400 velas para la ópera

La ópera está hoy de cumpleaños. Han pasado ya cuatro siglos desde aquel 24 de febrero de 1607 en que se estrenó, en los aposentos de Madama di Ferrara del Palacio Ducal de Mantua, el primer título que ha sobrevivido hasta nuestros días: L'Orfeo, de Monteverdi, esa maravillosa obra maestra en la que los principios del "recitar cantando" se adornaron con lo que se llamó "estilo representativo", y a partir de ahí la ópera despegó y aún sigue contagiando las emociones más encendidas. El retorno al espíritu de la tragedia griega impregnó los primeros pasos de la ópera. Curiosamente, dos de las celebraciones con las que hoy mismo se rememora este día fundamental de la cultura europea tienden un puente con los valores clásicos desde cierta comprensión de la modernidad.

En Barcelona está aparcado el buque Naumon, seguramente la adquisición más "disparatada" y utópica de La Fura dels Baus, y en su bodega esta noche se representará de la mano de Carlos Padrissa L'Orfeo, de Monteverdi, con cantantes y público entremezclados, entre antorchas y velas, al viejo estilo de La Fura, y del teatro clásico, conectando con la tendencia de utilización intimista de los espacios en los tiempos actuales. Y en el bellísimo teatro São Carlos de Lisboa, se ha vaciado el patio de butacas para una serie de representaciones de La walkyria, de Wagner, situándose el público en los palcos o en el escenario reconvertido en una grada, en una propuesta del director de escena Graham Vick, cuya intención es asimismo una vuelta a los principios de la tragedia clásica aplicados a la obra de Wagner, en una continuación de sus trabajos de comunicación espacial en Birmingham, donde se ha podido escuchar Don Giovanni, pongamos por caso, al lado de los cantantes y sentado el público hasta en féretros de madera, con una sensación de proximidad que amplía las perspectivas emocionales.

Monteverdi puso la primera piedra de un edificio, cuyos límites no han dejado de ensancharse. El mito de Orfeo se multiplicó desde Gluck o Offenbach hasta una serie de creaciones que llegan hasta hoy y van desde la música al cómic. Dentro de las celebraciones de la efemérides, el mundo de la ópera se reunió en París el pasado fin de semana para reflexionar sobre la situación actual del género lírico, en una convocatoria firmada por las asociaciones de teatros y festivales, las de espectadores y los departamentos educativos de teatros y orquestas, a la que asistieron más de quinientas personas y en la que participaron la flor y nata de los que cortan el bacalao operístico en estos momentos: compositores -Eötvös, Saariaho-, directores de teatros -Gelb, Foccroulle, Payne, Mortier, Pinamonti, Muñiz, Bech Holten-, agentes de medios audiovisuales, delegados juveniles con edades entre 18 y 30 años de más de 50 países, y un largo etcétera. ¿Qué temas preocuparon a los expertos del sector y a los observadores? Pues fundamentalmente dos: la renovación del público y las condiciones de futuro para una evolución enriquecedora del género. Los problemas financieros quedaron, sorprendentemente, aparcados, y los costes de acceso para el ciudadano se deslizaron a un segundo plano, al comprobarse que los precios medios de las localidades para la lírica -60 a 64 euros, en una muestra realizada entre Ámsterdam, Barcelona, Bolonia, Bruselas, París, Cardiff, Oslo, Vilnius y Estrasburgo- no son superiores a los del fútbol.

En la encuesta citada se dieron resultados iluminadores. Por ejemplo, únicamente el 30% de los asistentes a la ópera son menores de 45 años; más del 50% asisten con abono para toda la temporada; el 80% se preparan con anterioridad para asistir a los diferentes títulos, y casi el 60% son mujeres, lo que confirma la irresistible ascensión del género femenino en las áreas culturales. En unas Jornadas tan participativas como las de París si algo destacó fue la vitalista presencia de un sector juvenil que puso patas arriba todas las convenciones y manifestó un amor por la ópera sencillamente contagioso. Una reunión de estas características siempre tiene el peligro de convertirse en un manifiesto de supervivencia en un cementerio de elefantes. No fue así, y las conclusiones fueron esperanzadoras. Ello, además de poder comprobar experiencias muy estimulantes en el terreno social, como la realizada en una prisión de Berlín por la Filarmónica de la ciudad, que dirige Simon Rattle, a partir de la ópera El oro del Rin, de Wagner.

La ópera salió a la calle el pasado fin de semana y, en muchos lugares, va a volver a repetir la experiencia hoy. ¿Qué significa salir a la calle? Pues simplemente armar un poco de barullo para demostrar que el género lírico sigue vivo y está dispuesto a recibir nuevos adeptos. Una gran parte de los teatros han organizado jornadas de puertas abiertas para visitar sus dependencias y talleres. Las colas han sido inmensas. Se han organizado proyecciones de títulos y montajes emblemáticos, recitales de canto, sesiones de hip hop relacionadas con la ópera, descuentos apreciables a jóvenes menores de 26 años e incluso se ha puesto música de ópera en las estaciones de metro y trenes de cercanías de Bilbao. Las miles de personas que en varios centenares de teatros de toda Europa se han adherido a estas iniciativas han demostrado que la ópera sigue ejerciendo una capacidad de fascinación considerable.

Varias cosas han quedado claras. La primera de ellas es el hechizo insustituible de las representaciones en vivo, con la proximidad humana que facilita el teatro y la cercanía que transmiten las voces. La segunda es el incremento de actividades operísticas fuera del teatro, bien con motivos educativos aprovechando las nuevas tecnologías en redes universitarias de Internet de alta velocidad, bien a través de difusión en cines con proyección digital de alta definición, bien con la expansión y perfeccionamiento de las grabaciones audiovisuales convencionales (DVD, discos, televisión). La difusión en estos formatos no tiene el efecto sustitutivo del "directo" pero ayuda al aumento de perspectiva histórica y desarrolla los niveles de conocimiento y exigencia.

Quedan temas a los que dar una vuelta: el desinterés de muchos compositores de bandera en la creación operística hoy, o cuáles son las maneras más eficaces de presentar los títulos tradicionales adaptándolos a la sensibilidad de nuestros días. ¿Que por dónde empezar en un viaje de iniciación? Pues, tal vez por el principio. L'Orfeo, de Monteverdi, es una ópera de una intensidad poética excepcional. Para escuchar con calma en una versión puntera, como las dirigidas por Harnoncourt, Jacobs, Garrido o Savall. La ópera más antigua se merece que soplemos en su honor las simbólicas 400 velas de la tarta lírica.

Juan Ángel Vela del Campo, crítico musical.