2018, un año fascinante

La reacción atemorizada, insolidaria e injusta contra la inmigración y el refugio; la debilitación creciente de las clases medias; la aceleración indigna de los procesos de desigualdad y de exclusión; y la profunda y justificada desaprobación de unas élites incompetentes e impotentes para afrontar los problemas reales de la sociedad, son los factores básicos de la situación en que nos encontramos.

El espectáculo tragicómico del primer año de Trump, cuya elección es el símbolo máximo del efecto de los factores antes mencionados; los problemas de un Brexit que sigue desconcertando y dividiendo a la sociedad británica; el precio electoral que está pagando Angela Merkel por su actitud ética ante la emigración; el recrudecimiento de las actitudes y los partidos xenófobos prácticamente en toda Europa; el secesionismo catalán y el temor a un posible contagio en varios países; la sensación de inseguridad y de complejidad excesiva que genera la aceleración de los cambios tecnológicos y científicos; y por fin la información falsa y el desprecio a la verdad que inundan las redes sociales, son el resumen de un año, el 2017, que ha sido en su conjunto negativo para el mundo y en concreto para España.

Habrá, pues, que reaccionar. Ya es evidente que nuestras estructuras políticas, sociales y económicas, con independencia de la responsabilidad de sus líderes, han alcanzado un grado máximo de obsolescencia y solo se mantienen en parte por inercia, en parte por miedo al cambio, y sobre todo –hay que insistir en ello–, por la ausencia absoluta de ideas o soluciones alternativas, una ausencia dolorosa y desoladora que potencia y magnifica el atractivo de las soluciones simplistas por necias que sean, y con ello se da fuerza e incluso algún sentido, a unos movimientos populistas en todas sus múltiples versiones que podrían poner en riesgo el sistema en su conjunto.

Pero que nadie se alarme ni caiga en brazos del pesimismo. Vamos decididamente hacia un nuevo orden que dará paso a una época histórica más justa, más civilizada y más humana. En estos momentos es imposible describir cómo será la nueva sociedad, pero está claro que uno de los ejes radicará en la aceptación de que se pueden y se tienen que corregir, de forma sustancial, los déficits democráticos y sociales que estamos tolerando sin ninguna justificación válida. Lo que late en el mundo actual es un ansia de conocimiento y de cultura, un ansia de equidad, integridad, honradez y seriedad, y una detestación de las actitudes ambiguas, de las insolidaridades y egoísmos extremos, y aún más de las palabras falsas, retóricas y vacías que nos inundan diariamente. Y esas ansias y detestaciones pondrán en marcha un proceso hacia una distinta concepción del futuro en la que todos los estamentos deberán recuperar y cumplir su auténtica función. El mundo intelectual será la clave. Ese mundo, del que parecen haber desaparecido los filósofos, tendrá que salir de un largo letargo frívolo, contemporizador y conformista y cumplir su papel transformador. Debe emanar un pensamiento capaz de facilitarnos una digna sobrevivencia mental en una época en la que ninguna óptica concreta por sí sola podrá entender y valorar una realidad diferente y en cambio continuo. Se tendrá que abrir un debate intergeneracional, interdisciplinar e intercultural que permita resistir todas las tendencias a dogmatismos caducos y nos ayude a convivir con las dudas e incertidumbres que van a acompañarnos durante algún tiempo hasta dar paso a las nuevas claves que vertebren el mundo.

Entre esas ideas destacarán las siguientes: el concepto del poder se basará no tanto en la norma legal que lo otorgue como en la credibilidad moral de quien lo ejerza; con ello, la capacidad punitiva del Estado y en general de todos los poderes se reducirá sustancialmente y la ciudadanía organizada cumplirá un papel más activo y tendrá una alta capacidad de resistencia y de coacción; continuarán la atomización y la fragmentación de los movimientos sociales y políticos y nacerán otros nuevos que añadirán más dificultad y complejidad al diálogo, que acabará siendo aceptado como la única arma tolerable para convivir en desacuerdo; el mundo científico y tecnológico asumirá por fin que hay que atender los dilemas éticos, morales y jurídicos que plantea el progreso, incluyendo el propio concepto de lo que es progreso y, así mismo, la obligación de informar a la ciudadanía con más claridad de las consecuencias de cualquier avance significativo en sus trabajos y especialmente en el área de la neurociencia, la manipulación genética, la inteligencia artificial y la longevidad; el mundo económico aceptará, por fin, que la desigualdad creciente tiene que ser controlada y revertida para evitar que ponga en grave riesgo, además de la propia democracia, su imagen en la sociedad y su propio funcionamiento.

Al contrario que 2017, 2018, a pesar de la mala herencia que recibe, será un año positivo y fascinante. Se formará por fin un gobierno alemán capaz de ejercer el liderazgo europeo con la colaboración del nuevo gobierno francés; se alcanzará un Brexit muy blando que mantendrá las relaciones esenciales con Gran Bretaña; Donald Trump reducirá su peligrosa capacidad de acción al perder las elecciones «midterm» de noviembre y con ello el control absoluto de las dos cámaras legislativas; USA y Corea del Norte dejarán de jugar con fuego; Cataluña recuperará la calma. Bajará el humo, todavía vivo, de los últimos acontecimientos y todas las partes descubrirán que han perdido bastante más de lo que creían haber ganado. Se abrirá un nuevo periodo de respeto mutuo y la convivencia, aunque con lentitud, empezará a dar sus frutos en todos los ámbitos, incluyendo el económico; problemas como la pobreza mundial, la emigración, el suicidio demográfico, la acción contra el cambio climático y otros que parecen irresolubles, serán afrontados con buen ánimo y con la convicción de que, si son marginados de la agenda del mundo rico, tales problemas se agravarán dramáticamente y acabarán socavando las raíces de la civilización.

Puede parecer una visión optimista irresponsable. Pero no lo es. Es simplemente lo que tiene necesariamente que ser.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

1 comentario


  1. Un buen artículo el del Sr Garrigues Walker, que como tantos otros en este ámbito de la opinión pública o política, raya lo evidente en tiempos de posverdad que hace falta recordar lo obvio.

    Sin embargo me va permitir don Garrigues hacer una observación a su comentario sobre la conducta ética de la Sra Merkel ante la inmigración.

    Es ya doctrina de lo políticamente correcto asegurar que la acogida incondicional de refugiados es una conducta ética y responsable más alla de conveniencias políticas ideológicas o económicas.
    sin embargo es necesario decir que esta puede ser una conducta moral( cristiana, católica o protestante...), incluso economicamente práctica ( más población, mano d obra, consumo...) pero no ética a diferencia de la moral esta es racional y práctica (ciencia práctica que no pretende ser exacta) y que busca el bienestar la Salud incluso la felicidad y el progreso, no sólo de los demás sino también propia.

    En otras palabras; se trata de no perjudicar ni hacer daño a nadie, ni a los propios ni siquiera a uno mismo.

    Cuando esto no sucede, y se actúa a favor de los demás ( q siempre es loable) pero a costa o en perjuicio del projimo ( próximo) o de uno mismo, entonces no estamos siendo éticos sino lo contrario. antieticos e insensatos, irresponsables e injustos

    Dicho de otro modo no se puede ser ético ni justo perjudicando a una parte en beneficio de otra.

    Una vez más no es la ideología política ni la moral religiosa ni la opinión publicada (doxa) lo que permite entender o resolver la realidad poliedrica y compleja de las cosas sino la razón logica, el conocimiento científico-técnico y de causa, y la sensatez ética (epísteme)

    Así lo considero y así lo digo

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