40 años del 'sábado negro' en Guernica

40 años del sábado negro en Guernica

El sábado 8 de octubre de 1977, el empresario y presidente de la Diputación de Vizcaya, Augusto Unceta-Barrenechea Aizpiri, y más de ocho apellidos vascos, fue asesinado por ETA-m en Guernica con sus dos escoltas de la Guardia Civil. El triple crimen en la villa foral levantó una ola de condena y repulsa social, política y mediática que no se volvió a repetir hasta 1981, con el secuestro y asesinato del ingeniero José María Ryan.

Quizá lo más llamativo fueron las críticas de ETA-pm o de medios afines a los asesinos, como el diario abertzale Egin (editorial de 11 octubre de 1977, pág. 10) o el semanario Punto y Hora, de la misma tendencia. Augusto Unceta era presidente de la Diputación de Vizcaya desde hacía quince meses. En ese tiempo había recuperado para la primera institución vizcaína el apellido de foral (fue provincial desde 1937 a 1977) y había reivindicado sin éxito la restauración del concierto económico suprimido por Franco en 1937, por lo que el dictador y su cuñadísimo Ramón Serrano Súñer (inspirador de la decisión) habían interpretado como "traición" de los vizcaínos y guipuzcoanos al 18 de julio.

La tarde del múltiple asesinato de Guernica, la capilla ardiente de Augusto Unceta quedó instalada en su chalet de Canala, a unos 8 kilómetros de la villa. No hubo velatorio en el salón del trono del palacio foral vizcaíno, como se había hecho con el presidente de la Diputación guipuzcoana, Juan María de Araluce, asesinado un año antes. Todo se redujo a un duelo familiar con visitas discretas de amigos y autoridades. Era la expresión más cruda de la soledad, el miedo y la amnesia, que empezaban a imponerse en la comarca de Busturia entre los correligionarios del político asesinado, algunos con apellidos presentes allí desde varios siglos atrás. Y fue la primera consecuencia del atentado contra el presidente de la primera institución vizcaína: el comienzo de un éxodo de familias de derechas y empresarios de Busturia, similar al registrado meses antes en el acomodado barrio guechotarra de Neguri, después del secuestro y asesinato de Javier de Ybarra.

Un paisaje parecido se observó en la casa-cuartel de la Guardia Civil de Guernica: una humilde capilla ardiente con los ataúdes de los agentes, Ángel Rivera Navarrón y Antonio Hernández Fernández-Segura, sostenido cada uno por un par de caballetes, unas velas y una bandera de España, acompañados por un grupo de mujeres de negro que rezaban. Entre ellas, Encarnación, una viuda de 18 años con su bebé de ocho meses llamado Antonio, como su padre, al que apretaba contra ella mientras lloraba desconsoladamente. Hay imágenes que, aunque se vean en color, siguen siendo en blanco y negro en el papel, la memoria o el alma. ¡Cuántas veces se ha repetido esta escena en cuarteles de la Benemérita por guardias asesinados por ETA!

¿Por qué asesinó ETA a Augusto Unceta-Barrenechea? La respuesta podríamos encontrarla en la lista de agravios que el nacionalismo había escrito para jurarle odio eterno. Durante sus mandatos en el Ayuntamiento de Guernica (1961-1967) y la Diputación de Vizcaya tomó tres decisiones controvertidas que le pusieron en el punto de mira de la rama militar de ETA: la concesión de una medalla a Franco en 1966, su oposición a la legalización de la ikurriña en enero de 1977 y, en menor medida, la recalificación de los terrenos en los que se iba a construir la central nuclear de Lemóniz.

Parece que se olvidaban del Augusto Unceta conseguidor, influyente por bien relacionado, siempre dispuesto a hacer un favor a quien se lo pidiese en su improvisada oficina en la terraza del popular restaurante Arrién. Hablamos de un miembro destacado de una familia eibarresa que en 1913 creó en Guernica la conocida fábrica de armas Astra. Los Unceta-Barrenechea eran también los principales accionistas de varias firmas convertidas en el mayor fabricante europeo de cubertería y cuchillería de mesa. Con una plantilla de casi 1.200 empleados, aproximadamente un tercio de la población laboral de Guernica en 1977.

El apellido Unceta-Barrenechea estaba ligado a los Obieta, Toña, Gandarias, Sarricolea o Anitúa. Eran una élite local, paternalista, franquista a su manera, casi todos políticamente procedentes del tradicionalismo o de los estasiñotarrak (monárquicos conservadores aperturistas). Eran empresarios y rentistas que mantenían una relación estrecha con sus convecinos, marcada por cierta filantropía institucionalizada desde que la mayor parte de la población de Guernica vivía en régimen de alquiler.

Pero esa relación se rompió porque fueron señalados por ETA: por sus ideas o por negarse a pagar extorsiones. La cobardía moral y la complicidad con los asesinos de algunos hicieron estragos en la convivencia. La familia del empresario asesinado se marchó del pueblo. La desmemoria humillante tuvo hitos, como cuando en noviembre de 2013, Herrira convocó un acto a favor de los derechos de los presos etarras en la antigua fábrica armera de Astra, Unceta y Cía. Es decir, organizó un acto por reclusos de ETA en la antigua factoría de una de sus víctimas. Lo hizo Herrira, la organización heredera de las Gestoras Pro Aministía, creada para mantener el control y unidad de los presos etarras hasta una supuesta amnistía general, que no les llegará nunca.

Nadie recordó a los promotores de Herrira que, una semana después del triple atentado de Guernica, el Congreso aprobó la Ley de Amnistía, que establecía como fecha límite para acogerse a la misma el 6 de octubre de 1977: dos días antes de un crimen impune para siempre. Vamos, que ya hubo amnistía, y los etarras son solo delincuentes con coartada política, nada de presos políticos.

Se cumplen 40 años de un atentado que inauguró los años de plomo y la primera desbandada de vasco-españoles de derechas, empresarios, profesionales de diversos ámbitos o funcionarios, por miedo o amenazas del pistolerismo abertzale. El pasado 29 de abril, alrededor de 15.000 personas, con muchos abertzales presentes, se manifestaron en Guernica para expresar su apoyo a la acogida de refugiados y su rechazo a las guerras. Extraña solidaridad la de los manifestantes abertzales: ni rechazaban la guerra de ETA ni pedían la vuelta a Euskadi de los refugiados vascos que creó la banda terrorista.

Gorka Angulo Altube es periodista y desarrolla su labor profesional en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo en Vitoria.

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