Un derribo anunciado
Durante un tiempo corrí por Madrid Río mientras se demolía el Vicente Calderón. El primer día me encontré aún con el estadio prácticamente intacto, pero ya era un leviatán en la M-30. Cuando lo iba rodeando, parecía un barco varado entre arrecifes invisibles: el tráfico lo iba devorando, pero ahí estaba. Me adentraba en el ritmo de mi respiración y me parecía que el viejo estadio y yo éramos lo mismo: ambos estábamos dejando atrás un pasado, yo corriendo y él desmantelándose. Cada día el estadio recibía un nuevo tajo y, en unas pocas semanas, uno de los fondos había desaparecido y podían verse las gradas en la intemperie definitiva.… Seguir leyendo »