Dejar a los muertos en paz
He aquí la historia de dos cadáveres. Uno es el de un dictador que murió a una edad avanzada, rodeado de reliquias y de todos los consuelos de la Iglesia, acompañado por quienes más le querían y estimaban, con honores y loores de autoridades y dignidades de todo el mundo. Se enterró en una sepultura sencilla pero nada austera, de buen gusto pero tocada de pomposidad, bajo un suelo de mármol reluciente en una basílica enorme que respira misterio y solemnidad, entre pinturas preciosas, bajo vigilancia de una comunidad religiosa que no cesó nunca de ofrecer misas por su alma. Al otro cadáver sus asesinos lo arrojaron a un foso de Málaga, sin bendición, para que se descompusiera rápidamente, con ayuda de ratas, entre los huesos de otras víctimas de una masacre.… Seguir leyendo »