El Tratado de Roma, firmado en 1957, merece una conmemoración de gala, una fiesta que sirva para recordar a los ciudadanos -a los jóvenes y a los que ya no lo son- lo mucho y bueno que los europeos hemos conseguido en estos sesenta años. Porque sería una muestra de desagradecimiento desconocer el cambio que ha supuesto para nosotros la idea de la unidad europea.
¿Es preciso evocar cómo se desarrollaba la vida a finales de esa década de los años cincuenta del pasado siglo? Estábamos obligados a hacer largas colas para obtener nuestros pasaportes, pagábamos derechos de aduana y tasas cuando cruzábamos la frontera con nuestro vehículo (la carta verde), padecíamos lamentables infraestructuras ferroviarias y de carreteras, sólo los muy ricos podían pagarse un billete de avión, perdíamos dinero como consecuencia de los continuos cambios de monedas, el estudio en Universidades extranjeras estaba al alcance exclusivamente de familias muy acomodadas…
Hoy contamos, gracias a la legislación europea, con un eficaz despliegue de técnicas destinadas a garantizar la calidad de lo que comemos o bebemos y del aire que respiramos; las grandes obras han de respetar el entorno en el que se alojan; nos bañamos con garantía en las playas y en los ríos; celebramos la recuperación de esa iglesia de nuestro pueblo o ese palacio para fines culturales; pateamos nuestros barrios peatonales; tratamos racionalmente las basuras; protegemos la fauna y la flora; hay programas senior que permiten a personas de escasos recursos viajar por Europa y así un largo etcétera que haría interminable este artículo.… Seguir leyendo »