La política internacional –defensa, alianzas, seguridad…– parece hoy pertenecer al mundo del espectáculo, la paranoia, la ficción, el maquiavelismo barato, los estereotipos… Pocas veces se parece al análisis de amenazas, raramente al de recursos.
Querría, sin embargo, señalar en ABC, tres documentos de prospectiva, análisis y compromiso: La Estrategia de Seguridad Nacional tanto la española como la de EE.UU. (ambas publicadas en diciembre de 2017) y la Estrategia Nacional de Defensa, que acaba de ver la luz en estos días en Washington.
Jorge Moragas, nuevo embajador en Naciones Unidas, era hasta hace días responsable del texto desde el departamento de Seguridad Nacional de Moncloa. Es continuación, clara política de Estado, de la primera Estrategia (2011) de Javier Solana. Importa también valorar la aportación de Moragas al crear el Consejo de Seguridad Nacional (2013). Solana y Moragas merecen nuestro reconocimiento. En EE.UU., la reciente Estrategia Nacional de Defensa, hecha pública en los últimos días, es la continuación militar (del Pentágono) de la de Defensa de la Casa Blanca. Dominan tres cuestiones: primera, la calidad de los responsables militares. James Mattis, secretario de Defensa; H.R. MacMaster, consejero de Seguridad Nacional junto a Trump; Joseph Dunford Jr, jefe del Joint Chiefs of Staff; y el general Joseph Votel, jefe del US Central Command. Segunda, el cambio de algunas prioridades: la atención al compromiso con la OTAN y con la defensa de los aliados, según el art. 5 del Tratado; America first, pero no America alone. Tercera, la preocupación por una carrera tecnológica de defensa en un mundo cambiante en el que EE.UU. no está ganando ante Rusia o China. Se trataría de que las tensiones políticas y diplomáticas de hoy quedaran en eso: tensiones. Hay, por último, el abandono del terrorismo como prioridad: «Seguiremos persiguiendo a los terroristas, pero hoy nuestro interés máximo –señaló Mattis al presentar el documento– está en ganar la competición por nuestro lugar en el mundo». En el discurso del Estado de la Unión, Trump insistió en potenciar el alcance nuclear americano y revisar el acuerdo iraní.
Ya no hablamos de poder hegemónico sino de ocupar el primer puesto en el poder compartido o al menos repartido… Pero, una vez más, estos análisis y propuestas terminan en una gran pregunta… ¿Cómo se trasladan estos objetivos al documento verdaderamente relevante, el Presupuesto 2019?
En esta nota nos limitamos a estos teatros de acción: Daesh, Siria, Rusia y Corea del Norte. Primero, ¿aceptamos que el terrorismo de Daesh ha sido derrotado? Está claro que el autodenominado Califato ha sido vencido en Mosul y en Racqa. Es cierto también que Daesh ha perdido gran parte de su territorio (tenía casi un tercio de Irak y casi la mitad de Siria en 2014), como ha perdido el 80 por cien de sus fondos. También es cierto que las economías corruptas de Irak y de Siria les permiten seguir financiándose. Sus inversiones se hacen ya en negocios legítimos y no solo en comercio de armas, drogas, antigüedades… Efectivamente, el Califato en teoría ha sido reducido a pequeños enclaves en el desierto sirio. Pero el Califato real y virtual tiene todavía una presencia poderosa. Es cierto también que en Siria e Irak contaron con 45.000 combatientes, pero sigue siendo abrumadora la cifra de 10.000 a la que hoy llegan los especialistas.
El segundo punto, también vinculado al terrorismo, es la situación en Siria. En ese país todos han sido –hemos sido– derrotados. La gran responsabilidad de Occidente (es decir, de EE.UU. y de todos nosotros) es nuestra prolongada pasividad ante la tragedia de cientos de miles de muertos, millones de desplazados interiores y de refugiados fuera de sus fronteras. Ocasión perdida de organizar una verdadera fuerza antiterrorista en la región.
Reflexionemos (too late!) sobre el papel clave que ha tomado allí Rusia ante nuestra, repetimos, pasividad. Su arraigo y plataforma en la zona. Su apoyo y fortalecimiento del masacrador de su pueblo, Bashar al Assad. La reacción de Turquía, país esencial en el área y en la OTAN, ante la posible decisión de Washington de crear unas fuerzas de seguridad fronteriza de 30.000 efectivos y de apoyarse en las YPG (milicias kurdas) estrechos aliados del PKK. Esto puede colmar un vaso siempre dispuesto a desbordarse desde octubre de 1923, declaración de independencia de la República de Turquía. Casi un siglo después cree Mattis: «Estemos alerta: Turquía tiene una legítima alarma».
Y ahora ¿rehabilitar y reconstruir o solo estabilizar? De momento hay una coalición de 73 países apoyando la lucha contra Daesh. ¿Hubiera sido más aplaudido Trump si hubiera dejado Siria a los rusos, Irak a los iraníes?
Y por último, Corea del Norte y su capacidad nuclear, justificada obsesión del asesor de Seguridad, general H. R. McMaster. Mientras el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el secretario de Defensa, James Mattis, insisten en priorizar todavía los esfuerzos diplomáticos, McMaster opta por «considerar la opción militar»: este Legendary Commander de la guerra del Golfo, se ganó la fama de ser uno de los teóricos fiables sobre el futuro de los conflictos armados. Ha escrito un estudio –examen de conciencia– sobre las culpabilidades en Vietnam, The Dereliction of Duty, el abandono del deber. Para McMaster, el concepto de disuasión (si me atacas, ataco), fundamental frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría, no vale con un líder brutal como Kim Jong-un, exportador de material nuclear a Irán o a Siria. Su abuelo no dudó en sacrificar un millón de sus soldados en 1950. Una de las referencias que McMaster utiliza frecuentemente es el paralelo que de la situación actual hace la gran historiadora de la Primera Guerra Mundial, Margareth McMillan, con la del periodo previo a 1914, (The Unquiet Frontiers): «Está en juego la vida de millares, quizá millones, de personas. China, Rusia, Irán, Corea del Norte… estos actores hostiles no operan aislados unos de otros… Geopolíticamente, este es un momento análogo a 2014»,
Corea, norte o sur, será objetivo o campo de batalla. EE.UU., ¿pondrá en peligro Seattle por defender Seúl?
Darío Valcárcel, fundador de la Revista Política Exterior.