64 años y 365 días

Hace pocos días conversaba con el director del departamento de cuidados respiratorios del hospital General de Massachusetts de Boston. Tiene 63 años y es uno de los expertos mundiales en ventilación mecánica, una estrategia terapéutica que consiste en asistir la ventilación pulmonar mediante un respirador mecánico. Le pregunté cuándo pensaba jubilarse y me contestó que cuando su hija menor, que ahora tiene 13 años, acabe sus estudios universitarios y luego empiece a trabajar. Es decir, ¡cuando tuviera 75 años! No le dije nada, porque sé que en su hospital, nominado en 2012 como el mejor centro sanitario de Estados Unidos, trabajan especialistas e investigadores de prestigio que tienen más de 70 años de edad. En EE UU, ninguna empresa que se precie puede permitirse el lujo de desprenderse del talento de sus trabajadores. En muchos países de Occidente, de Oriente y hasta en África, las personas de más edad no solo son reverenciadas sino que son el punto de referencia de la sociedad porque representan el conocimiento, la maestría, los valores de la comunidad y el buen juicio. Todo lo contrario de lo que ocurre en España, y concretamente en las instituciones sanitarias del Sistema Nacional de Salud, a tenor de las jubilaciones forzosas impuestas a los profesionales sanitarios al cumplir los 65 años de edad. Un suicidio colectivo.

En términos empresariales, habría que considerar cuatro posibilidades ante esas jubilaciones: algunos especialistas debían irse, otros querían irse, otros no quieren irse, y muchos otros no deberían irse por su extraordinaria valía o importancia para la calidad asistencial, académica o científica de la sanidad pública. En muchos foros se ha considerado que estas jubilaciones son de discutible legalidad, por cuanto son incontables los dirigentes políticos, asesores y enchufados mayores de 65 años que reciben un salario público, sin cuestionar qué habilidades y méritos tienen para desarrollar el cargo que ocupan. Decía Gandhi que “cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer”, pero es demasiado tarde para que un movimiento de profesionales sanitarios fragüe en un acto de desobediencia civil. Aquí se ha obrado al puro estilo de Aguirre, la cólera de Dios, del director alemán Werner Herzog, en la que recrea una visión de la locura y la irracionalidad humanas mientras narra el viaje de Lope de Aguirre por el Amazonas en busca de El Dorado. Quienes han actuado como el conquistador desconocen la obra del filósofo norteamericano Elbert Hubbard cuando dijo que una máquina puede hacer el trabajo de 50 personas corrientes, pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de una persona extraordinaria.

¿Qué podemos aprender de todo esto? En Boston hay un monumento erigido en 1995 y dedicado a los judíos que perdieron la vida en el Holocausto durante la II Guerra Mundial. Está formado por seis torres de cristal con seis millones de números grabados que simbolizan los seis millones de muertos en el Holocausto. Se completa con una placa donde puede leerse un sermón de Martin Niemöller (1892-1984): “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista; cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata; cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista; cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío; cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”. Este sermón es considerado el mejor testimonio sobre las consecuencias de no ofrecer resistencia a actitudes tiranas.

El escritor Antonio Muñoz Molina opina que la rectitud solitaria no atrae ninguna recompensa. El que actúa con justicia cuando casi todo el mundo secunda las consignas de la sinrazón pone en evidencia la conformidad de los otros. Vivimos una de las premoniciones más claras de Nietzsche; por todos lados hay una atmósfera de extinción. Es tan fuerte la desilusión que siente la gente hoy día, que las cosas que pensábamos como buenas no son creíbles por más tiempo. Los depredadores se han apoderado de todo, incluidos nuestros sueños. Muchos políticos y dirigentes toman decisiones descontextualizadas del entorno global en el que se mueve el siglo XXI. Y es que aquí nadie sabe nada ni nadie es responsable de nada. Oigo con frecuencia que habría que organizar una fiesta para esos profesionales despedidos por cumplir 64 años y 365 días. No hay que celebrar nada. Lo que habría que hacer es guardar dos minutos de silencio porque se han ido para siempre. Somos todo lo contrario de lo que espera el escritor norteamericano Tom Wolfe cuando habla de la lucha por conservar la dignidad humana: no hemos sido elegidos para la gloria porque no tenemos lo que hay que tener.

Jesús Villar, jefe de grupo, CIBER de Enfermedades Respiratorias, Instituto de Salud Carlos III; Unidad de Investigación, hospital Universitario Dr. Negrín, Las Palmas de Gran Canaria; Keenan Research Center, Li Ka Shing Knowledge Institute, St. Michael’s Hospital, Toronto, Canadá.

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