2019, un año difícil

El 3 de enero de 2018 y en esta misma página, me atreví a formular la siguiente predicción: «Al contrario que el 2017, el 2018, a pesar de la mala herencia que recibe, será un año positivo y fascinante. Se formará por fin un gobierno alemán capaz de ejercer el liderazgo europeo con la colaboración del nuevo gobierno francés; se alcanzará un Brexit muy blando que mantendrá las relaciones esenciales con Gran Bretaña; Donald Trump reducirá su peligrosa capacidad de acción al perder las elecciones midterm de noviembre y con ello el control absoluto de las dos cámaras legislativas; USA y Corea del norte dejarán de jugar con fuego; Cataluña recuperará la calma. Bajará el humo, todavía vivo, de los últimos acontecimientos y todas las partes descubrirán que han perdido bastante más de lo que creían haber ganado».

Este pronóstico para un año que califiqué de fascinante se cumplió solo en parte (muchos pensarán que en una parte ínfima) y doy por seguro que algo similar sucederá con el que voy a formular para este año que va a ser sin duda un año difícil, salvo que haya una reacción potente de todos los liderazgos de la sociedad a escala mundial y española.

2019, un año difícilEl populismo se ha adueñado de todo el mundo occidental sin que los no populistas nos diéramos cuenta de que habíamos dejado vacío de ofertas razonables una gran parte del espacio político, un espacio, por ello, fácil de conquistar por simplismos y reduccionismos de todo género. Hay algunos signos de reacción positiva ante esta deplorable situación, pero no va a ser fácil ni rápida la reversión del proceso.

La desigualdad económica creciente y el temor a una inmigración descontrolada son los dos factores básicos en los que habrá que actuar decididamente para recuperar un debate civilizado en una época cultural en la que florecen las complejidades y con ellas las incertidumbres y los desconciertos. En este ambiente, personajes como Trump y los representantes de la extrema derecha pueden colocarnos en situaciones límite.

España en concreto vive un momento político en el que los cuatro partidos principales tienen un peso político similar y andan afanados en proteger su flanco débil para no perder votos y conquistar espacio por el lado opuesto en un juego permanente, a veces realmente cómico, para ver quién es más de derechas, de centro o de izquierdas, según sea su situación. No se dan cuenta del cansancio y hastío que ello genera en los ciudadanos ni en el peligro de que una parte significativa de la sociedad, y en especial los jóvenes, pierdan fe en el sistema democrático por su incapacidad de afrontar y resolver problemas con un mínimo de eficacia y piensen consecuentemente en soluciones distintas. Algunos mencionan como ejemplo a un país como China que con un líder absoluto, sin libertades políticas y una cierta economía de mercado, ha logrado convertirse no solo en una potencia económica a punto de ser la primera del mundo, sino también en una potencia tecnológica que empieza a superar a la americana. Es un ejemplo inaceptable pero inquietante. Necesitamos un nuevo discurso que evite poner en cuestión temas como la superioridad del sistema democrático y con ello otros muchos más, tan delicados y tan peligrosos.

No es un riesgo teórico. Nuestra calidad democrática está descendiendo desde hace algún tiempo porque hay muchos estamentos que participan irresponsablemente en la manipulación y la radicalización de todos los debates. Mantener esta actitud en un año en la que vamos a vivir muchas elecciones, incluyendo previsiblemente unas generales, pueden llevarnos a perder la buena situación que tenemos si nos comparamos con los demás países occidentales. Sería realmente triste.

España puede tener muy buenas oportunidades en un mundo en el que la debilidad de los países claves, -América, Gran Bretaña, Alemania y Francia- nos permitiría, -si nos decidimos a dar a la política exterior la importancia que tiene- desarrollar un protagonismo mucho más fuerte en Europa, más capacidad de acción en Latinoamérica y África y, por fin, en el mundo oriental que sigue siendo una asignatura demasiado pendiente.

El tema catalán es sin duda una clave básica en nuestro futuro y en el curso del 2019 -yo estoy seguro de ello- se tendrá que encontrar una salida razonable. Es una comunidad maravillosa en todos los sentidos. Es culta, sabia, eficaz y lo ha demostrado en todos los frentes: en el cultural, en el empresarial, en la acción de la sociedad civil, en el deporte y en la educación avanzada. El componente emocional, magnificado por la manipulación absoluta de la verdad y el desprecio al interés general, está dificultando decisivamente la búsqueda de soluciones. Pero se acabaran encontrando porque el dramatis personae tendrá que cambiar como consecuencia de los procesos electorales y el convencimiento de que no se puede abandonar el diálogo a los más radicales de las dos posturas. No es sin duda un tema fácil entre otras cosas porque sería utópico esperar a soluciones definitivas. Pero hemos alcanzado muchos objetivos que parecían imposibles y este será otro de ellos.

Superado el tema catalán, España iniciará una etapa con más ambición, más autoestima y más audacia. 2019 será finalmente un magnífico y rentable año difícil.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

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