca hubiesen existido. Vuelven, los menos, a sus profesiones, aunque raro sea el que la tiene. Otros acaban capitaneando las relaciones públicas de las empresas privadas. Algunos acaban entre barrotes. A los restantes se los traga el tiempo, ese antropófago.
Es una profesión horrible. Siempre en reuniones o poniendo buena cara, estrechando manos, sonriendo a troche y moche, acariciando a los niños, a las viejecitas y a los cesantes, sonriendo con mueca de robot a los fotógrafos, halagando a los del 15-M y el botellón, enfundándose camisetas de equipos de fútbol, estrechando durante un minuto interminable las manos de sus huéspedes ilustres como si fueran estatuas de sal, suscitando odios, aguantando insultos, hablando sin decir nada, espurreando flatus vocis (paz, democracia, rigor, negociación, diálogo, confianza, tolerancia, talante), esgrimiendo promesas en las que nadie cree, descuidando a la familia y asegurando que no hay motivo de alarma mientras la ciudad, la Bolsa, la deuda, el país, Grecia, Irlanda, Portugal, Europa, el euro, Afganistán, Libia, Siria, Irak, Yemen, Somalia, Fukushima, el Imperio y el orbe se desploman a su alrededor.… Seguir leyendo »