La frontera de la miseria

Por Carles Navales. Director de la revista La factoría y corredactor del informe sobre inmigración del Parlament de Catalunya (EL PERIÓDICO, 18/05/06):

Las grandes mafias del tráfico de inmigrantes están haciendo su agosto. A nadie se le escapa que venir del sur de Mauritania y del norte de Senegal hasta Canarias no es un recorrido fácil. Se trata de más de 1.000 kilómetros de navegación con escala en Cabo Verde, por lo que no hay que ser un adivino para suponer que en el trayecto barcos o remolcadores se hacen cargo del pasaje hasta encontrarse cerca de nuestras cosas, donde son las barcazas que vemos por televisión las que cubren la etapa final del recorrido. Estamos ante un mercado ilegal dotado de una gran infraestructura.
El estrecho de Gibraltar, las vallas de Ceuta y Melilla y las costas de Canarias son actualmente las fronteras con mayor desnivel en riqueza y esperanza de vida que hay en el mundo. Tomemos como referencia el Índice de Desarrollo Humano elaborado anualmente por la ONU atendiendo, principalmente, a factores como la esperanza de vida, la alfabetización y la renta per cápita. En el informe publicado en el año 2005 --con datos del 2003--, ocupa el primer lugar Noruega y lo cierra Níger en el puesto 177°. La diferencia entre España y Marruecos es enorme. Nosotros estamos en el puesto 21° y Marruecos en el 124°. Cruzando los 14 kilómetros del Estrecho, o las vallas de Ceuta, o llegando a Canarias, se avanzan 103 puestos en el ranking mundial de bienestar. Si el que da el salto es de Mauritania, que ocupa el puesto 152°, o de Malí, que está en el 174°, el avance es casi sideral.
Primero el salto se producía desde Marruecos y por el Estrecho. Hace año y medio, del Sáhara a Fuerteventura. En marzo pasado el sur de Mauritania era el punto de salida. Hoy sigue siéndolo junto con el norte de Senegal. Para alcanzar España, ha habido un corrimiento del norte al sur africano. Si lo medimos en kilómetros, el resultado es sorprendente: de los 14 que separan a Marruecos de España por el Estrecho hemos pasado a los más de 1.000 que hay entre el sur de Canarias y el norte del Senegal. Parece que quien se embarca se lo juega todo a una carta, importándole más la esperanza que la distancia.
El desplazamiento del norte hacia el sur ha coincidido con el cambio de Gobierno en España. Es público y notorio que José María Aznar siempre trató a Marruecos más como a una colonia que como a un igual. Con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero es visible que las relaciones han mejorado. En la buena relación hemos ganado ambos. Los inmigrantes indocumentados son devueltos y aceptados en 24 horas por el régimen de Rabat, lo que frena las salidas desde las costas marroquís, y, por su parte, el vecino país ha obtenido ayudas económicas de la Unión Europea para el desarrollo y un mejor trato para sus exportaciones.

NO SUCEDE lo mismo con Senegal y Mauritania. Allí nuestro cuerpo diplomático tiene una presencia muy precaria y las relaciones comerciales son escasas. Al no existir beneficio económico, los gobiernos de esos países no colaboran con nosotros, por lo que las repatriaciones de inmigrantes entrados irregularmente en España resultan dificilísimas y se dilatan en el tiempo mucho más de lo razonable, lo que ha dado pie a que sean acogidos en tierras canarias y trasladados a la Península para que se hagan cargo de ellos oenegés en convenio con nuestro Gobierno, que corre con los gastos. Lo contrario significaría hacinarlos en campos de acogida por tiempo indefinido.
Eso sí, ya no sucede como en la época del Gobierno del Partido Popular, en que se les traía a España y se les dejaba abandonados en la plaza de cualquier gran ciudad. No obstante, el peligro, tanto antes como ahora, es que con el tiempo estos sin papeles acaben convirtiéndose en una bolsa de personas marginadas dispuestas a la delincuencia y a protagonizar encierros y protestas para salir del agujero.
El pasado año fueron trasladados de Canarias a la Península 4.000 sin papeles, y este año la cifra observa un aumento. La cantidad es pequeña, en proporción con el total de inmigrantes que están entre nosotros, o comparándola con Francia, donde se calcula son 600.000 los inmigrantes sin papeles; y también si miramos hacia Italia con las ya habituales noticias de llegada de barcazas con inmigrantes procedentes de las costas de Libia. Pero no por ser excesiva la cantidad debe menospreciarse.

A LA VISTA de que resulta imposible devolver a bastantes de ellos a sus países y de que se opta por que se queden en España, lo lógico sería que tuvieran un trato de acuerdo con el Estado de derecho. La Administración debe entender que una persona o está documentada o se la devuelve a su país o va a la cárcel, pero lo que no es de recibo es que sea la misma Administración la que le facilite la entrada a la Península ilegalmente. Lo lógico sería dotarles de permiso de residencia y formarlos laboralmente en centros de acogida para que puedan integrarse al mercado de trabajo. La legalidad es el único marco en el que deben moverse nuestros gobernantes.
Pero la solución final es otra. Es necesario que los países desde los que hoy parten las expediciones hacia Canarias acepten colaborar de la misma manera que lo hace Marruecos. La Unión Europea debe jugar un papel principal, pues Canarias no es más que la frontera entre Europa y la miseria. La ayuda para el desarrollo de esos países, la acción diplomática conjunta de los estados de la Unión y un trato comercial beneficioso son las claves para que la colaboración sea efectiva, y ese es un reto que España no puede encarar a solas.
La inmigración es como el agua, que entra por cualquier resquicio, por lo que encontrar la solución definitiva es imposible.